El costo de ser mujer
Paz FernandaEnsayo4 de Septiembre de 2018
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El costo de ser mujer
Por Paz Rojas G.
En un país que intenta frenar la desigualdad en todos los aspectos, uno de sus desafíos más importantes es eliminar la brecha salarial entre hombres y mujeres. Pero combatir el abuso en el ámbito laboral no es suficiente cuando otro tipo de violencia económica es invisibilizada para el género femenino. El fenómeno del impuesto rosa es un obstáculo para lograr un cambio a nivel real en la sociedad. El mayor precio de los productos para mujeres y niñas impuestos en el mercado, en comparación a aquellos destinados a los hombres, constituye otra forma de discriminación y desigualdad de género .
La integración de las mujeres al mercado del trabajo mejora cada año y en Chile, su incorporación a la fuerza laboral ha subido más de un 14,3% en los últimos veinte años. A pesar de esto, las mujeres perciben casi un 15% menos de sueldo que los hombres por cifras recolectadas por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) en 2015 y aun así se ven enfrentadas a un mercado que las castiga económicamente con productos, que aunque no difieran en su funcionalidad con otros para hombres, van determinados a cumplir con parámetros que corresponden a la definición capitalista de feminidad.
Partiendo por lo esencial, en varios países se ha debatido el que las toallas sanitarias y los tampones sean reconocidos como productos de primera necesidad y por lo tanto, no se deban pagar impuestos por ellos. Los supermercados catalogan los productos menstruales como algo de lujo y se logra lucrar con una necesidad del cuerpo femenino. Así también se ve reflejado en medicamentos como paracetamol en su versión exclusiva para mujer, con un precio que difiere de otro en su versión regular pero con las mismas características.
Un estudio realizado en 2016 por el Departamento de Asuntos de Consumidores de Nueva York mostró variaciones en los precios entre productos para mujeres y hombres que oscilaron entre un 7% en juguetes, un 8% en ropa y un 13% en elementos de cuidado personal, entre otros. Otros organismos advierten que no existen investigaciones al respecto en América Latina y por lo tanto este fenómeno no se da en otras partes además del país norteamericano, cayendo en una falacia ad ignorantiam porque sostiene la verdad a partir de que no existe un estudio que pruebe lo contrario, pero probablemente esta práctica es replicada en cada rincón del mundo y es una tasa que pasa desapercibida ya que está impuesta en nuestra cotidianidad desde los inicios de la sociedad de consumo.
La costumbre de elaborar productos especiales, tal como lo mencionado en el párrafo anterior, se remonta a décadas atrás en donde los grandes comerciantes daban por hecho que las mujeres, al sólo desempeñarse en labores domésticas y al no deber de cumplir con horarios de trabajo, contaban con el tiempo y la responsabilidad de decidir qué comprar, haciendo así del género femenino su público objetivo. Sin embargo esto está totalmente descontextualizado a la época en que vivimos y en donde las actividades suelen ser compartidas entre ambos géneros y claramente no necesitamos de un color o característica especifica que sea acorde a nuestra identidad.
Algunos manufacturadores expresan que las diferencias de precios en vestuarios se deben a que las prendas de las mujeres requieren mayor mano de obra y se producen más estilos en las prendas de una colección femenina que en una masculina. Identificando así, una falacia de tipo ad hominem ya que el argumento viene de parte de quienes obtienen sus ganancias a través de la estereotipificación de las actividades, roles y rasgos característicos atribuidos al género femenino. Actualmente hombres y mujeres son capaces de decidir por prendas y elementos que van más allá de lo que se ha instaurado, exigiendo neutralidad en colores y diseños logrando así llegar a un mayor
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