EL CAMINO A SANTA ROSA
antonioenriquezResumen14 de Octubre de 2016
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EL CAMINO A SANTA ROSA
Es media noche en Santa Rosa. Cansado, lleno de polvo por el viaje a ese pueblo minero de la Baja Tarahumara. En la mañana cuando baje del avión en el aeropuerto de Chihuahua, me estremeció el miedo sin razón. Sentí la muerte cerca, aunque ahí no había nada extraño, salvo naves militares en el hangar de las avionetas que vuelan a la sierra –
Dos jóvenes de 25 y 35 años llamaron la atención porque no llevaban más equipaje que unas bolsas deportivas. Por sus relojes dorados, sus anillos ostentosos y sus cadenas de oro al cuello, no son campesinos pobres. Cuando subían las escaleras pasaron cerca de mis tres hombres corriendo, con pistolas en las manos, los dos jóvenes acorralados se
Miraron entre sí, angustiados, e intentaron brincar el mostrador donde se checan los boletos. Se oyeron más balazos y gritos de mujeres y niños, justo frente a mí, cayo balaceado uno, mirándome a los ojos muy abiertos, mientras un hilo de sangre le salía de la boca y su camisa de cuadros negros se manchaba de rojo. Asesinos, grito una mujer embarazada a los hombres que apuntando con sus armas se acercó a revisar el cuerpo, sacándole sus documentos, su billetera, sus cigarros, su agenda, su pasaporte, su boleto. Respondió eran narcos.
Mi padre llego por mí ya en el camino por los verdes campos menonitas, con mujeres de faldas en los surcos, me borraron la impresión del aeropuerto. Ni las llanuras desiertas de la junta, me esperaba otro percance, un retén de judiciales. Bájense, gritaron de mal modo. Obedecimos y revisaron la troca por arriba y por de abajo. Seguimos el camino después de dar cumplimiento a la ley seca de la sierra. Ya en camino angosto que daba vueltas entre encinos y robles. Al dar la vuelta en una curva y tomar un pedazo de carretera plano y recto, vimos a lo lejos una sombra que salía de un pino y se atravesaba a la carretera. Era una mujer vestida de negro, párate le dije a mi padre y luego se detuvo más adelante la mujer salto Asia nosotros de pronto la luz alumbro su rostro de una mujer sentada en la hojarasca, abrazándose a sí misma, que nos miraba suplicante ¿qué quieres? Le dijo mi padre, miro largamente a mi padre y por fin hablo. ¿No me reconoces, Epigmenio? Te me haces conocida pero no sé quién eres. Soy Damián, la de los Tacaste
Voy a Santa Rosa a buscar el `residente municipal. Llévame por caridad. Estas muy flaca como iba a conocerte. Ni yo misma me conozco. Esta mujer ha sufrido mucho, dijo mi padre. Hicieron con ella una injusticia y ahora no tiene a nadie. La mujer pregunto y tu
¿Quién eres?- Soy escritor. Pues haz un corrido de lo que me paso, para que el mundo lo sepa. Yo no hago corridos ¿N o supiste lo que paso en Yepachi? Respondí que no. Acá en la sierra hubo una desgracia, una matazón
LA MASACRE DE YEPACHI
El rancho de Yepachi, donde paso todo esto, esta como a veinte minutos de los Táscate, donde nosotros vivimos. Estaba yo agachada atizando la estufa con un ocote, cuando escuche un traqueteo. Me quede así un momento para oír mejor. El traqueteo seguía- Salí al balcón y mire para Yepachi. El traqueteo seguía, pero ahora se escuchaba clarito, como ruido de muchos balazos, así seguiditos. Algo está pasando allá. Hay que darles auxilio
Le grite a Teófila, que se empezó a vestir. Pero si no tenemos pistola. La balacera seguía, aunque con tiros más espaciados. Me metí al corral y ensille la yegua me acompaño Teófila llegamos al puerto donde está la cruz y divisamos. Los balazos seguían. Para que nos vamos a meter a la balacera, me dijo Teófila. Mejor vamos a pedir ayuda al Madriño. Tenía razón
En Yepachi estaba mi cuñado. Rómulo con felicitas su mujer y con un chiquito en brazos. Había ahí cinco o seis trabajadores de mi cuñado, que es el dueño del rancho, me fui derechito a la casa del comandante, junto a la presidencia, a buscar a los judiciales del estado que desde principios de año mandaron de Chihuahua, cuando empezó todo este asunto de los mafiosos y de la droga. Le rogué al comandante que se fueran a Yepachi a ver qué pasaba. Sera un secuestro, me pregunto o un asalto. Que me importa lo que sea, hay que ir a darles auxilio, le dije, pero hay están mis dos hijos y mi esposo. Muévase por caridad de Dios. Deje hay la yegua y salimos en dos camionetas para Yepachi.
