El Problema De La Libertad
sadasds7 de Diciembre de 2014
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La libertad es uno de estos actos centrales y de los problemas más agudos de la ética filosófica. Según se vio al tratar la eticidad, de libertad es el rasgo fundamental y constitutivo de la condición humana y la capacidad de decidir la manera en que uno actúa. El ser humano posee características específicas a las que filosóficamente se les ha llamado potencias porque están en el ser humano como posibilidad es que pueden desarrollarse en distintos grados y de varias formas. Potencialmente el ser humano puede vivir individual y colectivamente conforme a las leyes y valores, percibir desinteresadamente lo que lo rodea, puede amar comunicarse y también puede darse cuenta y sentirse involucrado en las diversas dimensiones del historia.
Los hombres pueden ser racionales en la misma medida en que pueden ser irracionales. Puede comunicar los tanto como pueden aislarse. La libertad de acción no se manifiesta nunca como un poder absoluto que se realiza sin obstáculos. En otras palabras, la libertad humana en ese ilimitada. A la vez, tampoco se puede pensar que las limitaciones son absolutas. La libertad, para realizarse se encuentra siempre en interacción con su contrario: la necesidad y la determinación (natural o social). Los individuos que perseveran luchando por su autodeterminación logran trascender sus propias limitaciones y generan cambios trascendentes. A pesar de todo, lo que limita a los seres humanos es que ellos mismos son autores de su destino, nunca están absolutamente determinados.
La autonomía y heteronomía
La palabra en tono miembro viene dos palabras griegas autos, “sí mismo” y nomos “norma” o “ley”. Cada quien tiene la posibilidad de elegir el comportamiento que quiere seguir; es decir, tienen la capacidad de ser autónomo. El objetivo principal de la reflexión ética es propiciar el individuo el conocimiento de su ser, de la realidad de su actuar, de los ideales que tiene y de sus deseos. La autonomía ética dota a los individuos de la capacidad para establecer las pautas de acción que lo orientarán en la búsqueda de los auténticos fines, es decir, del sentido que libremente quiere aportar a su vida.
Lo contrario a la autonomía es la heteronomía; es decir, el ser gobernado por lo que digan otros con las tradiciones sociales, cayendo en un comportamiento mecánico o sumiso que acepta las circunstancias dadas sin cuestionamiento y valoración propia. La autonomía no consiste en hacer todo lo que nos venga en gana, sino en pensar qué valor tiene aquello que se desea realizar. Al valorar, se establece una preferencia respecto a las distintas formas de conducta, se perciben cualidades “mejores” o “peores” en los diferentes comportamientos y, sobre todo, uno se ve obligado a ser consecuentes con sus decisiones y a formular normas de conducta.
Al valorar y normar los actos y preferencias se descubre el deber ético. Esto proviene de las propias convicciones, de lo que parece digno de regir u orientar la propia vida, pese a las dificultades que al asumirlo fielmente será necesario superar.
Él debe significa que aquello que se ha descubierto como un valor debe prevalecer en las acciones. Al conocer el deber que los valores imponen, la libertad deja de ser indeterminada. Ya no es posible optar en cualquier sentido; sino que la libertad ha recibido la determinación que al provenir de lo que uno ha decidido, la convierte en una libertad autónoma. Se cae en la heteronomía cuando se asumen normas de conducta sin haberlas analizado y se aceptan acrítica o irreflexivamente. Uno no se adueña de ellas, no la siente suyas y así no le confieren autogobierno. La libertad tenía un aprecio, una evaluación de las diferencias cualitativas, una distinción entre “mejor” y lo “peor”, entre las posibilidades que humanizan, en las que parecen dejar a la persona igual
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