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Análisis del libro Еl jurado seducido


Enviado por   •  9 de Octubre de 2014  •  Resúmenes  •  1.905 Palabras (8 Páginas)  •  462 Visitas

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EL JURADO SEDUCIDO

No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio…

Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia…

De esta manera comienza el libro “EL JURADO SEDUCIDO” al igual que con una descripción de lo que se refería a la palabra “PASIÓN” definiéndola como un sentimiento o inclinación muy violentos que perturban el ánimo. Las pasiones son parte esencial de la condición humana, huéspedes turbulentos de la vida íntima del alma. Podemos negarlas, reprimirlas o encauzarlas, pero no librarnos de ellas.

En determinadas circunstancias pautadas, irrepetibles e irremplazables, las pasiones- que algunas veces nos asemejan a los dioses otras nos identifican con los demonios y otras más nos emparejan con las bestias- discurren por causes que desembocan en los terrenos de las justicia, la cual ha de pronunciarse valorando la conducta humana que, movida pasionalmente, se da en prejuicio de otro. El drama está servido.

La justicia ha de hacerse cargo de los distintos factores que rodean y hacen única la conducta que se juzga. Tanto los textos legislativos como las resoluciones judiciales o administrativas se enfrentan al delicado problema de deslindar que proceder humano amerita ser sancionado. Específicamente por lo que toca a las sanciones penales, la postura ilustrada- democrática- solo admite que se castigue la acción u omisión que lesiona o pone en peligro un bien jurídico sin estar amparada por causa de justificación alguna, siempre y cuando le sea reprochable al autor y se demuestre plenamente la responsabilidad de este.

* PRIMERA PARTE

CASOS DE AMOR Y DESAMOR.

El jurado seducido

María Teresa Landa fue la primera señorita México de la historia al ganar, una noche de 1928, el concurso de belleza auspiciado por el diario Excélsior. La triunfadora- alta y esbelta, las suaves curvas y los finos huesos armonizando el cuerpo, la piel alabastrina, las sensuales ojeras bajo unos enormes ojos oscuros y brillantes que derretían lo que miraban, la sonrisa que era reflejo de su luz interior, el cabello de azabache y seda, el hablar fluido y gracioso, el donaire de los pasos- cautivo a los escrutadores, quienes desde el primer momento que admiraron su rostro y su silueta en la pasarela quedaron convencidos de que ninguna otra concursante podía ser la elegida. Al aparecer al día siguiente sus fotografías los lectores se demoraban en la deleitosa contemplación de la imagen. Nadie puso en duda la justicia del triunfo. El país tenía una inmejorable representante de la hermosura y la gracia de sus mujeres.

En ningún sitio pasaba inadvertida. Por donde andaba atraía las miradas, ya fueran de deleitación de entusiasmo, de deseo, de envidia, de asombro. La atracción crecía al escucharla, pues el ingenio y la simpatía signaban sus palabras.

Como todas las mujeres guapas, le gustaba ser vista, y también le gustaba ver el mundo que la rodeaba, observar las cosas, examinar a la gente sumergirse en meditaciones.

No había conocido el amor… hasta que se atravesó en su senda, en el que acudió un 3 de mayo de 1928 en aquel velorio, el general Moisés Vidal de 35 años, 17 mayor que ella.

El 1 de octubre, María Teresa y Moisés contrajeron matrimonio ante un altar. El padre de la muchacha no pudo evitar la asociación de ideas: se estaban casando Venus y Marte. Al poco tiempo, los cónyuges viajaron a Veracruz, donde el general Vidal recibió la orden de regresar a la ciudad de México. Los esposos se alegraron.

Hombre celoso, Moisés aseguraba así que cuando el saliera no se quedara sola. Ejercitante de sus prejuicios y obsesiones, Vidal prohibió terminantemente a su mujer que hojeara el periódico. Una señora decente no tenía por qué enterarse de los crimines y demás incidencias que llenan las páginas de los diarios, sin más acepto la prohibición.

El 25 de Agosto de 1929, los padres de María teresa salieron muy temprano, María teresa se levantó media hora después de su marido. Mientras bebía enfundada en una bata de tela azul, una tasa de chocolate vio sobre la mesa el Excélsior. Las 8 columnas de la segunda sección dieron inicio a la pesadilla: “Acusan de bigamia al esposo de Miss México”. El día anterior, otra María teresa, de apellido Herrejon, había acudido ante un juez a demostrar que era la legitima esposa de Vidal, con quien había procreado 2 hijas, y a acusar a su marido por adulterio y bigamia. En esos momentos la madre de la Miss México regreso de sus compras. Alcanzo a apreciar como su hija, de pie exigía una explicación al bígamo quien, sentado en un sillón, negó cada noticia.

Aquel domingo 25 de agosto de 1929, al levantarse, Moisés Vidal llevo a las sala un libro, una cajetilla de cigarros y su pistola Smith & Wesson que tenía cacha de concha.

El arma había quedado sobre una mesita María Teresa la vio se lanzó sobre ella y se apuntó a la cien.

Su marido asustado, intentó incorporarse del sillón. Y le dijo que dejara la pistola en ese momento se produjo el disparo.

El gatillo del arma era muy sensible. Entonces, la mujer aprisiono la pistola con las 2 manos y volvió a disparar… hasta vaciar la carga en el cuerpo del suplicante, entonces intento darse un tiro, pero las balas estaban consumidas, Vidal estaba tirado sangrando profusamente.

María Teresa se arrodillo ante ese cuerpo que amaba a pesar de todo, abrazo a su amado y lo abrazo. Ahora el padre de la tiradora que llegaba a la casa. Su esposa lloraba a gritos. Su yerno yacía sangrante. Su hija arrodillada ante el hombre mal herido gritaba enloquecida. Todavía intentaron padre e hija llegar al hospital para salvar al baleado, se les murió en el camino.

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