Política y Responsabilidad Ciudadana. Valores de la Democracia
Julio CisnerosInforme19 de Mayo de 2018
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Centro de Educación Media [pic 1]
Plantel Oriente
Dpto. Ciencias Sociales, Económicas e Historia
Política y Responsabilidad Ciudadana
Rodolfo Rendon Castorena
Proyecto Final
Alumno: Julio César Cisneros Rosales
ID: 211543
Fecha de Entrega: 1/12/2017
Índice
Índice……………………………………………………………………………..Pag. 2
Introducción……………………………………………………………………...Pag. 3
Valores de la Democracia…………………………………………………….Pags. 4-10
Conclusión……………………………………………………………………….Pag. 11
Bibliografías……………………………………………………………………...Pag. 12
Introducción
El objetivo que tengo para este trabajo y espero que se cumpla en alguna medida, es simplemente ordenar los conocimientos que e ganado a lo largo de este semestre.
Empezaremos desde lo más básico que es dar una idea de los contextos que ocupa la palabra política hasta en lo que es la democracia en análisis de sus valores resulta importante ya que esta se usa desde el comienzo de los tiempos, en fin, este es mi trabajo espero que le guste.
Valores de la Democracia.
La operatividad de un sistema al que se asigne el calificativo de democrático depende de que se respeten varios principios básicos en el sentido de proposiciones fundamentales que deben ser acatadas. Estos principios básicos en el sentido de proposiciones fundamentales que deben ser acatadas. Estos principios son: el de mayoría, el de deliberación, el de periodicidad en la renovación del gobierno, el de división de poderes, el de control de los gobernantes por los gobernados, el de supremacía constitucional, el de respeto a los derechos humanos y el de seguridad jurídica.
Igualdad
Si la democracia consiste en que el pueblo ejerza el poder de modo directo o indirecto, cualquiera de sus miembros debe tener la posibilidad de acceder a los puestos de mando o intervenir en los cuerpos colegiados que elaboran las leyes en representación de todos.
Nadie puede reclamar el derecho a gobernar como propio, a la manera de los monarcas absolutos, con la justificación de que su poder provenía de la voluntad de Dios, doctrina que se conoce como la de derecho divino de los reyes. Esa desigualdad es inaceptable en un régimen democrático.
En cuanto a la interpretación de las decisiones colectivas, la igualdad supone que todos más que otro, y de ahí surgen principios democráticos como el de “una persona, un voto”. El valor de la igualdad se asienta en la idea de que ningún individuo debe poseer ventajas sobre otros. Así, el gobierno democrático solo puede brotar de una situación igualitaria de todos los miembros del pueblo y una vez constituido tiene la misión de preservar esa igualdad por medio de la ley: esta debe dar el mismo trato a todos, de ahí la generalidad puede convalidar una situación de privilegio a favor de nadie debido a su nacimiento, raza, religión, género o cualquier otro factor.
L igualdad, en la versión primigenia del liberalismo, buscaba eliminar privilegios de sangre. “Todos los hombres nacen normales” era su divisa en una etapa en que la demanda no alcanzaba aún a las mujeres. Esta igualdad buscaba que en el comienzo de a la vida nadie partiera con adelanto. No se trataba de igualar las condiciones generales de vida ni de emparejar a todos en el resultado de sus esfuerzos, sino que estos se desarrollan sin que la ley otorgara mejores condiciones generales de vida ni de emparejar a todos en el resultado de sus esfuerzos, sino que estos se desarrollaran sin que la ley otorgara mejores condiciones a algunos. Se trataba, pues, de una igualdad de oportunidades asegurada por la ley de manera formal y abstracta, pero de realidad ha demostrado que la idea democrática requiere aplicar algunos correctivos, pues además de la desigualdad que proviene del derecho, hay otra que tiene su fuente en situaciones de hecho. Así, la igualdad derivó hacia una noción de equidad consiste en “tratar igualmente a los iguales y desigualmente a los desigual”, procurando que la ley cree condiciones para colocar en igual circunstancias a quienes son fácticamente desiguales.
