Volver A Las Cosas Mismas
sofiayani29 de Abril de 2013
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Quisiera al comenzar mis colaboraciones, aclarar en primer lugar que no soy un terapeuta, ni médico, ni líder espiritual, ni maestro, no soy nada de eso, soy tan sólo un ser humano como tú.
También tendré que aclarar, que ni muchísimo menos considero a las personas que puedan leer estas líneas, enfermos que necesiten de mí ayuda para ser curados, no pretendo curar a nadie, no pretendo enseñar nada a nadie, sólo pretendo mostrar cosas para que las podamos ver juntos, tan sólo eso, poder ver juntos las cosas.
Quisiera empezar con esta reflexión, espero que sea de vuestro interés
El lago
El lago era muy profundo, con peñascos que se elevaban a ambos lados. Uno podía divisar la otra orilla, boscosa, con nuevas hojas primaverales; y aquella margen del lago era más escarpada, con más árboles y un follaje tal vez más espeso. Esa mañana el agua se hallaba en calma y su color era verde azulado. Es un bello lago. Había cisnes, patos y, ocasionalmente, un barco con pasajeros.
Como uno estaba de pie a la orilla, en un parque bien cuidado, se encontraba muy cerca del agua, un agua absolutamente incontaminada cuya estructura y belleza parecían penetrar dentro de uno. Se podía percibir el aroma del aire suavemente fragante y del verde césped, y había una sensación de unidad con ello mientras uno se movía con la lenta corriente, con los reflejos y la quietud profunda del agua.
Era una cosa extraña experimentar una sensación tan grande de afecto, afecto no por alguna cosa o por alguien, sino la plenitud de lo que puede llamarse amor. Lo único que importa es sondear en la profundidad misma de ello, no con la pequeña mente tonta y sus incesantes murmullos del pensamiento, sino con el silencio. El silencio es el único medio o instrumento que puede penetrar en algo que elude a una mente contaminada.
Nosotros no sabemos lo que es el amor. Conocemos sus síntomas, el placer, la ansiedad, la pena, etcétera. Tratamos de resolver los síntomas, lo cual se vuelve un vagar en medio de la oscuridad. Gastamos en esto los días y las noches, y pronto ello termina en la muerte.
Mientras uno estaba allí, a la orilla del lago, contemplando la belleza del agua, todos los problemas humanos, los problemas de las instituciones, la relación del hombre con el hombre (que es la sociedad), todo ello encontraría su lugar exacto si uno pudiera penetrar silenciosamente en esta cosa que llamamos amor.
Hemos hablado muchísimo sobre ello. Todo joven dice que ama a alguna mujer, el sacerdote a su dios, la madre a sus hijos, y por supuesto, el político juega con ello. En realidad, hemos estropeado la palabra cargándola de sustancia sin sentido, la sustancia de nuestros propios yoes estrechos y mezquinos. En este contexto pequeño, limitado, tratamos de encontrar lo otro y, dolorosamente, retornamos a nuestra confusión y desdicha de todos los días.
Pero eso estaba allí, en el agua, en todo lo que había alrededor, en la hoja, en el pato que trataba de deglutir un gran trozo de pan, en la mujer inválida que pasaba... No era una identificación romántica ni una aguda verbalización racionalizada, sino que estaba allí, tan real como ese automóvil o ese barco.
Es lo único que dará respuesta a todos nuestros problemas. No, no una respuesta, porque entonces no habría más problemas. Tenemos problemas de todas clases y tratamos de resolverlos sin ese amor, y así se multiplican y crecen. No hay manera de aproximarse al amor o de retenerlo, pero a veces, si permanecemos al borde del camino o junto al lago, observando una flor o un árbol o al granjero labrando la tierra, si permanecemos en silencio, no soñando ni fantaseando ni sintiéndonos cansados, sino en un intenso silencio entonces tal vez el amor llegue a nosotros.
Cuando llegue, no tratemos de retenerlo, no lo atesoremos como una experiencia. Una vez que nos toque ya no volveremos
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