Estas páginas las inicio como muchos otros: Sin conocimiento pleno sobre el contenido, aunque sí un presunto final.
Luis CazaresEnsayo5 de Mayo de 2016
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Primer escrito
Estas páginas las inicio como muchos otros: Sin conocimiento pleno sobre el contenido, aunque sí un presunto final.
No significa eso que no esté consciente sobre los que serán los puntos a tratar o que carezco del sentido de dirección muy necesario en toda redacción, puesto que desde el momento en que me di a la tarea de acomodar ideas, tengo bien presente la finalidad objetiva de esta presentación.
Desde hace unos años, la creciente marea de escritores noveles, centros culturales y el sempiterno bajo incentivo hacia la escena artística me encaminaron a tomar decisiones desde una perspectiva totalmente individual (egoísta si quiere ser así), aún en los casos en que estas se extendían hasta el plano de la colectividad. Si dijéramos que en estas ideas que esbocé y traté con mucho empeño de materializar, existieron buenos frutos, se darían cuenta de inmediato de la mentira. Durante mucho tiempo los entusiastas de las letras hemos vivido un número importante de fracasos y rechazos -algunos sin razón, originados por editores inhumanos que pretenden convertir la literatura en un juego absurdo-, pero no dejamos de intentar mostrar al mundo quienes somos.
Entonces avanzamos lentos y con una especia de coraza que nos evita vibrar tan fuerte como queremos; se olvidan sentidos y personas, queremos serlo todo, sin seguir a alguien.
Parece el común denominador: Crítica mordaz, sinsentido en las palabras, levantamiento de ilusiones.
8 de agosto
Estoy de pie. Me sostengo apenas con los pocos deseos que restan. Cansado e inquieto, no encuentro razón suficiente para dar la cara a todo eso que perdí después de mi renuncia y que hoy vuelve para atacarme con intención de que desista de lo hecho.
Bajo la fachada de una casa ajena en donde han tenido a bien de recibirme, espero con disgusto que se acabe el cigarrillo. En las últimas semanas el calor es agobiante y este vicio mantenido por tantos años no me deja disfrutar por largo tiempo los lugares frescos o encerrados. Miro la pared que esta frente a mi pestaña y las plantas que se enredan por su espacio gritan lo que sienten, la temperatura sube.
Estoy mareado y en intento por dar la vuelta tropiezo con los pensamientos. Maldita suerte de saberme preso de un malestar continuo, estoy como embrujado, mi pecho duele por el cartílago del corazón que se expande. Poso mi rodilla en la banqueta y con una mano tomo impulso al levantarme.
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Después de un buen rato, me di a la tarea de tomar algunos tragos. Hace tiempo que no buscaba una copa y fue rápido el efecto.
Mientras la botella perdía contenido, cayendo hasta el fondo de mi estómago, la caja de cigarrillos pedía tregua y no menos los pulmones. Seguí pensando en la facilidad con que avancé por los días de mi vida, construí mis veredas como quise, pero no fueron más que eso, simples líneas sin estética donde el fondo se perdió, nada sostenible; entonces, creo que la mejor manera de forjar destino es ir a paso lento, lo reconozco como cierto cada vez que escucho de otros tantos, aunque como hombre que se despega de las cosas, aburrido y simple con facilidad, la amargura de la espera no me conmueve.
15 de agosto
No son pocas las ocasiones en que pierdo los oídos de mi madre cuando estoy dispuesto a contarle todo lo que inquieta mis días; tampoco muchas las respuestas que podría darme, pero siempre es conveniente ver opciones.
Durante la semana pasada estuve en ejercicio mental por el intento de recordar a una tía que vi algunas veces cuando niño. Ni siquiera recuerdo cómo se llamaba o de donde era porque murió de pronto y no se habló del asunto. Ella, con su atractivo brutal, era seguida por mi padre, quien siempre fiel a su ánimo polígamo, le tomaba por los brazos para invitarla a bailar en las reuniones como algo con sentido de inocencia, aunque mamá no tardara en hablarle desde otro lado de la casa logrando que se detuviera. Una tarde entré de prisa a la cocina buscando un sobre de mi abuela y la imagen que no se olvida es la de él acariciándole los pechos que ya tenía al descubierto.
Un grito desde el fondo me obligó a cerrar la puerta y desde ese día mi padre y yo hemos tenido un vínculo del que no nos da por desentrañar, porque conocemos bien.
Hoy resultaría bueno verlo porque tengo algo que me ofusca de tal manera que no puedo concebir una lectura o tomar camino al ingenio sin que venga de pronto un sentir de insuficiencia.