Estas ideas dieron origen a normas protectoras de ciertos grupos como los trabajadores o los campesinos en nuestro país. Esas normas, a fines del siglo XX y principios del XXI, han recibido el embate de la corriente neoliberal, que acusa a tales regímenes jurídicos de paternalistas y pugna por su desaparición en nombre de la competitividad.
Sin embargo, incluso en las democracias capitalistas avanzadas se admiten regulaciones protectoras para ciertos grupos mediante la llamada “acciones afirmativas”, que asegura legalmente, por ejemplo, a las mujeres o a las minorías raciales, determinados puestos de empleo que de otro modo no les serían concedidos. Los opositores a estas mediadas igualitarias las critican por considerarlas una forma de “discriminación al revés”.
Legalidad
La democracia supone un doble imperio: el de la voluntad mayoritaria y de la ley. La democracia, para ser tal, debe regularse jurídicamente. La voluntad de la mayoría no puede ser arbitraria y caprichosa, sino sujeta a normas que obligan por igual a gobernantes y gobernados. Esas normas deben respetar los valores básicos del sistema: el acuerdo democrático original acerca de tales valores no puede ser cambiado por la propia voluntad mayoritaria; esta no está facultada para suprimir la igualdad o la libertad.
El orden jurídico es consustancial a la democracia. La manifestación de tal orden es constitucional, generalmente escrita. Podemos afirmar, en consecuencia, que en el mundo actual la democracia es constitucional o no es democrática.
Tolerancia
Este valor no puede identificarse como márgenes para desobedecer la ley o con su aceptación de “sufrir” o llevarla con paciencia. El gobierno democrático no se caracteriza por ser tolerante con desviaciones de la norma ni del pueblo debe pedir ese tipo de tolerancia, como tampoco tiene porque aceptar acciones arbitrarias de parte de las autoridades. La tolerancia como valor democrático es la definida por el diccionario como el respeto a las ideas, creencias o prácticas d ellos demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Este es un valor que se manifiesta en el seno de la colectividad y forma, o debe formar, parte de la cultura política imperante en una sociedad democrática. La tolerancia no se predica del gobierno, sino de los integrantes de la comunidad. Este valor se extiende a la práctica de una convivencia armónica y respetuosa entre miembros de diferentes grupos de la sociedad. Alain Touraine pone este aspecto en primer plano al afirmar que “la razón de ser de la democracia es el reconocimiento del otro” y que “la democracia no es necesaria más que si se trata de hacer vivir juntos a unos individuos y unos grupos a la vez diferentes y semejantes que pertenecen a un mismo conjunto.
Pluralismo
Este es un valor bastante complejo de las sociedades democráticas contemporáneas que se basa en considerar como útiles y necesarios el diseño, la diversidad y hasta la contraposición del interés. Se opone a la concepción unitaria y monolítica de la comunidad. Rawls da por sentado que “la diversidad de doctrinas religiosas, filosóficas y morales razonables que se hallan en las sociedades democráticas es un rasgo permanente de la cultura pública, y no una mera condición histórica pasajera”.
Las diferencias de opiniones existen naturalmente en la comunidad y la democracia no significa, como dice Knowles, “la ratificación del acuerdo tanto como el medio para resolver el desacuerdo”.
Según Bobbie, el pluralismo se concibe en primera instancia como un modelo de “sociedad compuesta por muchos grupos o centros de poder, aun en conflicto entre ellos, a los cuales se les ha asignado la función de limitar, controlar, contrastar, e incluso de eliminar el centro de poder dominante históricamente identificado con el Estado”.
Podríamos decir que es la expresión fáctica de la tolerancia, admitida también como un valor por preserva. La sociedad democrática alienta la asociación de intereses es grupos que se organizan para defenderlos. Tocqueville dedica varias páginas para referirse a la multiplicidad de asociaciones en Estados Unidos de América. Esta diversidad y las diferencias que generan contribuyen idealmente a equilibrar el poder, considerado no solo como aquel del que dispone el gobierno, sino el que se distribuye al interior de la sociedad. El pluralismo como valor democrático es hijo de la libertad y de la tolerancia y genera una estructura distributiva del poder que se opone al modelo estilista.