En una iba el comandante con seis o siete policías, todos armados. Nosotros nos subimos en la cabina de la otra camioneta. Llegamos al puerto, Se oían algunos balazos espaciaditos, Ya ve la cosa sigue. Las camionetas iban despacito casi a vuelta de rueda, pero los policías no llevaban preparadas sus armas. Iban tranquilos, se oyó la primera descarga. Agáchate le dije a Teófila. Y me tire al piso de la cabina salió una ráfaga de ametralladora, y rompió los cristales de la camioneta. Sentí un ardor en el hombro izquierdo. Apenas podía creerlo. Levante la cabeza y alcance a ver al chofer de la camioneta caído sobre el volante, con borbotones de sangre que le salían del cuello. Teófila quedo derechita recargada en el asiento, con los ojos abiertos, tapándose el estómago con las manos, y con una hilera de balazos que le atravesaba el pecho de lado a lado, como una lista roja, Se oían gritos e insultos e la voz del comandante que daba órdenes. De la casa nos seguían disparando muy fuerte. De las ventanas de los balcones, del techo, de las puertas de abajo. Apenas se oían unos cuantos balazos de los judiciales que le contestaban desde las camionetas, después varios hombres me apuntaban a la cabeza varios hombres se fueron acercando a los judiciales del Madroño y les fueron disparando uno por uno un tiro en la cabeza uno de ellos dijo , que hacemos con ella chinguenla. Me prepare para morir .Me arrastraron y me echaron como un bulto en una camper que estaba bastante lejos, escondida atrás de una lomita.
LAS RAZONES DEL VIAJE
Vine a Santa Rosa por dos motivos. Pide vacaciones. Un mes acá se te va pasar volando. Podrás descansar, dormir agosto, sin los sobresaltos de México, esa ciudad terrible, y tendrás tiempo para escribir, tranquilamente, en la calma del pueblo, cuando tengo un problema vengo a mi pueblo Santa Rosa, y aquí no hay Luz eléctrica ni teléfono, puedo encontrar los fantasmas que se vuelven personajes y los rumores que se convierten en argumentos. O subir al Salón Plaza, en las noches de fiesta, a bailar la vista, siguiendo a los danzantes que se mueven al ritmo de polkas y redovas. Antonio Aguilar, el último charro cantor, me pidió le escribiera una película. Mi canción, Triste recuerdo, con tambora sinaloense, me dijo se está escuchando en todas las estaciones de radio de la frontera.
Los Ángeles y de Chicago. Ya no volveré a cantar con mariachi, solo con banda. Me la piden en los palenques y en la plaza de toros donde presento mi espectáculo. Usted es de pueblo y debe de saber cómo siente la gente del campo, como quiere de verdad y como es capaz de morir por un amor. Quiero una película como aquellas que hacia el Indio Fernández, con hembras de a deberás y con hombres a caballo, quiero que meta canciones, le voy a mandar un casete. Hay usted las acomoda al argumento Y quiero que en la última escena, Helena y yo nos huyamos sobre mi caballo blanco, en medio de la noche, bajo un cielo enorme, lleno de nubes.
Eso me dijo en su casa por eso estoy aquí, desde ayer, intentando escribir. Los muertos del aeropuerto y la masacre de Yapachi no pueden ser una película de canciones, pero de Santa Rosa surgirá la historia. La luna estaba alumbrando y en este pueblo minero fantasma, parecía que no había un alma. Sus siete calles vacías. Sus nueves callejones oscuros me dijo mi madre date una vuelta por el pueblo, antes de encerrarte en la huerta a escribir, vi a Damián Carabeo que entraba a la Presidencia Municipal a buscar al
Presidente con toda seguridad. Veía gente desconocida entre a una tienda pedí una soda de toronja la mujer me la dio mirándome de lado, como con pena. Se veía intranquila me pregunto ¿No es usted investigador? .Le conteste que no es que me contaron que había llegado un forastero preguntando cosas. Usted estuvo en la fiesta, ¿verdad? Las fiestas de tercer centenario del pueblo, hace seis años, dijo, esperando que yo le contestara afirmativamente. Si por acá anduve, reconocí. Ella sonrió. ¿Ya no se acuerda de mí? La mire con detenimiento. Usted estuvo en mi coronación. Yo soy Jacinta, Jacinta Primera.
Pero esta reina de hora no es la misma de entonces. Antes era la reina. Ahora solo me dicen para burlarse. Esta que ve usted aquí en persona es y no es la misma. No soy la que usted conoció como Jacinta.
JACINTA PRIMERA
Apenas han pasado seis años, pero así es el tiempo, va cambiando a las gentes. Quien iba a imaginar que este pueblo cambiaria tanto, las tiendas abiertas, llenas de gente de los ranchos. Dese una vuelta, las tiendas cerradas, la gente escondida, las trocas abandonadas en los caminos. En donde están los hombres. Puras mujeres enlutadas usted conoció mi sonrisa niños huérfanos. Donde quedo mi belleza, no le miento. A usted le consta como yo era antes, como vestía, como calzaba. José Dolores se quedó los ocho días que duraron las fiestas. Se la paso tomando y haciendo bailes para mí. La gente hablaba. Decían que me daba mal lugar y que estaba dejando en descrito al pueblo, pues yo era su representante, como los presidentes, pero una es tan tonta que no se fija en esas cosas.
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