Ya con la luz apagada espero que me alcance el sueño. No voy a darle voz a los instintos.
23 de agosto
Soy un soñador que encripta sus mensajes en los recovecos menos predecibles, pero que lo grita al mundo para que puedan dar con ellos. Es como una llamada de alerta, el ánimo por sentirme descubierto.
Me siento como el hijo único que delata sobre un florero que se ha roto; o el iluso funcionario que reclama a su jefe la falta de recursos destinados a las obras municipales. Cierto, por una parte, quiero ser el punto medular de un asunto, cosa lograda sin problemas, mientras que en otros rumbos soy culpable por un daño ocasionado al instante de la solicitud expuesta en forma atemporal e ilógica.
Me falta aprender algunas cosas sobre el mundo: Saber cómo se construye un búnker; las partes del ala de un pájaro; quizá leer sobre gestos y miradas y, sólo así, diré que estoy listo para hablar con arquitectos, avicultores o maestros que modelan kinestésica.
Estoy desesperado hoy porque no recuerdo ni una historia que contar sobre amantes ni me suena algo en mi interior para decirlo como un hecho. Me siento deshojado, malhecho, fúrico también y dentro de poco no entenderé lo que he escrito en esta hoja por lo rápido que intento sacar la garra que me aprieta el estómago. Quiero dormir.
9 de diciembre
Ayer que me senté en una banca del centro vi a lo lejos un par de chicas jugueteando en el césped. Se besaban al tocaban los muslos, pendientes de su lívido, como si nada estuviera cerca. Juntaban los cuerpos haciendo una especie de nudo con sus piernas. La que llevaba vestido parecía no disfrutarlo tanto como la otra, pues la poca tela que le cubría se levantaba al paso de la mano. Después de algunos 15 minutos de estar frente a la escena, me levanté y caminé hacia otro lugar.
Llegué hasta el escalón de un museo y comencé a escribir la historia de un chico que tenía en mente. Aún intento intervenir mis pensamientos para sacar algo de provecho a lo que tengo, pero se complica por el tiempo tan breve que me sobra de mis actividades.
Mientras veo el semáforo que cambia una y otra vez y los vehículos que no respetan sus colores de tradición, se acerca hasta mis píes una mujer delgada y de piel maltrecha, cubierta apenas con un short pequeño y blusa que trata de ocultar sus pechos. Sin separar sus lentes de la cara, me obliga a mirar hacia arriba para responderle sobre los lugares que podrá encontrar en mi ciudad. No me di cuenta en el momento que buscaba compañía, lejos de querer en realidad saber lo que en el centro de atención turística cercano le pudieron haber dicho.
Después de todo le dije cuanto podía y se fue con una destacada mueca que me pareció simpática, pero que no era más sino una queja interna a su osado intento que resultó perdido.
La seguí con mi vista mientras recorría el camino justo que le tracé con una mano, librando los obstáculos -coches que se atravesaban-, hasta que llegó más lejos y casi la perdí.
¿Qué se hace ahora mientras uno ya no tiene plena libertad de movimiento? Me pregunté angustiado, pero decidí subir a la aventura y encontrarla por delante.
15 de enero.
La vi de lejos. Su altura, el color, un brillo que gritaba en sus ojos, los pies al caminar. Era como si saltaran de su piel colores tan diversos: Rojo, azules y verdes.
Sólo descontento.
Me adormecí creyendo en el sueño y dormí como mentira. Hoy es diferente y una fuerza que no reconozco me lanza sobre estas hojas, como si la memoria se guardara algo que no soporta y busca forma de escapar, aunque bien sé que no es así.
He dejado de escribir. A nadie extiendo mis disculpas.
19 de enero
Soñé que caía desde un piso superior a otro edificio y sin saber cómo se sostenía vi el fondo de aquel lugar que me parecía interminable. Desde ese momento en que llegaba a la segunda azotea, huyendo de tres espantosos hombres con manos cargadas de rabia, pude saber que me esperaba un final por mucho trágico.
Crucé una puerta y al llegar hasta la orilla me detuve tan rápido con mi estómago que el aire se me fue. Volteé y dos de los hombres ya me tomaban por los hombros. Sin siquiera hablar me levantaron y dejaron caer. Cada vez movía con más fuerza mis brazos, como si intentara convertirlas en alas y salvarme de aquello volando pero igual que sucede casi siempre, justo dos segundos antes de chocar contra el concreto, desperté.
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