Los aportes del G-20 y la Asamblea General de la Unión Europea a una nueva gobernanza global
Laura ValladaresEnsayo19 de Julio de 2020
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Los aportes del G-20 y la Asamblea General de la Unión Europea a una nueva gobernanza global
Introducción
Una de las trascendentales prácticas de la política exterior y de los intercambios diplomáticos en el mundo, reside en la diplomacia de cumbres o diplomacia presidencial. En estas cumbres o foros de alto nivel, “los jefes de Estado se reúnen para resolver y consensuar soluciones a problemas en los que las recetas del pasado no parecen ser suficientes ni eficaces” (Botto, 2010, p.1).
Dentro del actual proceso de globalización, la 71° Asamblea General de las Naciones Unidas y el Grupo de los 20 (G-20) se han erigidos como los principales espacios de diálogo y reflexión, ante los diversos desafíos del siglo XXI. Ambos aprueban que cada país tenga una voz, la que les permite tomar parte activa y sembrar la esperanza de que sus agendas generen acciones concretas.
Pero estos órganos supranacionales, ¿tienen alguna efectividad o mayor democracia? ¿Hasta qué punto esta manera de establecer consensos regula el proceso de globalización? ¿Existe esta cooperación internacional en la solución de problemas desde el ámbito económico, social, cultural y humanitario?
Estas preguntas obligan a precisar que el propósito de este ensayo es demostrar las diferencias y semejanzas en el desarrollo de la agenda tanto de la Asamblea General de las Naciones Unidas como del Grupo de los 20, incluyendo sus implicancias, impactos, escenarios, los principales actores y las formas en que se construyen estos consensos planetarios.
El grupo de los 20
En primera instancia, debemos señalar que la diplomacia de cumbres consiste en una nueva forma de construcción de consenso, desigual y hasta opuesta a la diplomacia multilateral que definió la posguerra y que se plasmó en las instituciones parlamentarias como ámbito de acción.
Con el paso de los años, estas instituciones se fueron burocratizando y comenzaron a mostrar signos de debilidad. En el caso de aquellas de carácter político, “como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la principal dificultad fue hacer vinculantes sus decisiones; y en el caso del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), su principal debilidad fue la falta de democracia” (Botto, 2010, p.1).
Dentro de los rasgos y dinámicas que caracterizan esta diplomacia encontramos que: prima el diálogo directo entre las autoridades sobre los problemas globales con el objetivo de alcanzar consensos, acuerdos o regulaciones vinculantes, hay una inclusión progresiva de actores no tradicionales y no estatales (sociedad civil, empresarios, etc.), una agenda de carácter “interméstico (combinación entre doméstico e internacional), en la cual las diferencias entre los temas que se discuten a escala global y a escala doméstica son cada vez menores” (Botto, 2010, p.1) y el rechazo a la institucionalidad.
Por todas estas características, el G-20 constituye el exponente actual de este fenómeno. Los 19 países (EE.UU, Canadá, UK, Francia, Alemania, Italia, Japón, Australia, Rusia, China, India, México, Brasil, Argentina, Corea del Sur, Indonesia, Turquía, Arabia Saudita y Sudáfrica más la Unión Europea) se “reúnen para construir consensos de manera rápida, con un fuerte liderazgo, sin mediaciones y con una alta visibilidad pública” (Botto, 2010, p.1).
El G-20 surgió a partir de la inquietud de las principales potencias económicas por la inestabilidad del sistema financiero mundial y las crisis que se venían aconteciendo en las economías más endeudadas. Como consecuencia el G-7 decidió crear en 1999 el primer foro que congregó tanto a países desarrollados como a países emergentes:
“La idea provino de Canadá, que la justificó en la necesidad de hacer copartícipes de la discusión y solución de los problemas globales a los países en desarrollo. La iniciativa generó un resquemor inicial en algunos miembros del G-7. En paralelo al surgimiento del G-20, el G-7 creó otros dos organismos que dejarían bien en claro que este diálogo Norte-Sur no buscaría eliminar ni sustituir las instituciones financieras internacionales existentes, como el FMI, sino, por el contrario, consolidarlas” (Botto, 2010, p.1).
