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El almohadón de plumas


Enviado por   •  7 de Septiembre de 2017  •  Resúmenes  •  1.123 Palabras (5 Páginas)  •  239 Visitas

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El almohadón de plumas

[Cuento. Texto completo]

Horacio Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su

marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces

con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba

una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su

parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.

Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más

expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía

siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio

silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de

palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las

altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a

otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera

sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido

por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin

querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró

insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al

jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán,

con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en

sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado,

redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron

retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una

palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció

desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y

descanso absolutos.

-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran

debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy,

llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha

agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba

visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en

pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía

casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a

otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el

dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada

vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que

descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos,

no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se

quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y

labios se perlaron de sudor.

-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.

Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

-¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió

...

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