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Reflexión personal: La metodología participativa. Utilidad y aplicación para el estudio del territorio


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2021  •  Apuntes  •  2.083 Palabras (9 Páginas)  •  62 Visitas

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Reflexión personal: La metodología participativa. Utilidad y aplicación para el estudio del territorio

La ciudad, el ciudadano y la ciudadanía son tres elementos inseparables cuya existencia no es más que una construcción colectiva y, por lo tanto, depende del contexto social, económico y político. La ciudad que se construía en el siglo VI a.C por los griegos no corresponde a la ciudad que se construye en la actualidad, aunque la nación siga siendo la misma y el territorio haya pasado por pocas variaciones con respecto a la antigüedad. Sin embargo, la tradición política no se desprende demasiado de lo que se define en la filosofía política: los filósofos más respetables que hablan sobre la política parecen tener un consenso en el cual yo también me inscribo, y cuyo manifiesto detallaré en los apartados “la construcción de la ciudad” (I) y “la participación ciudadana” (II):

  1. La construcción de la ciudad

La ciudad, en tanto que construcción colectiva, requiere de la figura del ciudadano y también de la ciudadanía para su existencia:

  1. El ciudadano como fundador de la ciudad; la política como fundadora del ciudadano; la ciudadanía.

Aristóteles elabora, en su teoría general de las constituciones, establece primeramente que “toda la actividad del político y del legislador se refiere a la ciudad. Y el régimen político es cierta ordenación de los habitantes de la ciudad.” (Aristóteles, 2004, p. 151) Lo que quiere decir, entonces, es que la configuración de la ciudad está dada por los habitantes de la ciudad. Ahora, esa afirmación hay que matizarla, puesto que a la pregunta de “quién es el ciudadano” la respuesta no es “los habitantes de la ciudad”. los habitantes de la ciudad, sin embargo, sean ciudadanos o no, forman parte de cierta manera de la configuración de dicha ciudad, siendo parte fundamental de ella. Por ejemplo, los esclavos y los metecos no eran ciudadanos en la Antigua Grecia, debido a que no eran poseedores de la isonomía e isegoría que sí tenían los aristócratas. Estos eupátridas sí que tenían igualdad de derechos frente a la sociedad, y tenían también, como consecuencia de su posición social, un lugar en la asamblea y una voz en el ágora.  Estos eupátridas, en contraposición a los esclavos, las mujeres y los extranjeros, tenían la capacidad de participar, y participaban, en acciones de gobierno (magistraturas) o desempeñaban labores judiciales. Aquí es donde está la verdadera esencia del ciudadano: el ciudadano no es el que reside en la ciudad. El ciudadano es el que participa en la ordenación de esta ciudad, el que levanta su voz en la asamblea y participa en la discusión pública; ciudadano es el que es consciente del conflicto presente en la ciudad y lo articula, mediante la expresión de su palabra, en deliberación política, que no solamente está en la Asamblea o en el Consejo de Ancianos, ni tampoco está solamente en el gabinete de los arcontes: la deliberación política está también en las plazas, en elementos comunes dedicados justamente a eso, a la discusión del común o, también, a la discusión de elementos de la cotidianidad que afectan a todos los elementos que residen en la ciudad.

Hago una aclaración consciente, tal como la hizo Aristóteles en su momento. “Ciudadano” tiene una definición que parece ser constante a lo largo del tiempo, y se refiere a aquellos que participan en el sistema político, sean magistraturas, jueces o representantes del pueblo. Entonces, ciudadano es el hombre efectivamente político: el hombre que participa sobre las cosas del común, lo comunitario. Sin embargo, el quién puede ser ciudadano depende del régimen político del momento, puesto que la ciudadanía, es decir, este elemento de participación que hace al ciudadano ser un ciudadano, puede estar restringida a una élite o puede ser de difícil acceso. El quién puede ser ciudadano no va a ser igual en una oligarquía que en una tiranía. En una democracia, como sería el caso de la actualidad, el quién también tendrá una configuración diferente:

  1.  El ciudadano en la democracia actual. La representación, la elección y el honor.

Con respecto al “qué”, el ciudadano es, entonces, aquel que es juez, aquel que participa en la asamblea o aquel que, simplemente, participe de alguna manera en la toma de decisiones políticas. Sin embargo, en la actualidad esto ya no es posible, puesto que se plantea un problema material que la antigua Atenas no tuvo aún en su máximo esplendor, cuando dirigía la Liga de Delos y subyugó a los territorios subyacentes: la gran masa demográfica de la actualidad plantea un problema para la politización de los individuos. ¿Cómo hacemos para que todos participen sobre los asuntos del común? La respuesta se resume en dos ámbitos: primero, el tipo de sistema por el cual pueden participar y, segundo, el ámbito en el que estas decisiones serían tomadas. Me referiré al primer punto en este apartado.

La democracia, que viene del antiguo griego démos + kratos, “el poder reside en el pueblo”, es un sistema político en el que, como su nombre lo indica, la soberanía reside en el pueblo. Ahora, la forma en la que esta soberanía se manifiesta como kratos político depende de cómo el pueblo, es decir, los ciudadanos, se organiza para su ejecución. Aquí yace el problema de la participación política: el sistema en el que se fundamenta la democracia hoy en día, por una limitación material muy justificada, se basa en el sistema de representantes para su subsistencia. Sin una élite política que se encargue de administrar los problemas del común a nivel federal o nacional, sería muy difícil mantener unida una comunidad de ciudadanos que ya es demasiado grande como para que cada uno de ellos se dedique a la deliberación de todos los problemas del común. Es decir, hace falta una división funcional para que el sistema funcione.

En la Antigua Grecia tenían el sistema de arcontes, así que la figura de los representantes no es una novedad de la política de los modernos. La forma en la que se desarrollaba, sin embargo, mucho más elitista –en el arcontado de Solón, el más equilibrado de todos–: se basaba en un sistema censitario, en el que todo el demos podía ejercer dicho kratos en el arkhé, con la división de la sociedad en tres estratos distintos, cada uno con la posibilidad de ser elegido para un tipo de magistratura, una más importante que otra, en función de las rentas. Es decir, los que más dinero y propiedades tenían ejercían los cargos más importantes; los que menos rentas, se ocupaban de otras labores, aunque eso no los excluía del sistema político. Fuera de esa clasificación, los tetes, esos que ni dinero ni tierras tenían a su nombre, todavía tenían la posibilidad de participar en el sistema político como electores, para todos aquellos casos en los que no se usaba el mecanismo del sorteo.

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