Un Zape De Amor.
gotoguy23 de Mayo de 2014
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Para comprender la palabra Autoridad y respeto, uno recuerda a nuestros abuelos cuando aplicaban los ya muy olvidados correctivos, un coscorrón era la clara y sintetizada forma de reprender a un infante, enseñando los nítidos márgenes de autoridad y respeto, una lección que daba como resultado una diminuta cicatriz sentimental que nos afianzaba a la idea de que ese acto físico era la obvia señal del afecto, acción que nos acercaba a la razón.
Nuestros padres, algunos, no recibieron de la mejor manera, la postura pacífica que la nueva generación demandaba, todavía recuerdo mi padre co-participando con mi madre, la que según mis teorías nunca fundadas, fue la última pieza del rompecabezas para la recesión de la guerra fría, las técnicas de espionaje y tortura, meramente mexicanizadas, eran la evidencia tangible de que esos viajes cálidos y soleados con la tía Silvia a la Isla del Padre, en realidad era la impartición de seminarios de dolor en la fría y siniestra Siberia.
La Espera Afuera de su cuarto, el volumen alto de la televisión, puerta atrancada con un librero y el termóstato elevado a condiciones donde el mismo sudor de las víctimas confundiera la estabilidad emocional cuando este mentía; llega mi turno, lenta caminata atravesando el lugar original del interrogatorio, donde las sonrisas de la foto familiar no deslumbraban la alegría original que nos albergaba el día cuando congelaron esa memoria, al menos mi sonrisa no era la misma, el intercambio de preguntas no fue cerca de la puerta, fue en el baño, evitando que mi hermana pudiera escuchar algún detalle del interrogatorio y entrelazar una historia que ligeramente coincidiera con la de un servidor; era sencillo, la tortura no era para resolver quién rompió, escondió, desobedeció o secuestró algo, el motivo no era lo pasado, ellos se enfocaban al futuro.
La lista interminable de fechorías, algunas retumbaban en mi mente, otras me tomaban por sorpresa y otras de plano fueron planeadas, nunca ejecutadas; No estaba lidiando con subversivos enemigos de los manuales paternales y/ó ningunos novatos en el arte de la persuasión, no era hora de vestirme de héroe, la misión era clara, no debía de hacer más larga la espera para mi hermana, la clave era no caer en su juego y dejar morir lentamente a mi vándala compañera fiel, simplemente era, terminar la tortura y la espera de lo inevitable, sentir el pulso de mi corazón vigente y palpitando en la marca maldita de la temida correa del cinturón.
El látigo suena una, dos, tres veces, entre sollozos y lamentos gritaba, ¡no más!, ¡perdón papito! y el silencio arribaba, lentamente me subía el short cuando de la nada me tomaba por sorpresa el ultimo cariño de dolor, una vez que el último recordatorio de autoridad llegó, el silencio regresó mientras me vestía, la despedida no fue ni solemne, ni protocolaria, solo fue un seco háblale a tu hermana.
La espera terminó para ella y mi sonrisa camuflajeada en las lágrimas derramadas por borbotones fue la esperanza y clave fundamental para que ella sobrellevara tal tortura, ¿qué paso ahí? Pues era sencillo, aún con la avanzada inteligencia en espionaje, su sentido paternal no se entrometió al momento de escoger el cinto y ese arma de tortura con un poder de impacto igualable a una pluma de ganso, nunca iba a lastimarnos, sin embargo, la lección era clara, por más débil que sea el cinturón del castigo, nunca se nos olvido quien llevaba los pantalones en esa casa y la última palabra nunca fue discutida.
Así aprendí sobre autoridad y orden, sólo me queda solo un pensamiento para terminar; No creo que la responsabilidad paternal vaya de la mano con el abuso infantil, pero SÉ, que mis padres hicieron una buena labor, esa, según yo recuerdo, única ocasión nos enseño mucho y nunca recibimos algún maltrato o abuso, solo la enseñanza dándonos nuestro lugar como
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