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luismillanosorio27 de Noviembre de 2013
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En esta lección introductoria quisiera yo decir algunas palabras acerca de los diversos sistemas de filosofía moral, simplemente para dejar establecido nuestro punto de vista.
La ética cósmico-realista de la tradición clásica.- En la gran tradición clásica que se desarrolla a partir de Sócrates, la filosofía moral puede ser caracterizada como una ética cósmico-realista. Decimos ética cósmica, esto es fundada sobre una visión de la situación del hombre en el mundo; decimos ética realista, esto es, fundada en realidades extramentales que constituyen el objeto de una metafísica y de una filosofía de la naturaleza. Esta ética es a la vez, y esencialmente, de carácter experimental y de carácter normativo.
Podríamos designar así los estadios esenciales de esta ética cósmico-realista.
En este cuadro los tres primeros términos se refieren a la realidad extramental. La Ley, designa la ley natural inmanente al ser de las cosas y expresión en ellas de la sabiduría creadora.
La razón es la regla o medida inmediata de los actos humanos, regulada o medida a su vez por la ley natural y los fines esenciales del ser humano.
En consecuencia, el objeto moral es bueno en sí, intrínsecamente bueno, cuando es conforme a la razón. Hay un bien o un mal intrínseco – conformidad o no conformidad con la razón – del objeto de nuestros actos.
Y la bondad o la rectitud de la acción moral depende de la bondad del objeto.
En esta perspectiva ética, el bien moral está fundado en la realidad extramental: Dios, la naturaleza de las cosas, y especialmente la naturaleza humana, la ley natural. Es la perspectiva de la conciencia común de la humanidad, y es la verdadera y auténtica perspectiva de la filosofía moral.
La ética acósmica e idealista de Kant.- Con Kant todo ha cambiado. Podríamos decir que la filosofía kantiana es el ejemplo de una filosofía moral a la cual la influencia – mal recibida – del cristianismo ha contribuido a desviar; es una filosofía moral cristiana, pero falseada. Kant ha tratado de trasponer dentro del registro y los ‘límites’ de la pura razón – lo cual, ya de por sí, implicaba deformarla completamente – la moral revelada tal como nos la presenta la tradición judeocristiana. Procuró conservar la absolutización judeocristiana de la moralidad en una ética de la pura razón, que se desembarazaba de todo elemento propiamente revelado o sobrenatural. De ahí la insistencia de la moral kantiana sobre el desinterés.
El perfecto desinterés cristiano (que se alcanza por la caridad) lo exige Kant (y aun pretende un desinterés todavía más perfecto) de la razón descentrada de lo real y de la naturaleza, una ética del deber puro. Nos propone una ética sin fin último, liberada de todo impulso hacia la felicidad o hacia el bien; una ética del imperativo categórico en la cual el universo de la moralidad o de la libertad está totalmente separado del universo de la naturaleza, y el contenido de la ley debe ser deducido de su forma y de la esencia universalmente normativa de la razón pura práctica. En esta ética, la especificación de los actos morales se halla liberada de toda consideración del bien, de la bondad en sí del objeto (vale decir, de su conformidad con la razón en virtud de la naturaleza de las cosas), y eso es más que lógico, puesto que en el sistema de Kant no podemos alcanzar las cosas en sí.
Podríamos decir, a propósito de la revolución kantiana, que ella desemboca en una ética acósmico-idealista, construida independientemente de toda concepción sobre la situación del hombre en el mundo y el universo, y que no quiere tener fundamento ni en la metafísica ni en la filosofía de la naturaleza; una ética que tiene un carácter deductivo normativo.
Los tres primeros estadios del cuadro precedente resultan eliminados de esta ética, como que no tendrían nada que ver con la moralidad.
El estadio inicial de semejante filosofía moral es la razón como medida de los actos humanos, pero ya no en el mismo sentido que en la tradición clásica, pues ahora se trata de la razón pura, pura de toda materia cognoscible; se trata de la razón considerada de una manera puramente formal, desde el solo punto de vista de las exigencias de la universalidad lógica.
El segundo estadio, es la ley, no ya la ley natural sino la ley en el sentido del imperativo categórico, el "tú debes" absoluto del Sinaí impuesto ahora en nombre de la razón pura como forma a priori de los actos humanos.
