Racismo

En el Perú, las expresiones de menosprecio racista-clasista afloran en situaciones de tensión, aún entre aquellos que en su vida diaria no las suelen usar porque están convencidos de que son personas sin prejuicios. Una de esas típicas situaciones de tensión son las coyunturas electorales. Así ocurrió, por ejemplo, en las campañas que llevaron a Alberto Fujimori o a Ollanta Humala a la Presidencia. Así sucede en estos días, pero la gran diferencia es que muchas expresiones de intolerancia ahora provienen también de personas que se consideran progresistas.

Este fenómeno comenzó cuando la Municipalidad de Lima pretendió implementar la reforma del transporte en plena campaña electoral. Debo decir que no he escuchado ninguna frase explícitamente racista, pero sí afirmaciones sumamente ofensivas hacia las personas que han sido forzadas a usar cotidianamente el “corredor azul”. La más suave: ser “opuestos al progreso” por quejarse ante todos los perjuicios que enfrentan.

A una señora que cuenta que su empleada llega tarde porque retiraron la línea que unía San Juan de Lurigancho con Salaverry, una amiga le contesta: “¡No le creas! ¡Yo jamás le creo a una empleada! ¡Siempre mienten!”. De hecho, a toda la gente que se ha quejado por los malos choferes, los buses atestados o los mayores gastos para movilizarse se les dice lo mismo, que son mentirosos.

Algunos autores de bromas hirientes o frases ofensivas son firmes partidarios de Susana Villarán. También hay quienes no van a votar por ella, pero simplemente están convencidos de que la mayoría de peruanos son seres desordenados e inferiores. Se repiten las clásicas expresiones desdeñosas: que los peruanos son flojos, que “están acostumbrados a hacer lo que quieren”, desde pegarle a sus hijos hasta orinar en la calle (una amable señora me insiste en que vomitan por la calle), que son seres sucios, y que les gusta el desorden.

Es innegable que existen serios problemas de civismo en el Perú, pero es muy injusto asociarlos a las personas que viajan en transporte público. Movilizarse en automóvil o taxi no brinda un status moral. Me parece un serio error difundir un discurso donde la reforma del transporte es una especie de imposición de la civilización sobre la barbarie… y los bárbaros ya no son los choferes de combi, sino los ciudadanos que usan ese medio de transporte.

Algunas personas inclusive sostienen que los ómnibus están atestados porque “los peruanos quieren todo gratis”. No saben (y no les interesa saber) que la gente no tiene otra alternativa: la Municipalidad retiró 39 rutas no solo de avenidas como Arequipa o Wilson, sino de Arenales, Camino Real, Comandante Espinar, Petit Thouars o Salaverry sin implementar las rutas alimentadoras que fueron tantas veces anunciadas. De hecho, los nuevos gastos que ahora los ciudadanos realizan en transporte no se compensan por el servicio gratuito

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