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Valores sociales

tanacaInforme5 de Marzo de 2014

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Cuando se descubre una zona nueva se producen, por lo general, dos movimientos

opuestos. Uno, al que ya aludimos, y que encabezan los más entusiastas del hallazgo,

pretende ver todo desde la nueva perspectiva, e intenta reducir la realidad anterior a la nueva.

En oposición a este movimiento se origina otro que pretende reducir lo nuevo a lo viejo.

Mientras unos sostienen que toda la filosofía no es más que axiología, otros se empeñan en

que los valores no constituyen ninguna novedad, que se ha descubierto un nombre nuevo para

designar viejos modos del ser.

¿A qué podrían reducirse los valores, según esta última concepción? Tres eran los grandes

sectores de la realidad que habíamos señalado: las cosas, las esencias y los estados

psicológicos. Se intentó, en primer término, reducir los valores a los estados psicológicos. El

valor equivalente a lo que nos agrada, dijeron unos; se identifica con lo deseado, agregaron

otros: es el objeto de nuestro interés, insistieron unos terceros. El agrado, el deseo, el interés,

son estados psicológicos; el valor, para estos filósofos, se reduce a meras vivencias.

En abierta oposición con esta interpretación psicologista se constituyó una doctrina que

adquirió pronto gran significación y prestigio, y que terminó por sostener, con Nicolai Hartmann,

que los valores son esencias, ideas platónicas. El error de esta asimilación de los valores a las

esencias se debió en algunos pensadores a la confusión de la irrealidad con la idealidad. La

supuesta intemporalidad del valor ha prestado un gran apoyo a la doctrina que pretende incluir

los valores entre los objetos ideales.

Si bien nadie ha intentado reducir los valores a las cosas, no hay duda que confundió a

aquéllos con los objetos materiales que los sostienen, esto es, con sus depositarios. La

confusión se originó en el hecho real de que los valores no existen por sí mismos, sino que

descansan en un depositario o sostén que, por lo general, es de orden corporal. Así, la belleza,

por ejemplo, no existe por sí sola flotando en el aire, sino que está incorporada a algún objeto

físico: una tela, un mármol, un cuerpo humano, etc. La necesidad de un depositario en quien

descansar, da al valor un carácter peculiar, le condena a una vida "parasitaria", pero tal

idiosincrasia no puede justificar la confusión del sostén con lo sostenido. Para evitar

confusiones en el futuro, conviene distinguir, desde ya, entre los valores y los bienes. Los

bienes equivalen a las cosas valiosas, esto es, a las cosas más el valor que se les ha

incorporado. Así, un trozo de mármol es una mera cosa; la mano del escultor le agrega belleza

al "quitarle todo lo que le sobra", según la irónica imagen de un escultor, y el mármol-cosa se

transformará en una estatua, en un bien. La estatua continúa conservando todas las

características del mármol común -su peso, su constitución química, su dureza, etc.-; se le

ha agregado algo, sin embargo, qué la ha convertido en estatua. Este agregado es el valor

estético. Los valores no son, por consiguiente, ni cosas, ni vivencias, ni esencias: son valores.

2. EL VALOR COMO CUALIDAD ESTRUCTURAL

Ahora bien, ¿qué son los valores?

Dijimos que los valores no existen por sí mismos, al menos en este mundo: necesitan de un

depositario en que descansar. Se nos aparecen, por lo tanto, como meras cualidades de esos

depositarios: belleza de un cuadro, elegancia de un vestido, utilidad de una herramienta. Si

observamos el cuadro, el vestido o la herramienta veremos, sin embargo, que la cualidad

valorativa es distinta

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