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Requiem Para Un Analista

lillye5 de Mayo de 2013

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REQUIEM PARA UN ANALISTA: TRANSFERENCIA Y POSICIÓN.

“...lo que es seguro es que los sentimientos del analista

solo tienen un lugar posible en este juego,

el del muerto;

y que si se le reanima,

el juego se prosigue sin que se sepa quién lo conduce.”

(Jacques Lacan. “La dirección de la cura y los principios de su poder”)

Preliminares

Un análisis, de algún modo, supone una invitación. Quizás de ahí la importancia que atribuye Freud a las sesiones preliminares. Una que invita a experimentar en carne propia aquella dimensión virtual que se hace presente, que irrumpe, en forma de titubeos, lapsus, olvidos, en nuestro discurso generando así las condiciones necesarias para dejarse sorprender por ese breve instante, pero crucial, que todo el psicoanálisis teoriza como el inconsciente. Nada más, pero tampoco nada menos.

Entonces tenemos al análisis como una experiencia, pero una que no ocurre al azar, sino que se despliega dentro de unas coordenadas que le son propias y que son las de la sexualidad y la muerte definidas a partir de la formulación de la regla fundamental de decir todo lo que pase por la mente por absurdo o perturbador que ello resulte. Precepto tan importante que para Freud es el único al cual el analizante debe obedecer. Comportarse como lo haría “un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla que describiera a su vecino del pasillo cómo cambia el paisaje ante su vista” .

De esta forma tenemos a un viajero/analizante/paciente que se decide dejar de lado toda objeción crítica mientras habla de una forma que debe “diferenciarse de una conversación ordinaria” , y al mismo tiempo tenemos un segundo personaje que aparece mencionado como de pasada, un poco al margen, el “vecino del pasillo”. Porque Freud, en la analogía, no hace hablar al viajero un monólogo en solitario, sino que le coloca un partner cuya función es escuchar la descripción y que determina el lugar de un otro al cual se le habla, lugar que puede ser homologado al del analista/vecino y que a su vez también debe escuchar de una forma particular. Modo que Freud denomina atención flotante el cual busca evitar poner cualquier énfasis intencionado a una porción del relato del paciente que no esté sometido a la regla de abstinencia. En palabras del propio Freud: “Como se ve, el precepto de fijarse en todo por igual es el correspondiente necesario de lo que se exige al analizado, a saber: que refiera todo cuanto se le ocurra, sin crítica ni selección previas.”

Después de esto las condiciones básicas para el desarrollo de un análisis parecen estar planteadas. Si tomamos la analogía que utiliza Freud en su texto “Sobre la iniciación del tratamiento” donde compara al análisis con un juego de ajedrez, se podría decir que tenemos el tablero, las piezas y las reglas de los movimientos que rigen a cada una de las piezas: el alfil en diagonal, el caballo en “L”, el analista en abstinencia y el analizante en libre asociación.

Pero eso no es todo. Todavía queda pensar, por lo menos para efecto de esta monografía, dos conceptos que me parecen centrales al momento de configurar la escena dentro de la cual un análisis se va a desplegar: La transferencia y el lugar del analista.

Acto primero: Momento de la transferencia

- ¿Qué quiere que le cuente?

- Lo que pase por la mente...

- Es que no puedo decir lo que tengo en mi mente ahora.

- ¿Qué lo impide?

- Es que me va a retar.

- ¿Y por qué ocurriría eso?

- Es que no puedo...mmm...

- ...

La paciente se levanta camina hacia la puerta y se detiene ante ella dándome la espalda. Luego de un momento de indecisión termina diciendo:

- Me enamoré de mi psicólogo...ya...ya lo dije...

En su texto “Sobre la dinámica de la transferencia”, Freud aclara que de alguna forma todo ser humano, debido a su potencial herencia genética sumada a su historia infantil, a sus vivencias en aquel período, “adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse...( )...Y si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad, él se verá precisado a volcarse con unas representaciones expectativa libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca, y es muy probable que las dos porciones de su libido, la susceptible de conciencia y la inconciente, participen de tal acomodamiento.”

