Neoliberalismo Y Consumismo
Danielita02812 de Noviembre de 2014
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NEOLIBERALISMO Y TRANSFORMACIONES CULTURALES EN CHILE
AUTOR: TOMAS MOULIAN
EN: EL CONSUMO ME CONSUME
" El despilfarro opera como la lógica global del capitalismo. Esta se realiza de dos formas: a) como sobreoferta, por tanto como un gasto social inútil y b) como consumo excesivo de algunos individuos a costa del hambre de los demás.
El primer efecto global tiene lugar como consecuencia de la ceguera del mercado o su desfase temporal con la asignación de los recursos.. El segundo efecto requiere que exista nivel de cada individuo con la esclavización por el consumo como deseo.
Efectivamente el capitalismo actual requiere de la instalación de la pauta cultural del consumo como deseo hedonista. De otro modo ¿qué haría con su enorme capacidad productiva?
Una respuesta lógica, en la lógica del buen sentido, sería decir que podría dedicarla a satisfacer las enormes necesidades de consumo insatisfechas. Una de las irracionalidades más visibles del actual sistema de acumulación es la combinación del consumo más sofisticado con el hambre, las habitaciones insalubres, la ausencia de casi toda comodidad para gestionar la vida cotidiana, la desigualdad educacional. Cohabita el consumo excesivo como posibilidad para algunos, con la imposibilidad del consumo esencial para muchos.
¿Por qué entonces no orientar esa capacidad productiva cíclicamente despilfarrada a hacer posible una vida digna para los que no tienen casi nada? La economía capitalista está movida por la obsesión de la mayor ganancia y no por la lógica de la necesidad. Entre la finalidad de cubrir para todos un consumo mínimo necesario y de permitir que cada uno consuma según su dinero, el sistema capitalista opta por la segunda.
La propia reproducción de la estructura productiva del capitalismo requiere de la desigualdad del acceso al consumo. Esta es una condición para que se perpetúe la modalidad de división del trabajo. La necesidad de ganar dinero a través de la laboriosidad, y no como derivado de los derechos de ciudadano, es un incentivo material para que el trabajador se vea forzado a seguir disciplinado.
Pero además este necesita estimular la expansión de ciertos consumos en todos los sectores sociales con dinero mínimamente confiables como clientes crediticios. Se trata de un capitalismo seductor, que intenta persuadir de la necesidad del consumo, al ritmo de sus necesidades de realización de las mercancías. Su enorme capacidad productiva y el hecho que los errores de asignación de recursos pueden corregirse después de cotejar las pérdidas producidas en la lucha competitiva, obliga al sistema a multiplicar sus esfuerzos de comercialización, de convencimiento de los consumidores.
El sistema necesita de una constante expansión del consumo. Analizaremos dos de sus múltiples lógicas: la del desgaste y la de la innovación.
Los bienes en general tienen un ciclo de vida: llega un momento en que no pueden cumplir sus funciones, que pierden vigencia como objetos útiles o se deterioran de una manera parcial o global. Cuando esto último ocurre que el objeto pierde, de manera absoluta o relativa, su valor de uso. Debe ser entonces sustituido o repuesto, porque su ausencia es sentida como disminución del confort alcanzado previamente.
Pero los objetos del confort no sólo son vulnerables a la pérdida absoluta de su valor de uso, también lo son a la pérdida relativa. Aun sin ser víctimas del desgaste, pueden ser superados por nuevas tecnologías o diseños o pueden ser olvidados por la moda. Los automóviles, los equipos y programas computacionales, los televisores, y, en general, los electrodomésticos son el blanco preferido de la innovación tecnológica; mientras que el vestuario, el calzado, las joyas, las obras de arte son acechadas por las innovaciones del gusto. Lo importante para nosotros, es que los dos tipos de cambio producen efectos expansivos o multiplicadores del consumo.
En ninguno de los dos incentivos de cambio, el proveniente de la innovación del gusto o el proveniente de la innovación tecnológica, nos encontramos con pérdidas absolutas del valor de uso. Las dos son relativas: un equipo computacional 486 puede seguir funcionando, aunque sea con un determinado deterioro de posibilidades, más todavía un automóvil de hace dos años o un equipo de televisión sin sonido estéreo.
La mantención del confort requiere de una constante renovación. Se alimenta de la novedad. No se espera que el objeto se desgaste y pierda cantidades apreciables de utilidad. Se hace necesario cambiarlo antes: hay una voracidad frente a los objetos, una suerte de bulimia, ligada al refinamiento que se les exige.
