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Tres Leyes Familiares


Enviado por   •  10 de Febrero de 2014  •  6.310 Palabras (26 Páginas)  •  328 Visitas

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LEY DE EJEMPLARIDAD

"LOS HIJOS CARGARÁN EN EL SUBCONSCIENTE MUCHOS AÑOS,

LOS PATRONES DE CONDUCTA QUE OBSERVARON EN SUS PADRES"

Los actos valen mil veces más que las palabras. No es conveniente sermonear continuamente a los hijos pues ellos observan mucho más de lo que escuchan. Denles un ejemplo digno y cabal y las palabras de corrección saldrán sobrando. De todo lo que les digan a sus hijos, única¬mente el diez por ciento será recordado por ellos; sin embargo, siempre los acompañará el noventa por ciento de cuanto les vean hacer. Nuestra influencia se da en esa escala: diez por ciento con palabras y noventa por ciento con actos.

Hay una correlación con una desagradable experiencia vivida mucho tiempo atrás, cuando tenía alrededor de siete años de edad y sorprendí al catequista que me preparaba para hacer la primera comunión robando las limosnas de los fieles. A partir de entonces me negué a ir a la iglesia y todo cuanto había aprendido en varios meses con palabras lo desaprendí ante la contemplación de un ejemplo en dos segundos; me rebelé contra todo lo que se me había enseñado y algunos días después fui detenido en un supermercado por hurtar una bolsa de dulces.

Ante la pregunta de que por culpa de los malos ejemplos inculcados los hijos nunca podrán ser mejores que sus padres.

—La ley de la ejemplaridad es muy clara, no dice que es imposible la superación de los descendientes; dice que las actitudes observadas se grabarán en ellos para acompañarlos durante años, y esto no deja de ser grave. Es cierto que casi todos los hijos superan a sus padres porque, de modo consciente, detectan sus errores y se prome¬ten a sí mismos no cometerlos jamás, pero también es cierto que en el plano subconsciente llevan latentes los ejemplos recibidos y que éstos dan información "inexplicablemente" a su temperamento. En el nivel exterior se despliega lo que quere¬mos ser y en el interior lo que somos realmente, pero los patrones de este último afloran de modo involuntario una y otra vez. Si son observadores, seguramente se habrán sorprendido a ustedes mismos diciendo o haciendo cosas que sus padres decían o hacían y han confrontado más de una vez a su voluntad de no querer hacer algo con su hábito de hacerlo.

No hay mucho que podamos rebatirle a esta ley: Los hijos carga¬rán en el subconsciente los patrones de conducta que obser¬varon en sus padres.

El gran reto de la paternidad, no estriba en cómo tratar mejor a nues¬tros hijos sino en cómo darles un mejor ejemplo. Y para esto, la única fórmula infalible es nuestra superación personal. Sólo siendo mejores como individuos engrandeceremos el modelo que les brindemos.

En una conferencia que impartía un hombre con aspecto de típico padre dominante no muy instruido me dijo: Yo no bebo, no ando con mujeres, no le pego a mis muchachos ni a mi esposa, soy trabajador y honrado, así que me considero un buen ejemplo y, aun así, mis hijos han resultado tremendamente ingratos.

—Perfecto, señor —conteste—: usted se considera buen ejemplo. Pues déjeme decirle que por el simple hecho de considerarse así demuestra no serlo. El padre que cree estar haciendo todo bien es el que más profundamente graba en sus hijos el dañino patrón de la arrogancia, y eso los convertirá "incomprensiblemente" en ma¬los muchachos. ¡Que nadie cometa el grave error de creerse perfecto porque entonces dejarán de crecer y mejorar! Y no hay nadie en la Tierra que no pueda ser mejor. Esto es definitivo.

—Yo no me considero perfecto —comentó otro hombre—, pero mis hijos se han rebelado contra todo lo que les enseño. Por más que lucho no veo que mejoren.

Enseñar sin esperar resultados es la ley del buen maes¬tro. Si se quiere que los niños aprendan, no debe pedírseles a cada instante que demuestren lo que saben, un padre cabal vive dando ejemplo recto y no exige resultados inmediatos. El ejemplo lo hace todo firmemente, pero a largo plazo. Su misión no es levantar la cosecha; su misión es sembrar.

¿Quieres ayudar? Ayúdate primero. Sólo los amados aman. Sólo los libres libertan.

Sólo son fuentes de paz quienes están en paz consi¬go mismo.

Los que sufren, hacen sufrir. Los fracasados necesitan ver fracasar a otros. Los resentidos siembran violencia. Los que tienen conflictos provocan conflictos a su alrededor.

Los que no se aceptan no pueden aceptar a los demás.

Es tiempo perdido y utopía pura pretender dar a tus semejantes lo que tú no tienes. Debes empezar por ti mismo. Motivarás a realizarse a tus allegados en la medida en que tú estés realizado.

Amarás realmente al prójimo en la medida en que aceptes y ames serenamente tu persona y tu pa¬sado.

"Amarás al prójimo como a ti mismo", pero no perderás de vista que la medida eres "tú mismo". Para ser útil a otros, el importante eres tú mismo. Sé feliz tú, y tus hermanos se llenarán de alegría.

Ignacio Larrañaga

Antes de pretender ser un mejor padre se debía luchar por ser una mejor persona. Esto conlle¬vaba a reflexiones interesantes. ¿Qué ocurría con el mal ejemplo que ya se había dado? ¿El hijo erróneamente aleccionado no tenía esperanzas de superarlo? ¿De qué manera puede superarse una persona que en la infancia recibió malos ejem¬plos de sus padres si toda su voluntad razonada no sirve para nada cuando el subconsciente entra en acción?

Para penetrar hasta la médula del banco de hábitos adquiridos y poder cambiarlos, sólo hay dos caminos. Ambos arduos y fatigosos, pero definitivamente segu¬ros:

l.-La repetición perseverante.

2.-El aislamiento voluntario.

El primer punto significa que para que una nueva conducta se convierta en parte de nosotros y se grabe en el subconsciente se requiere verla, experimentarla, leerla, oiría, vivirla, un gran número de veces. Así trabaja la ejemplaridad del padre. Sus actitudes repetitivas comienzan a formar parte de la personalidad de los hijos sin que ninguna de las partes involucradas se dé cuenta.

El segundo punto para superar los modelos subconscien¬tes y mejorar de raíz depende de la frecuencia con que se acostumbre reflexionar, o sea penetrar en soledad a la zona de intimidad absoluta, una zona en la que se incursiona cuando se desea meditar e inducir

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