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El Mundo En 1938


Enviado por   •  10 de Septiembre de 2013  •  1.827 Palabras (8 Páginas)  •  338 Visitas

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La guerra se había magnificado y los pequeños combates habían dado paso a las grandes batallas. También se había reducido el número de asesinatos incontrolados. En los calabozos de Falange y los «Preventorios del SIM», que los anarquistas apodaban checas, continuaban las actuaciones arbitrarias. Sin embargo, se mataba menos en las carreteras y las tapias de los cementerios, aunque la muerte continuaba como dueña y señora de los tribunales populares, de los consejos de guerra.

El año se inició con euforia republicana por la batalla de Teruel, conquistada dos días después del día de Reyes. En la otra zona, el día del Niño, porque los juguetes ya no los traían los Magos sino los sindicatos y cooperativas. Sin embargo, Teruel fue una victoria efímera. Después, el Ejército Popular fue masacrado en Teruel, Aragón, en el Ebro y, en vísperas de Navidad, Franco atacó Cataluña.

Cualquier esfuerzo era poco frente a los desastres de la guerra. Muchedumbres de desplazados, huérfanos, hijos de prisioneros, ancianos y viudas dependían de la caridad para comer. Crecía el número de heridos e inválidos de guerra, hasta el extremo de que, el 5 de abril de ?938, el Gobierno de Franco creó, para los suyos, el cuerpo de Mutilados por la Patria, que sustituyó a los antiguos Inválidos Militares. En este frente se sucedían las proclamas sobre la virtud cristiana y una asociación de damas piadosas llamó traidoras a la patria a las muchachas, decentes por supuesto, que flirteaban con los soldados. Sin embargo, mientras se predicaban la moral y las buenas costumbres, el desamparo y la miseria fomentaban la prostitución en los barrios populares y centenares de mujeres ofrecían su cuerpo por pocas monedas.

Sin pan. Cada día, el hambre. La República debía abastecer Madrid, Barcelona, Valencia y zonas muy pobladas. Y sin tener comida para tanta gente, porque las tierras de pan estaban en zona enemiga, como la mayoría del ganado y de la pesca. En cambio, la comida parecía sobrar a los franquistas que, en ocasiones, bombardeaban ciudades republicanas con panecillos. El «pan blanco de Franco» se convirtió en propaganda, acompañado de pasquines con aquello de: «Ni un español sin pan, ni un hogar sin lumbre». En cuanto llegaba al suelo, las hambrientas mujeres y niños se lo disputaban, sin ascos al pan del enemigo. Porque el hambre no tiene banderas.

Faltaban la carne y los cereales, amasándose cualquier cosa que pareciese harina. Los pescadores republicanos no se adentraban en el mar, que dominaba la flota contraria, y hasta tuvieron prohibido abandonar los puertos. El azúcar era casi un recuerdo y se endulzaba con miel, sacarinas… o con nada. Escaseaban las patatas, los garbanzos y las judías, aunque había algo de arroz y lentejas, «píldoras del doctor Negrín» ridiculizadas por los franquistas. Las había, pero escasas y mezcladas con piedrecillas, que debían separarse antes de ponerlas en la olla, pasándolas una a una con el dedo, como rezando un rosario laico.

En Barcelona, acabaron estofadas las palomas de la plaza de Cataluña, como antes las gaviotas de Bilbao. Las flores desaparecieron de los patios y jardines, que verdearon patatas y hortalizas. En los pueblos, pese a la intervención y las incautaciones, los campesinos ocultaban parte de la cosecha para la familia. En el mercado negro, el tabaco, el café, la leche condensada y las conservas se intercambiaban como si fueran dinero. Cuando era posible, se enviaban a los niños y los abuelos al campo para que los alimentaran los parientes. Y para ahorrarles los bombardeos, cada vez más violentos y frecuentes, sobre todo en Barcelona.

A precio de oro. Mujeres, ancianos y niños hacían colas interminables con la ilusión de conseguir algo comestible, comprado a cualquier precio. Porque todo estaba tasado oficialmente, sin que la legalidad coincidiera con la vida. La docena de huevos estaba tasada a ?7,50 pesetas y se pagaba a ??0; el kilo de patatas, oficialmente a una peseta, valía ?2; el litro de aceite de tres pesetas podía conseguirse a ?00.

Todo podía comerse. El hambre, el mejor condimento conocido, generó la cocina de la escasez. Las mujeres freían mondas de naranja, hervían hojas de lechuga como si fueran espinacas, preparaban tortillas con harina y cáscaras de fruta, inventaban chuletas con puré espeso de algarrobas rebozado con pan rallado. El Madrid hambriento descubrió la «merluza a la evacuada», hecha de harina y despojos de pescado.

No faltaban las naranjas, el vino, uvas y almendras, pero el café era cebada tostada y, en ocasiones, cáscaras de cacahuete. El tabaco fue sustituido por hojas secas o tomillo y los colilleros, especialistas en auge, aprovechaban las puntas de cigarrillos ya fumados para liar otros nuevos, vendidos por unidades.

Los periódicos incluían recetas para cocinarlo casi todo y aparecieron organizaciones que gestionaban comedores colectivos. En Madrid los hubo para embarazadas, y en Barcelona La Gastronómica dispensó alimentos ajustados a un menú de guerra. Madrid, casi cercado, debía alimentar a numerosos refugiados, más las abundantes tropas en su cinturón defensivo. Barcelona padecía el desabastecimiento de toda Cataluña, con un millón de fugitivos, además de los numerosos funcionarios y militares llegados al trasladarse el Gobierno desde Valencia. En las ciudades faltaba el combustible y se quemaba cualquier cosa para cocinar y calentarse. En Madrid escaseaban la ropa y los zapatos, y una Junta Reguladora de Uso y Vestido clasificaba los artículos según su necesidad.

A veces llegaba leche en polvo o chocolate enviados por los cuáqueros norteamericanos y se desembarcaron toneladas de latas de carne rusa, mayoritariamente destinada al frente, porque el Gobierno quería alimentar a las tropas combatientes, aunque fuera a costa de la retaguardia.

Las

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