Reconocimiento
juniorseda14 de Mayo de 2012
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Modernidad e Ilustración (I)
1. Planteo del Problema
Muchas veces se habla de temas relacionados con diversas manifestaciones de la cultura contemporánea y su relación con la Iglesia Católica. Así, se habla de la Iglesia y la ciencia, la Iglesia y los derechos humanos, la Iglesia y la organización actual del Estado, etc. La Iglesia y el liberalismo, para dar otro importante ejemplo, es uno de esos habituales temas. Sin embargo, por más diferentes que puedan parecer, todas esas cuestiones tienen un fondo común, un problema que los engloba a todos, y cuyo correcto enfoque es la clave más profunda que en última instancia permite solucionarlos. Dicha cuestión es la relación entre Iglesia y Mundo Moderno.
Obviamente, no se puede decir que el Mundo Moderno, o la Modernidad, sea un fenómeno cultural fácilmente definible y, menos aún, fijar coordenadas temporales precisas de iniciación. Podríamos decir algo más o menos preciso si ubicamos a este complejo fenómeno cultural después del siglo XIII, cuando, durante los dos siglos subsiguientes, se producen lo que habitualmente es llamado la decadencia de la escolástica y lo generalmente llamado Renacimiento. Pero la cuestión se dificulta mucho más si tratáramos de caracterizar valorativamente a este período en relación a los valores dominantes en la Fe Católica.
En relación a esto último, la versión habitual de los hechos es presentar a "la Modernidad" como un movimiento dialécticamente enfrentado con "la Cristiandad". Según esta versión habitual, la Modernidad es esencialmente anticatólica, en todos sus aspectos. El nominalismo de Occam, durante el siglo XIV, sentaría las bases para la desconfianza en el conocimiento metafísico, cuya consecuencia inmediata sería un individualismo ontológico y social que rompe con el orden social medieval. El mundo se olvida de Dios: de "teocéntrico" se vuelve "antropocéntrico"; de allí la preocupación por el hombre en sí mismo (humanismo), más una renovación de la confianza en sus solas fuerzas que, ligado esto al surgimiento de una ciencia desvinculada de la metafísica y de la autoridad de la Teología, deriva en un cientificismo y en una exaltación de los poderes de una nueva tecnología. Los estados, consiguiente-mente, se desligan de la autoridad de la Iglesia y el individualismo tiene su culmen en la democracia fundada en una voluntad de la mayoría de sintetizar a todas las voluntades autónomas, desligadas de la "heteronomía" que la ley de Dios establece. La religión ya no controla el aspecto social: como mucho, se la tolera en el ámbito individual (secularismo). La razón se repliega sobre sí misma, y el racionalismo y el idealismo, contrarios al realismo tomista, son el resultado. Todo este panorama tiene por supuesto sus nombres perversos. Descartes sería el profeta del idealismo moderno, cuya culminación es Hegel y el resultado es el ateísmo. Galileo es el héroe de la nueva ciencia frente al "oscurantismo" medieval. Rousseau es el prototipo de la democracia contemporánea y el liberalismo. Lutero es el líder de la rebeldía contra la potente Iglesia de Roma. Todo este panorama ha construido el mundo tal cual hoy lo conocemos, donde la voluntad de la mayoría, la secularización, el culto a la ciencia y el individualismo habrían sustituido a la santa aceptación de la autoridad y la voluntad de Dios en la Cristiandad Medieval. Los dos bloques del mundo contemporáneo serían hoy fruto de esta modernidad perversa, que ha producido esta bomba de tiempo donde estamos sentados. Por eso, liberalismo y marxismo serían ambos hijos de un solo padre (el mundo moderno), perversos por igual. Sólo la vuelta a los valores de la Cristiandad Medieval puede salvar a los hombres de la locura y perversidad de la Modernidad. La Iglesia de Roma debería ser el líder de esta "contra-revolución".
Ahora viene la obvia pregunta: ¿es verdaderamente así? ¿Es correcta esa valoración del mundo moderno, si se comparte -como el autor de estas líneas- la Fe Católica?
Todo lo que seguirá de aquí en adelante será una sintética explicación y fundamentación de nuestra respuesta: no. Pero este "no" está lejos de querer significar que todo el análisis anterior es falso porque su dificultad no deriva de que todas las manifestaciones del mundo moderno sean santas, inmaculadas y exentas de crítica desde la perspectiva de la Fe. Su dificultad -y en este sentido, su falsedad- radica en la ausencia de una fundamental distinción: la distinción entre Iluminismo y Modernidad.