Los sistemas de producción capitalista actual, se preocupan de mejorar constantemente las tecnologías, lo que aumenta vertiginosamente la utilidad relativa de ciertos objetos. Hasta hace pocos años las computadoras eran piezas misteriosas y de fantasía. Hoy forman parte del decorado cotidiano de familias y empresas. El teléfono, en su combinación con las computadoras, ha pasado a ser un bien imprescindible. Se hace difícil pensar la vida en las sociedades modernizadas sin la tríada teléfono, computadora, televisor.
A su vez, los sistemas de producción del capitalismo actual se preocupan de la belleza de los objetos mismos tanto como de sus méritos técnicos. En las sociedades modernizadas, el diseño industrial ha llegado al refinamiento, operando como criterio de la utilidad del objeto. Esto ocurrió al principio sólo en el campo del vestuario y del mobiliario. Hoy la exigencia de estilo invade otros campos. Basta mirar, por ejemplo, los diseños contemporáneos de lámparas o de teléfonos celulares.
Belleza y duración están vinculados de una manera inversa. Los objetos no se fabrican para vivir una larga vida. La duración, el paso del tiempo, los deteriora y los afea. A su vez, la novedad tecnológica y la duración también se vinculan en una lógica inversa. Cada vez menos los automóviles o los equipos de música viven hasta su agotamiento, aunque todavía funcionen. Uno de esos objetos antiguos puede aún funcionar. Pero, aunque no esté obsoleto, seguramente estará atrasado. Todavía le sirve al usuario, pero a costa de limitarle el acceso de toda la gama de posibilidades de uso. El mejoramiento tecnológico no alarga su ciclo de vida, más bien lo disminuye.
Las computadoras y los automóviles son, en este sentido, objetos emblemáticos. En dos o tres años, a veces en menos tiempo, están superados. Servirían durante mucho tiempo para satisfacer las necesidades de un usuario ascético, recatado. Pero el utilizador voraz, que desea estar en la punta, deberá sustituirlos.
La necesidad ya no es esa cualidad fija, estable y casi rígida que servía como parámetro moral del consumo. Un automóvil año 1994 cumple básicamente las mismas funciones que uno del 98, aunque no proporcione los mismos placeres. ¿Qué sentido tiene entonces cambiarlo? Es el signo de una economía del despilfarro, de una economía cuyo objetivo es la producción de consumidores hedonistas."
LAS INSTITUCIONES DE FACILITACION DEL CONSUMO
Hemos dicho que este modelo capitalista de acumulación necesita, más que aún que los anteriores, del incentivo del consumo vertiginoso. Para conseguir esto opera en diferentes niveles. El elemento principal es la constitución de una cultura hedonista.
Pero esas inducciones y seducciones quedarían bloqueadas si no se hubiera creado una poderosa estructura de facilitación del consumo. Se trata de la cadena de crédito, formada por múltiples eslabones. En algunos países de nuestro continente, entre ellos Chile, el elemento que permite la masificación del sistema es el crédito de las grandes tiendas múltiples. Ellas forman una especie de club crediticio: la inscripción, acreditada por la tarjeta, permite el acceso instantáneo a un cierto monto prefijado después de un estudio de la situación financiera del cliente.
Esta forma de acceso al crédito permite la instantaneidad del consumo, lo que para el cliente es la rápida realización del deseo. Esta turbadora accesibilidad incita el enviciamiento. A su vez, para el empresario, el funcionamiento de esa cadena representa la rápida realización de sus mercaderías. La necesidad de diferir la liquidez y de aceptar el riesgo del pago en cuotas, es compensada por la velocidad y también por la escala, por la expansión del mercado.
Esa cadena crediticia, de la cual hemos mencionado sólo uno de los eslabones principales, favorece la masificación del consumo. Además crea oportunidades crediticias para sectores medios y medios bajos, produciendo lo que algunos han denominado una "democratización del crédito".
Aunque ella no sea real, el dispositivo de facilitación del consumo opera como un potente mecanismo de integración social, que atrapa en sus redes una parte importante de la población activa. Esta cadena crediticia aminora la rigidez de la distribución de ingresos y dulcifica la ausencia de políticas estatales destinadas a compensar la ceguera de los mercados laborales.
Es real que esta accesibilidad al consumo puede ser vivenciada como participación o incluso como una "ciudadanía"
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