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Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia

AlexacifumeguDocumentos de Investigación5 de Junio de 2017

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ASPECTOS SOCIALES DE LAS GUERRAS CIVILES EN COLOMBIA

                          Álvaro Tirado Mejía (1976)

“Por las velas, el pan y el chocolate Yo combato, tú combates, él combate”

Manuel Marroquín

La representación común que se tiene en Colombia, espe cialmente del período republicano, es la de que el país ha estado enmarcado en cauces institucionales y constitu cionales, que, a diferencia de otros países del continente, “Colombia es tierra estéril para las dictaduras”, y que la manifestación de los diferentes intereses y de sus expresio nes ideológicas se ha dado siempre a un alto nivel, en la prensa, en la tribuna y en el parlamento, tal como corres ponde a un “país culto”, asiento de una Atenas en Suramé- rica y habitado por humanistas y poetas que tan pronto traducen a Virgilio o establecen rudos combates gramaticales por un gerundio o un participio. Por esta razón, cuando se habla de la violencia, la evocación remite a un malhadado pero afortunadamente corto período de la historia reciente de Colombia (1946-1958) que turbó el discurrir institucional y que pronto fue superado en un esfuerzo común del Frente Nacional que nos devolvió la paz.

Pero esa paz colonial y esa paz republicana solo son una representación encubridora de la realidad violenta de la historia de Colombia. La espada sembró de cruces el suelo colonial a medida que la Conquista avanzaba liberando al indio de su cultura y de su tierra. La inserción de América a la “civilización occidental” quedó marcada por la acción concomitante de la violencia ejercida sobre los indígenas y continuada sobre ellos, sobre los esclavos negros y sobre la población mestiza a lo largo del período en el que la paz monacal de la Colonia rindió al Cristianismo millones de conversos, de grado o por la fuerza, a la par que el oro, la plata y los productos de la tierra.

En el siglo pasado la República se estableció con guerra y el siglo republicano murió en medio de una guerra que habría de durar aún dos años y marcar los aspectos vio lentos de nuestra historia del siglo xx. Durante el siglo xix, a partir de 1830, en Colombia se promulgaron siete constituciones, lo cual dio lugar a que se debatieran temas divinos y humanos: el federalismo y el centralismo, la sepa ración de la Iglesia y el Estado, la enseñanza laica o confe sional servían de motivo para que brillantes ideólogos con brillante argumentación dieran las razones ideológicas por las cuales se debía adoptar una política. El debate era tan culto y espiritual que no dejaba ver sus aspectos terrestres. Tras la discusión sobre los ángeles, la tierra, por ejemplo, podía pasar de manos de las comunidades religiosas a la de brillantes tribunos y a la de opacos generales de brillantes espadas; y el debate sobre asunto tan genérico como el cen tralismo o el federalismo, se concretizaba en la mayor o me nor influencia que las oligarquías regionales podían adquirir para resolver en su beneficio el problema agrario y para disponer con mayor libertad —he allí otro tema— del poder regional.

Sin embargo, ese culto debate se vio manchado por la san gre de miles de muertos y heridos que se batieron —no ya teóricamente— en alguna o algunas de las nueve grandes guerras civiles generales del siglo xix o en las decenas de guerras locales. Entre 1830 y 1903 hubo “nueve grandes gue rras civiles generales; catorce guerras civiles locales; dos guerras internacionales, ambas con el Ecuador; tres golpes de cuartel, incluyendo el de Panamá, y una conspiración fracasada”. Jorge Holguín: págs. 143-144 -1-[1]. (Léanse Do cumentos I, sobre Costos de las guerras). El general don Jorge-2- págs. 148-150; Rafael Núñez-3-, t. IV, págs. 44-45, no incluye la guerra de Independencia en la cual la gran mayoría de los combatientes, en ambos bandos, era de ame ricanos y se queda corto en cuanto al número de guerras civiles locales y al de muertos en la guerra de los mil días, que estima en 80.000. El orden cronológico de estas guerras generales fue el siguiente:

1810-1824 (Guerra de Independencia)

1830

1839-1841 (Guerra de los Conventos o Guerra de los Supremos).

1851

1854

1859-1862

1876-1877

1884-1885

1895

1899-1902 (Guerra de los Mil Días).

En cuanto a las contiendas civiles locales, sobre todo du rante el período federal en el que se descentralizaron las guerras, no se tiene la cuenta. Como indicativo tenemos el mensaje presidencial del general Julián Trujillo en 1880, en el que informa que el orden público general no se había pertur bado y solo lo había sido el particular con las siguientes revoluciones en el año: “una en Antioquia (hoy son dos ya), otra en el Cauca, dos en Panamá, una en el Magdalena, una en el Tolima, y una incruenta en Cundinamarca”. (Carlos Martínez Silva, t. I, pág. 237. Documentos I -4-). En Pana má, y como ejemplo de adecuado manejo regional entre 1862 y 1879, hubo un presidente muerto en el campo de batalla, siete derrocados “más o menos violentamente” y uno que se dice fue envenenado en un banquete (Rafael Núñez, t. I, -2-, pág. 213. Documentos I -5-).

