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Los Terremotos Y Sus Representaciones En Chile.


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2012  •  1.237 Palabras (5 Páginas)  •  567 Visitas

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Estamos ante Chile, larga y angosta faja de tierra… sísmica: Valdivia, 1960: la cuna del terremoto más fuerte registrado en la historia; costas del noroeste de Concepción, 2010: el epicentro de un sismo que estremeció y devastó la zona centro-sur y la crónica de un tsunami no anunciado que cobró la vida de miles, arrasando con la localidad de Constitución.

Confusión, pánico; muerte, destrucción; desesperanza, (incluso) unión… Son muchas las palabras que pueden suscitar de una catástrofe como son los movimientos telúricos, y pocas las que pueden resumir una situación de país, que trasciende todo tipo de segmentación. Quizás la más adecuada, por su simpleza e impersonalidad, sea, precisamente: catástrofe. Y es que a la naturaleza no la conmueven clases sociales o afinidades políticas, no son de su incumbencia el horario ni los “problemas humanos”, la agitación de Gaia se desata como crecen sus plantas y la moja la lluvia. Desconozco ahora cómo se lo toma Dios, en las mentes y fé de los religiosos, quizás él sí tiene “sus preferencias”… O alguna que otra razón… En todo caso, la madre tierra también las tiene y se llaman “placas tectónicas”. Y a Gaia y Dios le podemos sumar una tercera causa, muy en boga por estos días, las llamadas teorías conspirativas y el programa meteorológico estadounidense de siglas “HAARP”, teorías las cuales, basándose en testimonios y grabaciones de extraños fenómenos luminosos observados en el cielo, justo minutos antes de ocurrir un terremoto (rareza que hasta el momento no tiene una explicación oficial), conjeturan que se trataría de un “efecto secundario” de la actividad de estas ciento ochenta antenas localizadas al noroeste de E.E.U.U, en Alaska, que utilizan radiofrecuencia contra la ionosfera, produciendo energía en ondas, factibles de teledirigir a un área geográfica y producir así cataclismos. Verdad o no, cualquiera haya sido el caso, el terremoto del 27 de febrero de 2010 ocurrido en nuestro suelo, fue una realidad y no tuvo reparos:

Destrucción… 3:34 de la madrugada de un sábado 27 de febrero del año 2010, familias en casas de madera adosadas a las faldas de los cerros, acogidas bajo el manto del sueño o en vela por las tribulaciones del vivir; hombres y mujeres pasajeros de la noche en sus vehículos, alegrados por el fin de semana o pensativos y silenciosos por los infortunios que llaman a cualquier puerta; jóvenes embriagados, alienados de toda preocupación, en bares y discos, bailando, cantando. Solos o en compañía. Adultos o niños. Ignorantes de la tierra. Un ligero movimiento. Son las paredes las que ahora parecen bailar, el vehículo empieza a dar brincos, la madera parece cobrar vida propia… Entonces no es temblor, no, esto es serio; se apagan las luces, la música; lar alarmas de los autos berrean, la casa se viene abajo… Se dejan oír gritos y el caos se desata: “¡Terremoto! ‘¡Terremoto!”. Entonces se disparan químicos a gran velocidad en los cerebros, la sangre afluye, los ojos se dilatan... Sobrevivencia: luchar o huir. Algunos sistemas más controlados que otros intentan poner en práctica los entonces frívolos métodos de protección en los simulacros del colegio, se mueven hacia umbrales o lugares estratégicos, y comienzan a rezar “el mantener la calma”; otros, presas del pánico, en un colapso nervioso, se desmayan.

Amanece, las secuelas de la hecatombe se dejan ver. Las regiones más afectadas sumen a sus gentes en la aflicción y la pobreza. Es un alba silenciosa, de muerte y desolación. Sólo el frenesí de los noticieros rompe el silencio: “Un terremoto de 8.8 en la escala Richter, sacudió al país en la madrugada…”

Para muchos el terremoto no significo más que un breve susto y quedamos boquiabiertos con las noticias. Gente que lo había perdido todo, familias, casas. Un tsunami que había arrasado con Constitución.

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