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“Migración limítrofe”

luzmorena22 de Octubre de 2011

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…Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino…

En el trabajo “Migración limítrofe” que complementa esta presentación final pudimos concluir que el inmigrante es en nuestro país destinatario de un doble discurso político, en que se entremezclan dos conceptos antagónicos: exclusión e inclusión. La aceptación del “otro” es siempre relativa, e involucra una serie de procesos históricos que tiene como protagonistas a enunciados y enunciadores.

Esta presentación realiza un análisis de los diferentes aluviones inmigratorios y las distintas normativas aplicadas en cada etapa, a fin de determinar el grado de responsabilidad que tuvo y tiene el Estado, mediante las normativas aplicadas, en la realidad social, económica y jurídica de miles de inmigrantes que habitan nuestro país.

La inserción social, la inclusión/exclusión y el acceso a derechos por parte de los inmigrantes (tanto los históricos como los contemporáneos) estuvieron y están ligados a marcos regulatorios y a procesos políticos Buena parte de las políticas y la gestión migratoria llevadas a cabo por Argentina durante la segunda mitad del siglo XX estuvo permeada por una suerte de lectura épica de la antigua inmigración europea (cristalizada como paradigma de civilización y desarrollo) y por una mirada estigmatizante de la inmigración latinoamericana, considerada invasora, “salvaje” y depredadora de los servicios públicos y sociales . Estas percepciones diferentes de ambos grupos fueron acompañadas de normativa acorde: legitimación de la residencia y derechos para la antigua migración europea; precarización de las condiciones de residencia y laborales, y obstaculización del acceso a derechos para la migración latinoamericana contemporánea.

Luego de la Independencia (1810), el fomento de la inmigración devino en una política de Estado prioritaria para poblar los territorios pampeanos, despoblados luego de sucesivas expediciones militares que doblegaron, dispersaron o aniquilaron a los pueblos indígenas que los habitaban. Como en otros países de América Latina, las élites esperaban que la inmigración de europeos promoviera el desarrollo económico y social por dos vías: mediante el incremento de la producción agrícola y ganadera, y a través de la gestación de una masa de población con hábitos de disciplina y trabajo acordes a las necesidades ciudadanas de una república democrática. Estas aspiraciones, regidas por la vinculación entre población y desarrollo, fueron vertidas en la Constitución Nacional de 1853 y en la primera ley nacional sobre Inmigración y Colonización que conformaron las bases del amplio marco regulatorio que encuadró la inmigración masiva ocurrida entre 1880 y 1930. Bajo su amparo ingresaron al país, y en un período relativamente breve, los grandes flujos de ultramar que modificaron radicalmente las características económicas, sociales, políticas y demográficas de la Argentina de aquel tiempo.

En los casi 150 años cubiertos por los censos nacionales de población, los extranjeros provenientes de países limítrofes representaron de manera constante entre el 2% y el 2,9% del total de la población residente en el país, en tanto que los extranjeros no limítrofes (principalmente de ultramar) registraron grandes variaciones: desde el 27,3% hasta el 1,6%. A partir de mediados del siglo XX, Argentina perdió relevancia como destino prioritario para los inmigrantes intercontinentales, especialmente los europeos. Sin embargo, no dejó de ser un lugar de destino de los inmigrantes intracontinentales (principalmente bolivianos, paraguayos, chilenos, uruguayos y peruanos), aun cuando sus proporciones sobre el total de la población siempre hayan sido menores que las de la inmigración extra regional.

La migración europea conformó el núcleo de la histórica migración de ultramar, llegada al país fundamentalmente entre 1880 y 1914. La Primera Guerra Mundial detuvo bruscamente los ingresos que repuntaron en el período de entre guerras para detenerse definitivamente durante la década de 1950.

La migración latinoamericana proviene fundamentalmente de los países limítrofes de Argentina (Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay). Se trata de un flujo de larga data, ya que la movilidad territorial en la región se origina en la colonia y antecede la formación de los Estados nacionales. El crecimiento lento pero sostenido de la migración limítrofe a lo largo de todos los censos muestra que, si bien nunca presentó incrementos comparables a la de ultramar, tampoco tuvo detenciones o retrocesos significativos en su conjunto. Recién en 1991 ambos grupos presentaron volúmenes similares, como resultado de procesos diferentes pero convergentes: la mortalidad y no reposición de las antiguas cohortes de ultramar, y la continuidad de la migración limítrofe.

Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, Europa sufría graves crisis de exceso de mano de obra, desabastecimiento e inestabilidad política, por lo que muchos de los gobiernos locales promovieron activamente la emigración. Argentina, que estuvo entre los principales destinos de los emigrantes europeos, recibió las oleadas más numerosas de migrantes de ultramar entre 1890 y 1910, cuando el país se estaba posicionando exitosamente en el mercado mundial como gran agroexportador y proveedor de materias primas de las cuales muchas volvían en las manufacturas importadas. Para el enorme crecimiento de las exportaciones agrícolas fue de suma relevancia la disponibilidad de mano de obra inmigrante. A su vez, la expansión de la actividad agropecuaria dinamizó otros sectores de la economía, en los que también se ubicaron los inmigrantes.

Hacia 1930 el esquema agroexportador empezó a mostrar sus fisuras. A principios de la década de 1940, ya en otro contexto internacional, Argentina comenzó una política de promoción de la industrialización y sustitución de importaciones manufacturadas por productos de fabricación nacional. Buena parte de la migración interna rural-urbana de las décadas de 1940 y 1950 estuvo vinculada a este proceso, que a su vez dejó puestos de trabajo vacantes en las provincias. Si bien la producción industrial y manufacturera aumentó, en términos generales no hubo importantes inversiones de capital en los procesos de trabajo, que continuaron siendo intensivos en la utilización de mano de obra. Las industrias menos tecnologizadas dieron empleo a trabajadores inmigrantes, esta vez provenientes de los países vecinos, quienes a menudo se insertaron en actividades “sensibles” a la abundancia de mano de obra barata, generando así su propia demanda; tal fue el caso de la construcción y del trabajo doméstico

Hasta la década de 1960, el principal foco de atracción para los migrantes limítrofes eran las economías regionales de Argentina, parcialmente desprovistas de mano de obra debido a los procesos de migración interna hacia las grandes ciudades. Estas economías, de base predominantemente agrícola, debían resolver demandas estacionalizadas de mano de obra. Por proximidad, ya que se trata de provincias fronterizas, esas actividades rurales transitorias convocaron mano de obra de sus países limítrofes: bolivianos en las provincias del noroeste, paraguayos en las del noreste y el litoral, chilenos en el sur. En términos generales, el ingreso de buena parte de los migrantes limítrofes estaba caracterizado por la estacionalidad y la pendularidad entre su lugar de origen y un destino en Argentina. Sin embargo, a partir de la década de 1960, el AMBA comenzó a adquirir cada vez más importancia como destino, y especialmente para las mujeres. A medida que los destinos rurales “perdieron” parte de sus migrantes a favor de los destinos urbanos (donde, en principio, la demanda de trabajo está desestacionalizada), la migración tendió a volverse más prolongada, e incluso definitiva. Con la inserción laboral en el área de servicios o manufactura de uso intensivo de mano de obra todas las nacionalidades, en diferente medida, fueron aumentando su concentración en el AMBA.

El incremento y las variaciones del total de inmigrantes provenientes de países vecinos a lo largo de todos los censos resultan de comportamientos notoriamente diferenciales según los distintos países de origen, momentos de alta emigración en los que se combinan las causas económicas y políticas en las regiones de origen con las posibilidades en el lugar de destino. Por ejemplo, en el incremento de paraguayos entre 1950 y 1980 se vinculan ambas: la larga dictadura de Stroessner y las dificultades de acceso al mercado de trabajo, especialmente para los opositores a su gestión. La modificación de la situación política en 1989 da cuenta de la menor cantidad de paraguayos en 1991, en tanto que la convertibilidad en Argentina (1991-2001) funcionó como un elemento de atracción tanto para paraguayos como para peruanos y bolivianos. Así también, la migración peruana a la Argentina reconoce dos grandes etapas. La primera de ellas, entre 1960 y 1990 aproximadamente, está marcada por el ingreso mayoritario de estudiantes que se trasladaban para cursar estudios en las universidades de La Plata y Buenos Aires, y por profesionales interesados en perfeccionarse o realizar experiencias laborales en Argentina. Se trataba de un grupo reducido, altamente calificado y de escasa visibilidad social. A partir de la década de 1990, y en el contexto de la paridad cambiaria entre el peso argentino y el dólar estadounidense, se registró un fuerte incremento en el ingreso de nacionales peruanos, asociado a un cambio en el motivo de la migración: son migrantes económicos “clásicos”, que abandonan Perú tras el proceso hiperinflacionario de

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