Toda persona poseería un modo regular de establecer sus relaciones afectivas y que determinarían su vida erótica reeditándose constantemente según estereotipos tomados de la infancia, formando una serie en la cual el analista puede quedar incluido: “De acuerdo con nuestra premisa, esa investidura se atendrá a modelos, se anudará a uno de los clisés preexistentes en la persona en cuestión o, como también podemos decirlo, insertará al médico en una de las “series” psíquicas que el paciente ha formado hasta ese momento.”

Pero no todo es amor. Freud considera necesario separar una transferencia positiva, de sentimientos tiernos, y otra negativa, de sentimientos hostiles. Que la transferencia se vuelva el principal motor de la cura tendrá relación con la primera de ellas en su vertiente susceptible de conciencia, mientras que volverse un obstáculo dependerá de la segunda, una de sentimientos hostiles, o una transferencia positiva de mociones eróticas reprimidas.

Para Freud esto definiría una lucha entre el analista y analizante, entre intelecto y vida pulsional, entre discernir y querer actuar: “Es innegable que domeñar los fenómenos de la transferencia depara al psicoanalista las mayores dificultades, pero no se debe olvidar que justamente ellos nos brindan el inapreciable servicio de volver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y olvidadas de los pacientes; pues, en definitiva, nadie puede ser ajusticiado en absentia o in effigie.”

Pero mientras el discurso del analizante no sufra detenciones, para Freud, el tema de la transferencia no hay que abordarlo, sino cuando este emerja tomando la forma de una resistencia. Momento en el cual se hace inevitable mostrarla con el fin de proseguir con el análisis. Si este punto es eludido o manipulado por sugestión, el maestro vienés es categórico, lo que se haga no será un análisis sino otra forma de psicoterapia muy distinta, cosa que el médico sepa que ha escogido un camino alterno.

De alguna forma el trabajo y conceptualización de la transferencia es la marca distintiva del psicoanálisis, ninguna otra, a pesar de haberla reconocido, ahondó en ella buscando descifrar el importante papel que juega en su modo de concebir la cura. De hecho Freud en su texto “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” sentencia que de toda la gama de dificultades que un principiante en el psicoanálisis podría encontrar, sólo las que se presentan a partir del manejo de la transferencia son las únicas realmente serias.

En el mismo texto hace la analogía con el químico a quién nunca nadie ha prohibido ocuparse de sus materias explosivas debido a su peligrosidad y alto riesgo, entonces y de la misma forma, el analista que sabe hacer su trabajo no temerá, aunque no sin cautela, trabajar con las más peligrosas mociones anímicas.

Así el análisis quedará establecido como una puesta en escena donde la transferencia actuando desde el inicio desplegará sus efectos de motor silencioso de la cura hasta el momento en que alzándose como resistencia cobrará un valor de obstáculo en la medida que al detener la continuidad del discurso del analizante hará posible el establecimiento, mediante su actualización dirigida a la persona del analista, de un nuevo modo de neurosis, momento necesario de instalación de la neurosis de transferencia que debe ser sobrepasado en busca de un posible final para la cura:

“La transferencia es comparable así a la capa de crecimiento celular situada entre la corteza y la pulpa de un árbol, de la que surgen la nueva formación de tejidos y el espesamiento del tronco. Pero cuando la transferencia ha cobrado vuelo hasta esta significación, el trabajo con los recuerdos del enfermo queda muy relegado. No es entonces incorrecto decir que ya no se está tratando con la enfermedad anterior del paciente, sino con una neurosis recién creada y recreada, que sustituye a la primera. A esta versión nueva de la afección antigua se la ha seguido desde el comienzo, se la ha visto nacer y crecer, y uno se encuentra en su interior en posición particularmente ventajosa, porque es uno mismo el que, en calidad de objeto, está situado en su centro. Todos los síntomas del enfermo han abandonado su significado originario y se han incorporado a un sentido nuevo, que consiste en un vínculo con la transferencia. O de esos síntoma subsistieron solo algunos, que admitieron esa remodelación. Ahora bien, el domeñamiento de esta nueva neurosis artificial coincide con la finiquitación de la enfermedad que se trajo a la cura, con la solución de nuestra tarea terapéutica. El hombre que en la relación con el médico ha pasado a ser normal y libre del efecto de unas mociones pulsionales reprimidas, sigue siéndolo también en su vida propia, cuando el médico se ha hecho a un lado.”

Más tarde Lacan retomará el tema de la transferencia dándole un estatuto más simbólico. Para ello tomará el caso Dora con el fin de demostrar

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