2. La Distinción Iluminismo/Modernidad
Esta distinción, no usual en pensadores católicos -lo cual nada tiene que ver con el Catolicismo como tal- ha sido sugerida enfáticamente por el filósofo neoagustinista italiano M.F. Sciacca, si bien Sciacca habla de Humanismo y Renacimiento más que de Modernidad. La versión de los hechos que presenta Sciacca -católico convencido- es distinta, y ha sido para nosotros el punto de partida de un programa de investigación cuyos lineamientos generales quisiéramos presentar. Es cierto que hubo, después del siglo XIII, una decadencia de la escolástica, la cual, al decir de J. Pieper, fue un magnífico proyecto de colaboración entre razón y Fe. Y es cierto también que el equilibrio entre razón y Fe fue quebrado por diversos errores en el planteo metafísico de base, entre los cuales el nominalismo de Occam tuvo mucha influencia. Esto tuvo como resultado un fideísmo irracional o un racionalismo
antiteológico. Gilson ha explicado bien este punto[1]. Pero no sería en cambio correcto considerar que el Renacimiento y el Humanismo, como tales, son el resultado de esos problemas. Al contrario, en sí mismos, según Sciacca[2] fueron un intento de salir al paso de esa decadencia en la cual el pensamiento escolástico había incurrido. Primero describe Sciacca ese movimiento descendente: "La unión y la colaboración de la Fe y de la razón (del Mensaje Evangélico y del pensamiento griego), los dos elementos de la síntesis escolástica, tienden a oponerse bajo la acción corrosiva del aristotelismo hebreizante y, como hemos visto ya, en Occam no sólo no colaboran sino que se da un divorcio total entre ellas; la razón se separa de la revelación, la Naturaleza de Dios; una y otra tienden a constituirse en autónomas, y así la ciencia camina hacia su independencia (racionalista o experimental) y la Fe a expresarse en arrebato místico"[3]. Como vemos, es este movimiento de decadencia el que impulsa una dialéctica entre elementos que se complementan (razón y Fe, ciencia y metafísica; Iglesia y Estado, etc.). Pero el Humanismo y el Renacimiento, en cuanto fenómenos de la "Modernidad" naciente, no pretenden sino romper con esa dialéctica: "De la crisis de la escolástica decadente nace el Humanismo con el fin de resolverla. Por lo tanto, el Humanismo se presenta como la tentativa de reacción frente a la escolástica decadente para renovar sobre un nuevo plano la mejor escolástica y precisamente para reunir Fe y ciencia, religión y razón. Pero para el Humanismo el punto de encuentro de estos dos términos inconmensurables no es ni la naturaleza, ni Dios; es el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, el hombre en que el verbo se encarnó. En él se da el encuentro de Dios y de la Naturaleza. La filosofía humanista es la filosofía del hombre, que no sólo no reniega -como veremos mejor dentro de poco- del Cristianismo, pero ni siquiera de la mejor escolástica, de la que se puede considerar, en cierto sentido y hasta cierto punto, como el desarrollo y conclusión".[4]
Como vemos, la tesis de Sciacca es clara: el estudio entusiasta de todo lo que compete al hombre y a la naturaleza física no es una actitud anticristiana en sí misma, sino al contrario, un derivado de considerar la bondad de la Creación de Dios y de ver al hombre hecho a su imagen y semejanza, a esto corresponde el naturalismo del Humanismo, como exaltación de la naturaleza humana, y el naturalismo del Renacimiento, como exaltación de la naturaleza física. "Naturalismo -sigue diciendo Sciacca- que es Cristianismo Gozoso, exaltación del hombre y del mundo, porque es exaltación del Creador a través de las criaturas, celebración de la Sabiduría del Hijo a través del orden moral instaurado en nosotros y en las cosas, amor por el Espíritu a través del amor por todas las cosas del cosmos".[5]
Por lo tanto, la Modernidad, a través del Humanismo y el Renacimiento, no se opone a la visión teocéntrica del Medioevo, sino que es un nuevo paso en su profundización. Por supuesto, en la medida que el estudio de la naturaleza y del hombre se realicen enfrentándolos dialécticamente con Dios y Su Trascendencia, habrá un consecuente enfrentamiento. Esto también es advertido por Sciacca: "De este modo, el Humanismo y el Renacimiento por un lado adquieren una nueva conciencia, respecto a la escolástica, de la visión cristiana de la vida; pero por el otro corren el riesgo de confundir lo natural con lo sobrenatural, acentúan la presencia de lo divino en lo humano y en la Naturaleza casi hasta el punto de hacer a Dios inmanente a las cosas. En esto se alejan del verdadero pensamiento cristiano y preparan el racionalismo y el inmanentismo
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