Civilidad
En el México actual se pueden detectar diversas limitantes para nuestro sistema democrático, pero la falta de civilidad en la población es uno de sus enemigos más presentes. Por lo tanto, a lo largo de este ensayo este enemigo será explorado en dos áreas de la ciudadanía: la participación negativa de cada individuo, así como la falta de participación. Según Karl Popper, la diferencia entre una democracia y una tiranía es que en la primera no se requiere derramar sangre para cambiar un gobierno. Es decir, el componente vital de una democracia es la ciudadanía, ya que ésta tiene el poder de decisión. Para hablar de una verdadera democracia, es necesario comprender que cada uno de sus componentes es distinto, y que cada individuo tendrá una relación distinta con el Estado. En general, el peso de la ciudadanía sobre el desarrollo de una democracia es inmenso, ya que su desarrollo determina el camino que el país tomará. Para hablar de la civilidad como rasgo de un individuo, es necesario establecer el significado de civilidad. Ciertamente, resulta incluso dogmático hablar de la civilidad como una obediencia al Estado, puesto que la democracia en ningún momento implica el sometimiento de la voluntad individual. Sin embargo, sí implica el sacrificio en pro de la sociedad de ciertas comodidades. Esto puede sonar como una idea que permite el autoritarismo, pero se trata de justo lo contrario. La cesión de ciertas comodidades no se trata de permitir que un Estado, o un sector de la sociedad limite al individuo de actuar libremente en su vida cotidiana, sino que denota una cualidad donde el mismo individuo decide obedecer las normas de convivencia de una comunidad, sin buscar imponer sus propios intereses. Así, la civilidad en el ciudadano denota el sentido político del sujeto. Algunos podrían decir que el individuo que busca promover intereses contrarios a los que la comunidad tiene establecidos es un enemigo de la democracia y la civilidad. Y es un pensamiento válido, pero solo cuando los intereses que se promueven son de índole personal, es decir, cuando el ciudadano carece de civilidad. Es importante tomar en cuenta que las necesidades de una comunidad van cambiando a lo largo del tiempo, pero que el Estado en el que nos basamos para regir nuestra convivencia tiene estructuras estáticas. Por esta razón, el conflicto de una democracia es incluso necesario, y el sujeto que busca promover un cambio de acuerdo con las necesidades de una parte de la población, merece tener voz dentro del proceso democrático, puesto que tiene un gran sentido de la civilidad. El Estado es otro de los componentes de la democracia. Si bien es una expresión de la voluntad del pueblo, esta expresión significa un ideal. El Estado real no representa con absoluta fidelidad la voz del pueblo, sino que termina siendo un indicador de la participación de la misma. Por lo tanto, no se puede hablar del Estado como enemigo de la democracia, sino que simplemente representa una consecuencia de las acciones del ciudadano. En una sociedad políticamente consciente, esto permite la diversidad de voces, y la toma de decisiones más concretas. Desafortunadamente, esto también presenta un ideal, y en un Estado real los intereses de parte de la población terminan no siendo representados. Así, el silencio es el segundo enemigo de la democracia y la civilidad. Si gran parte de la ciudadanía no participa activamente en las decisiones que sean tomadas en la comunidad, la eficacia que tenga el Estado para representar las necesidades de la población será muy baja. Así, una de las comodidades que cada individuo debe sacrificar es la del silencio. Un ciudadano que no expresa su opinión carece de civilidad, y termina siendo un enemigo tanto de ésta como de la misma democracia. Para poder hablar de los enemigos de la democracia y la civilidad, resulta imprescindible mencionar a los sujetos involucrados con ambos procesos: la población en sí ya sea como ciudadanos o como el mismo Estado.
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