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Reseña A Menelik II


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2013  •  528 Palabras (3 Páginas)  •  162 Visitas

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Esa noche Saudina acudió atrasada a los aposentos del rey. El guardia le salió al paso, advirtiéndole que la enfermera del turno anterior se había ido hacía más de media hora.

—Lo siento —se disculpó Saudina—; mi hijo menor está resfriado y tuve que llevarlo donde su abuela paterna en el campo.

El guardia se rió, estremeciendo las condecoraciones de su pecho acorazado. La etiqueta palaciega le exigía vestir de gala todos los días del año.

—El Negus no irá a ningún lado. Así que no importa. Sólo trata de llegar antes a la próxima.

—Sí, Twedoros. Gracias.

—Te ves linda esta noche. Ese moño nuevo te va bien —le dijo el guardia, abriéndole la puerta con sus manos enguantadas.

—Gracias, Twedoros. A mi esposo también le gusta.

Hizo un gesto de asentimiento y entró en la habitación, deteniéndose en el umbral un rato. Cuando escuchó que la puerta se cerraba a sus espaldas, se internó en la habitación. Era un espacio amplio, apenas iluminado por una lámpara solitaria; en el centro, destacaba la gran cama con dosel rodeada de tres capas de cortinas de lino. Olía a sándalo y a enfermedad.

Dejó su bolso en la silla junto a la mesita de noche, y examinó el informe que escribiera la enfermera del turno anterior.

El Negus presenta los mismos síntomas de la víspera: respiración dificultosa, presión normal, inconsciencia ininterrumpida. No ha obrado ni orinado en toda la jornada. Le cambié las compresas de la frente y le froté con ungüento las escaras de la pierna izquierda. Recomiendo dejar instrucciones para un cambio de sábanas.

11 de diciembre de 1913, turno de la tarde.

Suspirando, Saudina descorrió las pesadas cortinas de la cama y se dispuso a examinar al moribundo Negus de Abisinia. Lo encontró boca arriba, cubierto hasta el cuello por sus mantas de leopardo y con la cabeza apoyada en dos almohadas persas. Estaba quieto, como siempre. Saudina le tocó la frente y notó que el sudor que se le pegaba a la palma de las manos estaba casi frío. Sus mejillas estaban algo más temperadas, aunque las sintió ásperas como pergamino. Su pulso estaba agitado. Eso era raro. Mejor asegurarse.

Retrocedió dos pasos hasta la mesita de noche y tomó la lámpara. Abrió el paso del gas y la bujía se iluminó de tal manera que se le encandilaron los ojos por un rato. La nueva luz reveló los rifles Winchester, las cabezas de bisonte y los crucifijos de oro que colgaban de las paredes. Más que un dormitorio real, parecía una tienda de caza real. Saudina regresó a la cama del Negus, sosteniendo la lámpara en lo alto.

—¡Dios! —exclamó la muchacha. La lámpara

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