No existe un balance apropiado sobre los costos de las con tiendas en vidas y bienes. Apenas si existen referencias que son indicativas. Para la guerra de 1860 el señor Miguel Sam- per calculaba una cifra de 15 millones de pesos por recla maciones reconocidas y pendientes, suma que no incluía las expropiaciones hechas por el bando vencido; y en $ 50.000 el valor de las canoas destruidas para impedir que el ejército de la Confederación cruzase el Magdalena (Miguel Samper, págs. 57-58, -®- pág. 37 -7-. Documentos I). Sobre los muer tos, heridos y baldados, solo existen cifras aproximadas. Si una apreciación adecuada de los daños materiales se difi culta entre otras razones porque solo podía reclamarse por las depredaciones del vencedor, porque no todos los damnifi cados reclamaban, o por lo ficticio o abultado de las recla maciones, el establecimiento de las pérdidas humanas se dificulta a su vez porque no siempre habla partes militares, sobre todo en los encuentros entre pequeñas unidades o guerrillas, o porque cuando éstos se producían, cada bando estaba interesado en aumentar sobre el papel la mortandad que no había causado en la batalla al enemigo y en dismi nuir las pérdidas ocasionadas por éste. Además, como se verá, en muchos casos el clima y las enfermedades causaban más muertes que las batallas y era grande la proporción de las personas que perecían al tiempo por causa de las heridas recibidas. En un cuadro sobre niveles de hostilidades en Co lombia, Me Greevey supone un dato preciso de ciento treinta y nueve mil trescientos muertos en las guerras del siglo xix (William Paul Me Greevey, págs. 88-89. Documentos I -8-). Por su parte y solamente para el período comprendido entre 1886 y el final del siglo, Francisco Posada da una cifra de “170.000 muertos, uno por cada veinte habitantes, tomando en consideración la población de la época (3.500.000 almas) ” (Francisco Posada Díaz, Colombia: violencia y subdesarrollo, pág. 30).

CAUSAS DE LAS GUERRAS

Es difícil precisar la etiología de las guerras civiles en Colombia. Lo ideológico y lo material se presentan en todas con extraña mezcla y, en cada una de ellas, circunstancias especiales se dan como determinantes. De la misma manera que las contiendas no eran uniformes en todo el territorio, que aparecían con ímpetu en ciertos lugares, que languide cían en otros y que con brío volvían a manifestarse, asi mismo los elementos cobraban diferente significación en cada período o región. En la guerra de 1840, que se inicia con la acerbidad de que son capaces los pueblos del Sur, y que tras un golpe a los insurgentes allí se aviva en otras regiones del país, se dan elementos particulares y elementos generales que vuelven a manifestarse en otras contiendas. La chispa en Pasto fue la supresión de ciertos conventos menores, es decir, de aquellos que contaban con un número reducido de religiosos. La rebelión tomó el cariz de cruzada, pero a los móviles espirituales del ascético cura Villota se unieron los apetitos burocráticos del clero de la región y los intereses internacionales. Como lo anotan dos generales conservado res y clericales que combatieron al lado del gobierno (Joa quín Posada Gutiérrez, t. III, pág. 6 -1-. Pedro Alcántara Herrán, Correspondencia con Mosquera, t. II, pág. 41 -2-). Documentos II, Causas de las guerras), el clero del Sur era esencialmente ecuatoriano, canónicamente estaba bajo el control de la jerarquía eclesiástica de aquel país y su interés se cifraba en “Depender del obispo de Quito por sus relacio nes, por la cercanía y mejor tránsito y comodidad que tienen para trasladarse a la capital donde reside el prelado y prin cipalmente en la Diócesis de Quito cuenta con buenos cura tos a donde pueden ser promovidos” (Herrán, Mosquera, t. II, pág. 41 -2-. Documentos II). La frontera con el Ecuador no estaba todavía delimitada, y esto introduce otro elemen to que contará en posteriores guerras civiles: El llamado de conservadores y liberales, como gobierno o como insurgentes, para que desde los países vecinos que tienen reclamaciones territoriales con Colombia se los auxilie. La guerra se ex tendió por todo el país, y caudillos militares, “los Supremos”, crearon sus huestes y se lanzaron a la insurrección movidos por apetitos de poder, para vengar reales o supuestos agra vios y tal vez para defenderse de una acusación injusta o por lo menos de una persecución política. José María Obando entra a la guerra cuando se le acusa judicialmente de la muerte del mariscal Sucre y lo hace resentido porque no se le ha designado jefe del ejército que va a debelar la rebelión del pueblo de Pasto a la cual él se sumará. Córdoba, el Supre mo de Antioquia, quien morirá fusilado en Cartago, tendrá muy presente que el gobierno que ahora combate acaba de negarle un ascenso en el escalafón militar.

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