ESTADO, SOCIEDAD Y TRABAJO
perlamayorApuntes24 de Abril de 2022
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MATERIA: ESTADO, SOCIEDAD Y TRABAJO. 1° AÑO. Prof. Angel Tolaba
las actividades práctica, una por semana, están incluida aquí en rojo.
PRIMER DICCIONARIO ALTERMUNDISTA.
Autores varios. Capital intelectual, bs. as., 2008.
Estado (pp. 135-136):
El análisis del Estado probablemente sea uno de los puntos débiles de todas las teorías de los movimientos progresistas. Sin duda, pensar el Estado es tan difícil como pensar la figura que le contrapone el liberalismo: el mercado. Su naturaleza compleja y contradictoria también influye mucho, pues está en el centro de la relación entre el individuo y la sociedad.
Todas las grandes filosofías políticas de la época moderna han intentado teorizar sobre el origen y la naturaleza del Estado. En el siglo xviii, el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679) explica que cada individuo deposita una parte de su libertad en manos del “Leviatán” para abandonar ese estado de la naturaleza donde “el hombre es un lobo para el hombre”. Ese acto es la fuente del monopolio de la violencia legítima que detenta el Estado.
Poco después, John Locke (1632-1704) le responde que el Estado nace del libre consentimiento de los hombres para concretar el contrato social que han trabado: el derecho garantiza y acrecienta la libertad, pues para él el derecho de propiedad es central.
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) va aun más lejos en El contrato social (1762) y sitúa el fundamento de lo político en la soberanía del pueblo que expresa la voluntad general irreductible a la suma de los intereses individuales. La regla pública (res publica) es la única defensa contra el desarrollo de las desigualdades, otro tema de reflexión de Rousseau. Tal es la base sobre la que se ha construido la filosofía política del liberalismo durante el Siglo de las Luces.
En el siglo xix, el nacimiento del socialismo hace emerger otro enfoque. Para Marx y Engels todo Estado es el Estado de la clase dominante. En cuanto superestructura política, su función es mantener por medio de la fuerza y la ideología las relaciones de producción dominantes y, en cuanto sistema capitalista, debe defender primero la propiedad privada. Aquí encontramos el papel determinante que el marxismo atribuye a la infraestructura económica. No obstante, Marx y Engels insisten en el hecho de que, en el sistema capitalista, para que el Estado sea un Estado de clase eficaz en la reproducción de la sociedad de clases, es necesario que se erija por encima de las clases: sin un Estado capaz de administrar los compromisos sociales provisorios, la sociedad se “consumiría”. Así, “el Estado burgués” no es (solamente) el Estado de los patrones, contrariamente al Estado feudal, que es el Estado de nobles. La historia de las experiencias revolucionarias del siglo xx ha mostrado, por un lado, que la tesis marxista del debilitamiento del Estado (o su prima anarquista de la abolición del Estado) ignoraba ese carácter dialéctico que sin embargo los dos pensadores habían vislumbrado y, por el otro, que el sacrificio de las libertades, demasiado pronto calificadas de burguesas y, por lo tanto, “formales” en la época del estalinismo, conducía a la negación de la democracia. Así, esas revoluciones han ignorado a peso de la burocracia y su capacidad para bloquear las evoluciones, que no obstante son necesarias desde el punto de vista del interés general. Sin embargo, según el filósofo Miguel Abensour, en Marx existía la intuición de una autonomía de lo político respecto de la economía como “lugar de la aplicación del querer”, que caracteriza la modernidad.
Hoy, debemos asumir, pues, una herencia de varias facetas. El Estado es indudablemente un agente de la reproducción social, pero también es el lugar donde se traban y se gestionan, en función de las relaciones de fuerza sociales, las alianzas y los compromisos entre las clases. Por lo tanto, es el escenario de una lucha por el poder político entre éstas.
Representa, finalmente, uno de los polos del ejercicio de la democracia: el de la democracia representativa con su forma parlamentaria más frecuente, frente al de la democracia que ahora llamamos participativa, que expresa la aspiración al control popular directo y a la autogestión. En el seno del movimiento altermundialista, en su fase actual, la tensión/armonización entre esos dos polos aún no está asumida ni resuelta. Ello resulta mucho menos simple ya que, paralelamente, el neoliberalismo se las ingenia para reducir lo más posible la función social del Estado, garante del interés general, para conservar únicamente su función de guardián, de “gendarme” del orden dominante.
Colonialismo, fascismo, estalinismo: la historia da elocuentes muestras de que el Estado puede ser sinónimo de las peores opresiones. Sin embargo, no debiéramos quedarnos con eso. La ofensiva liberal contra el Estado prueba que no se lo puede reducir al rango de mero instrumento al servicio de la “clase dominante” y que no es necesariamente sinónimo de “mal”. Cualquier comunidad compleja (asociación, partido, Estado, etc) supone delegaciones de poder. Por lo tanto, es más sabio no negarlo e intentar organizarlo de forma democrática (con elecciones y contrapoderes). La ciudadanía comprendida en el sentido fuerte es justamente el poder que se da al pueblo, en especial a través de la elección de sus representantes, de decidir, de “hacer la ley”. Ahora bien, para poder ejercerse, esa ciudadanía supone un Estado de derecho, un marco institucional, pues es la República quien instituye a los ciudadanos.
Pero, para funcionar, un Estado semejante supone un “aparato” que se encuentre por encima de la sociedad y que, por lo tanto, esté separado de ella. La construcción del Estado moderno es primero el proceso de desarrollo de una burocracia de Estado que tiende a querer controlar la sociedad (las experiencias totalitarias llevan esa tendencia al extremo). Estamos, pues, ante dos problemas fundamentales que no han podido ser resueltos por los movimientos de emancipación del pasado. ¿Cómo hacer para que los “representantes del pueblo” representen realmente al pueblo una vez que llegan al poder? ¿Cómo hacer para que las instituciones estatales necesarias no se autonomicen para el beneficio de una pequeña minoría? Lo que está aquí en el centro del debate, pues, es la cuestión de la democracia, sus vías y sus medios.
Los límites de la “ciudadanía mundial” se miden según esa vara. Ésta presenta ventajas en la medida en que implica exigencias internacionalistas, reivindicaciones democráticas y la conciencia de una pertenencia común. Los seres humanos parecen consentir en algo que se parece a una ciudadanía mundial y que se traduce por instituciones transnacionales (convenciones internacionales, organizaciones no gubernamentales). Pero esa ciudadanía mundial aún se encuentra en estado embrionario. La cuestión del arbitraje a escala mundial es problemática. No existe una democracia mundial donde el poder del pueblo pueda ejercerse plenamente. Los Estados, los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales o las asociaciones como ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana) pueden ser útiles, pero su representatividad es problemática en lo que respecta a las aspiraciones de los pueblos en su complejidad a escala mundial. De ese modo, la globalización actual, opuesta a las regulaciones del Estado, puede analizarse como un medio para las clases dominantes de eludir las restricciones democráticas, pues el espacio internacional, que aún suele ser un lugar de no derechos, es un lugar de libertad para los más fuertes. Mientras que cuando el pueblo tiene el poder, logra imponerle al Estado una dimensión progresista. El siglo xx ha legado así una suerte de revolución, principalmente en Europa del Oeste: el Estado “social”. Revolución que está inconclusa y que no carece de límites (la burocracia es uno de ellos). Con su globalización, el capital intenta matar dos pájaros de un tiro: socavar la democracia (la democracia accionarial -“una acción, una voz”- reemplazaría a la ciudadanía democrática, “un hombre, una voz”) y destruir el Estado “social”.
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