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EL PAPEL DE LOS REALITIES EN LA SOCIEDAD CONTEMPORANEA


Enviado por   •  3 de Junio de 2012  •  2.115 Palabras (9 Páginas)  •  883 Visitas

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- ¿A qué se debe el éxito que actualmente tienen los reality shows?

- Antes que nada, una vez más la propuesta televisiva atenta contra las posibilidades de la creación o recreación mediáticas cediendo a las complacencias de la tentación tecnológica. La imaginación y la reflexión retroceden frente a la eficacia de las máquinas: las perfecciones de captación y registro desplazan otras destrezas favoreciendo la indolencia de quienes, sin mayores aptitudes o esfuerzos, ocupan las pantallas. Los automatismos maquinales de una manipulación sencilla vuelven a determinar la mediocridad de un espectáculo doblemente doméstico –se ve en casa, se ve una casa- promovido desde los medios con todos sus medios, confundiendo las propiedades estéticas con las facilidades técnicas, las instancias del esparcimiento con las estrategias comerciales, las reglas del juego con las del mercado.

Son desmesuras propias de una aspiración ambiciosa como es la de mostrar y conservar todo. Todo aparece expuesto en pantallas pero, ya se sabe, en la misma medida que las panatallas dejan ver, impiden ver. No pueden sorprender las ambivalencias de una tentación totalitaria, variante de esa tentación tecnológica, que la literatura alegoriza, desde La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, ya en 1940, hasta 1984, de George Orwell, o de un más legendario golem medioeval, tan viejo como el mundo.

- ¿El clima de relativismo generalizado que existe podría explicar este auge de programas que muestran obsesivamente del otro?

- A diferencia de las búsquedas del pasado -que procuraban el conocimiento a partir de mitos, leyendas y prácticas iniciáticas trascendentes- la actual disposición de los recursos tecnológicos y los desafueros de la presencia mediática han habilitado una búsqueda de lo verdadero en lo ordinario, en tanto conforme a un orden cotidiano, deslizando las funciones de divulgación en formas de vulgaridad impuesta. Un desliz que confunde la popularidad con la grosería, subestimando lo popular en términos de éxito comercial.

Este género de espectáculos pone en evidencia las debilidades de una imaginación escasa que se vale de interpretaciones anodinas para dar cuenta de situaciones igualmente insustanciales. No es la primera vez que la curiosidad del espectador se hace cargo del vacío con que el autor cuestiona la validez de su quehacer, anulándolo; pero no se trata en este caso de las especulaciones que, sobre la naturaleza del arte, habían propiciado esa experiencia mística ni del escepticismo estético que niega a la representación su referencia.

Tampoco guarda afinidad alguna con las obras que, abiertas, provocaron la participación del lector o espectador o, por lo menos, llamaron la atención sobre las funciones estéticas de la recepción. Esta propuesta actual se aleja definitivamente de los ejercicios del vacío que marcaron la contradictoria realización artística de un siglo que, procurando en el arte mismo la definición del arte, lo dio por terminado. Desprovisto de interés, el cuadrado de la pantalla escarnece el cuadrado negro de Malevitch o trivializa la expectativa de las telas blancas o las páginas en blanco que consagró más de un poeta.

Vuelven a acechar los riesgos de la imitación, las presunciones de la semejanza confundidas con el conocimiento. Tanto las Sagradas Escrituras, entre los judíos, como los diálogos de Platón, entre los griegos, advertían contra los riesgos de la tentación analógica, la tentativa de crear imitando, la aspiración a identificar las imágenes con lo que ellas representan. En una cultura, la imitación denigra la veneración divina en ídolos falsos; en la otra, menosprecia el apartamiento de la Verdad de los arquetipos por las construcciones conceptuales o materiales con que los remeda el hombre.

Si bien el juego de Gran Hermano apuesta a la naturalidad y transparencia, la gestión no deja de ser forzadamente opaca; artificial –ni siquiera es artificiosa y mucho menos artística- aunque se la quiera asimilar a una situación posible. Sin embargo, da lugar a episodios en los que el espectador llega a sentirse, sino identificado, presumiblemente implicado. Sin ser espontáneas, las iniciativas de esta especie de work in progress ceden a la tentación de improvisar: libreto ausente, elaboración nula –o el fingimiento de la carencia-, actuación no profesional, como si la falta de idoneidad fuera atributo de una pretendida realidad. Hace más de un siglo, en un ensayo de vigencia aún admirable, Oscar Wilde se lamentaba de "La decadencia de la mentira". Se debatía contra las debilidades de un naturalismo nulo que presentaba personajes que, si bien nadie esperaba que fueran genios o ingeniosos, muchos menos tan aburridos. "El registro de sus vidas carece de total interés –decía Wilde-, ¿A quién le importa lo que les ocurre?" Refiriéndose a la literatura, sabía de la exigencia de ciertos requisitos: encanto, belleza, poder imaginativo. "La única gente real es la gente que nunca existió", de manera que para él un autor no debería ufanarse de que sus personajes no fueran tales. Su condición literaria los rescata de la redundancia y el hastío. Si de arriesgar se trata, el realismo de los episodios de Gran Hermano no presenta una provocación ni un desafío suficientes. El realismo, ya desde sus sus primeras menciones en el siglo XIX, designa una corriente que apela a la representación de los aspectos más crudos y más duros de la ralidad, aun los más vulgares. La pluralidad de realismos (socialista, utópico, nuevo), sus compuestos y derivados (surrealismos, neorrealismos, hiperrealismos, fotorrealismos, antirrealismos) son indicios de la diversidad de una realidad que, puesta es escena, se desmerece por la precisión y alta resolución de los medios técnicos que, cada vez más perfectos, desplazan la dialéctica de la representación hacia una desaparición progresiva. Eficientes, sus procedimientos se atenúan hasta la inadvertencia, pero sin embargo Gran Hermano busca subrayarlos. De la misma manera que desde hace algunos años el diseño de equipos y aparatos se complace en mostrar, por transparencia, las piezas que los componen, el programa en cuestión no disimula los mecanismos a los que responde. Sin mayores alardes, las máquinas se ven, su funcionamiento también.

El juego de Gran Hermano suscita una curiosidad primaria que pronto deviene incuria; desde el principio se sabe que la ficción no cuenta. ¿Y la realidad? Dudosa, va decayendo en indiferencia diaria, en las desaprensiones del hábito. Un show escaso queda sólo en la acción más simple: mostrar, sin más.

- Esta nueva necesidad por lo real refiere a una pérdida del pudor en la sociedad contemporánea...

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