En un comienzo, el G-20 consistía en reuniones periódicas lideradas por los ministros de economía y finanzas y por los directores de los bancos centrales para debatir y lograr consensos (por unanimidad) en torno de los principales problemas globales y sus posibles soluciones. Estos consensos se construyen a través del intercambio de experiencias y perspectivas entre los delegados o representantes gubernamentales (deputies) en encuentros anuales, como mínimo dos o tres, en torno de un tema o problemática (agenda) formulado por el país anfitrión.
Para evitar la burocratización, el G-7 decidió que el G-20 no tuviera secretaría permanente. Para sustituir esta ausencia, se pactó en que el liderazgo del G-20 fuera compartido a través de una troika de países que participan de manera conjunta, aunque con niveles distintos de responsabilidad, en la organización de la cumbre anual. De esta manera, “además de rotarse el liderazgo entre los miembros, se aseguraba el traspaso de la experiencia entre cumbre y cumbre” (Botto, 2010, p.1).
Hasta 2008 el G-20 mantuvo este funcionamiento, pero “la crisis financiera con epicentro en la meca del sistema capitalista –EEUU– modificó su dinámica para darle mayor visibilidad pública y dinamismo” (Botto, 2010, p.1). A raíz de esto, el G-20 sustituyó las reuniones ministeriales por la convocatoria directa a presidentes y primeros ministros. Con ello se buscaba dar claras señales de interés y preocupación compartida por resolver la crisis.
Detengámonos, pues, en los países convocados que presentan tres denominadores comunes. El primero es que todos ellos pertenecen al grupo de las economías emergentes, cuyo peso en la economía global ha ido en aumento en los últimos. En segundo lugar, lideran los procesos de unificación regional en cada uno de los continentes. Finalmente, cada uno ha sido víctima de la fragilidad e inestabilidad financiera que conduce el actual sistema, constituyéndose en los puntos focales de crisis financieras pasadas.
Esto trae consigo que, lo que distingue al G-20 de los foros intergubernamentales es la intervención de instituciones y de organismos internacionales en su carácter de órganos técnicos como: el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Estos actores no gubernamentales tienen voz pero no veto en las decisiones, no obstante, cultivan una fuerte autoridad en las decisiones del conocimiento técnico, estadísticas globales y del manejo de información.
Otra singularidad del G-20 es su agenda, que en virtud de su membresía ha ido complementando la agenda del G7 con nuevos temas que ligados con la economía y al desarrollo requieren de una cooperación más amplia entre países. Agendas que, “como la seguridad energética, el acceso al financiamiento internacional, la migración”, (Botto, 2010, p.1) sólo se pueden lograr consensos duraderos si se sientan en la misma mesa los países consumidores y productores de dichos elementos.
Aportes hacia una nueva economía y desarrollo mundial
Durante septiembre de este año los dirigentes del G-20 se reunieron en Hangzhou, China. El tema de la cumbre fue “Hacia una economía mundial innovadora, estimulada, interconectada e integradora”, (consilium.europa.eu, 2016) instancia que permitió acordar una serie de temas en torno a:
“La crisis migratoria y refugiados, donde concertaron la necesidad de esfuerzos a escala mundial para hacer frente a las consecuencias, las necesidades de protección y las causas profundas de la crisis. Hicieron un llamamiento en favor de intensificar la ayuda humanitaria y el reasentamiento de los refugiados. En lo que respecta a la lucha contra el terrorismo, reafirmaron su solidaridad y su determinación, así como su compromiso de combatir la financiación del terrorismo. Además, supuso el inicio de la cooperación en materia de innovación, la nueva revolución industrial y la economía digital y se comprometieron a reforzar una economía mundial abierta y promover los beneficios del comercio y los mercados abiertos, así como a contribuir a la ejecución de la agenda 2030 de desarrollo sostenible” (consilium.europa.eu, 2016).
Las principales economías del mundo pronunciaron su determinación de “hacer uso de todos los instrumentos políticos, incluida la política monetaria, fiscal y estructural, para alcanzar un crecimiento intenso, sostenible, equilibrado e integrador” (consilium.europa.eu, 2016). Para ello, pusieron en marcha el Plan de Actuación de Hangzhou e instaron a una rápida y plena ejecución de las estrategias de crecimiento. La próxima edición de la Cumbre del G-20 se celebrará en Alemania en 2017.
Asamblea General de las Naciones Unidas
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