El tercer estadio, es la rectitud o la bondad moral de la acción. Para Kant la acción es moral cuando su máxima es una máxima que puede ser universalizada, erigida en regla que gobierne universalmente el comportamiento de todo ser humano. Es esta universalidad de la máxima del acto lo que constituye la bondad moral de éste. Bondad que en manera alguna depende de la del objeto. No hay una bondad intrínseca del objeto, de la cual dependería la bondad del acto. Por el contrario, si al final y como por añadidura puede hablarse de la bondad del objeto, ello es como dependiendo de la bondad del acto. La moralidad del acto hace que su objeto sea moralmente bueno. El bien moral no tiene ya fundamento en la realidad extramental, está fundado solamente sobre la universalidad de la razón pura práctica, y el contenido de la acción moral debe ser deducido de esta forma universal y de las exigencias de universalidad esenciales a la razón. Con lo dicho ya comprenderéis la opción que se impone, inevitablemente, entre el punto de vista ético de Kant y el de la tradición clásica.
La filosofía moral postkantiana.- Después de Kant, la filosofía moral entró en plena confusión y se ha encontrado en un estado permanente de crisis. Podríamos decir sumariamente que se dieron entonces tres principales líneas de evolución:
1) En primer lugar, las teorías que podríamos llamar acósmico-idealistas, fundadas (a diferencia de Kant) en una metafísica, pero (a causa de Kant) en una metafísica puramente idealista y apriorista. Por ejemplo, los sistemas éticos y metafísicos del romanticismo alemán.
2) Una segunda línea de evolución se ha desarrollado, por el contrario, en reacción contra Kant. Tenemos así pensadores que creen que toda teoría ética que trate de justificar los valores morales y de determinar normas de conducta es necesariamente de tipo kantiano, apriorista y formalista, y normativa en el sentido de Kant. Estos pensadores están convencidos, por otra parte, del carácter arbitrario de esta especie de sistema ético, de manera que se ven llevados a rechazar toda especie de ética normativa y tratan de establecer una teoría ética según el modelo de las ciencias naturales: teoría ética que no es ni cósmico-realista ni acósmico-idealista, sino que podría ser caracterizada como positivista-cientificista. Tal es el sociologismo, que se desarrolló primero en Francia, y luego se extendió por todas partes.
3) Tercera linea de evolución: señala un retorno más o menos incompleto a una concepción cósmica y auténticamente filosófica. Pienso, por ejemplo, en los esfuerzos para constituir una moral fundada sobre una filosofía de la naturaleza (mal separada de las ciencias de la naturaleza), pero en modo alguno sobre una metafísica (tal es el sistema pragmatista de John Dewey). O bien aun en una concepción que reintegra la filosofía moral en un conjunto no solamente ‘físico’ en el sentido de la filosofía de la naturaleza, sino también metafísico, y que trata de fundar la ética a la vez sobre una filosofía de la naturaleza y sobre un conocimiento de las realidades absolutamente primeras (Bergson en 'Las dos Fuentes de la Moral y de la Religión').
En la concepción positivista, los tres primeros estadios de nuestro cuadro se encuentran igualmente suprimidos, como en Kant, y la moral deja su lugar a una “ciencia de las costumbres" sin fundamento ni en la metafísica ni en la filosofía de la naturaleza, y que excluye todo carácter normativo, vale decir, todo aquello que implique una prescripción incondicionada, una dirección propiamente dicha en los actos humanos: la moral – en tanto que, a pesar de todo, se tratará de derivar de ahí una moral – es una pura descripción de hechos morales, y tanto los valores como las normas morales se encuentran, por ello mismo, relativizadas. Insistamos en las doctrinas sociologistas, que son la expresión más coherente de la concepción positivista.
Las doctrinas sociologistas
La escuela positivista o sociologista se halla de acuerdo con Kant en lo que concierne a la pretendida impotencia de la metafísica especulativa y la futilidad de todo esfuerzo tendiente a fundar una ética sobre una concepción filosófica del mundo – ya sea metafísica, ya sea filosofía de la naturaleza – que descifre en la realidad extramental verdades que las ciencias de los fenómenos no alcanzan en modo alguno.
Pero estos pensadores se encuentran en reacción contra Kant en el sentido de que no admiten la teoría del imperativo categórico; están disconformes con el carácter arbitrario del “tú debes" kantiano, disconformes con las exigencias puramente formales y apriorísticas de la moral kantiana, disconformes también con el carácter absolutista de la teoría kantiana: esta teoría – dicen no sin razón – ha laicizado los mandamientos del Sinaí transfiriendo su origen a la Razón Pura Práctica o a la Voluntad noumenal del hombre.
Por último, lo que motiva fundamentalmente la reacción positivista es el hecho de que la moral kantiana, considerada a principios del siglo XIX como la única filosofía concebible de la obligación y
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