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Revuelta Y Revolucion


Enviado por   •  13 de Agosto de 2014  •  5.188 Palabras (21 Páginas)  •  183 Visitas

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Revuelta y Revolución

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Largate, Capital

John Holloway

¿Cómo decirle al capital “Vete, largate! Esta relación ya duró demasiado. Ya vete, fuera!”?

La cuestión está planteada con una sencillez brillante por los eventos recientes en Argentina. “¡Que se vayan todos, todos y que no quede ni uno solo!” es el grito de un pueblo que ha perdido todo respecto por sus políticos, que quiere solamente que se vayan, todos, sean del partido que sea. Para muchos el “todos” se refiere no solamente a los políticos, sino también a sus amigos capitalistas, sus cómplices en la corrupción y explotación galopante de los últimos años. Ero para muchos, el grito se refiere a todos aquellos que explotan o que viven como parásitos de la explotación. La rabia contra el capitalismo, contra este sistema que es un desastre tan evidente, toma un color personal, se voltea no solamente contra el capital sino contra los capitalistas, contra todos aquellos que viven explotando la miseria de otros. ¡Que se vayan todos!

Por supuesto, no es solamente Argentina. En todos lados está creciendo la brecha no solamente entre ricos y pobres sino también entre gobiernos y gobernados. En todos lados se está volviendo aún más claro que aquellos que reclaman una autoridad social son nada más los instrumentos corruptos y enfermos de un sistema social que ataca la humanidad con cada vez más violencia. Hemos vivido en esta relación estúpida y represiva por unos trescientos años, explotados y dominados por gente por la cual no tenemos el menor respecto. Ya es tiempo de decir “¡Ya basta! ¡Váyanse! ¡Lárguense!”

Pero ¿es verdaderamente posible?

La pregunta sería una abstracción vacía si no fuera por el hecho de que casi todo el mundo dice “¡Vete al carajo!” al capital casi todo el tiempo: tal vez no con tanta claridad, pero con esta intención. Tiene que haber muy poca gente en el mundo que apoye activamente al capitalismo, que piense que es una buena manera de organizar la sociedad, en lugar de tomarlo por sentado o pensar que no hay alternativa. Tiene que haber muy poca gente que piense que una sociedad es buena en la cuál mueren 35,000 niños sin necesidad cada día, simplemente como resultado de la manera en la cuál se organizan la producción y la distribución.

La gran mayoría de nosotros intentamos escaparnos del capital todo el tiempo. Lo hacemos de maneras distintas. Huimos. Huimos tirando el despertador contra la pared cuando suena en la mañana y nos dice que hay que ir al trabajo. Huimos cuando hablamos por teléfono para decir que no podemos ir a trabajar hoy. Huimos cuando vemos una película hollywoodense y nos tranquilizamos diciendo que el mundo no es tan malo después de todo, que todo va a terminar bien. Huimos dejando nuestro trabajo y tratando de sobrevivir con el sguro de desempleo. Huimos cuando abrimos un negocio pequeño – cualquier cosa para escapar del mando directo del capital. Huimos cuando migramos, esperando que las condiciones serán mejores por el otro lado de la barda. Para algunos la huida es más complicada, más contradictoria. En algunos aspectos nos gusta lo que hacemos. Nos gusta ser maestros, doctores, enfermeros, carpinteros. Pensamos que lo que hacemos tiene un sentido hasta cierto punto, y nos gustan las relaciones personales que involucra. El problema son las restricciones y la orientación que el capital nos impone: queremos enseñar bien, tratar a nuestros pacientes bien, hacer bien lo que hacemos, sin tener que pensar en la ganancia, en imponer disciplina, en cerrar los ojos a los horrores que vemos en nuestro alrededor. Huimos del capital luchando por lo que hacemos en contra de los límites y las anteojeras que nos impone la forma capitalista de organización.

El capitalismo es repulsivo, profundamente repulsivo. Todas las formas de dominación son repulsivas, pero en el capitalismo esta repulsión es un principio básico de la organización social. El carácter repulsivo del capitalismo es lo que la teoría liberal llama “libertad”.

La esclavitud y el feudalismo son repulsivos también, por supuesto. Los esclavos odian sus amos y quisieran ser liberados de ellos, pero están atados por el lazo de la propiedad; los amos desprecian sus esclavos también y los considera flojos y estúpidos, pero tal vez no sea tan fácil venderlos y encontrar otros, mejores. En el feudalismo, la situación es aún peor, ya que el vínculo es de por vida. Los siervos no pueden dejar a su señor, por muy cruel o exigente que sea; pero los señores tampoco no pueden deshacerse de sus siervos, por muy estúpidos o desobedientes que sean. La repulsión mutua de señor y siervo está contenida.

Esto cambia con la transición al capitalismo. Los siervos ganan su libertad: si no les gusta su señor-vuelto-capitalista, lo pueden dejar. Si al señor-vuelto-capitalista no le gustan sus trabajadores, los puede despedir. El odio acumulado durante siglos, la repulsión que cada lado siente por el otro, encuentra expresión en la nueva libertad de la sociedad capitalista.

Esta es una verdadera libertad. Los ex-siervos pueden por fin decir a sus amos “Váyanse! Déjennos en paz, dejen que vivamos como queramos!” Los amos pueden por fin decir a sus siervos de antes “¡Están despedidos! ¡No los queremos ver!”

Esta es una libertad ilusoria, por supuesto. Los siervos de antes tienen que producir algo o hacer algo para sobrevivir, pero la única forma en que pueden hacer esto es teniendo acceso a lo que ellos (o sus antepasados) han hecho en el pasado, o a la tierra. Pero cuando intentan hacerlo, encuentran que lo que hicieron en el pasado, y la tierra también, es propiedad privada, todo encerrado y marcado con señales que dicen “¡Esto es mío!” Tienen que ir, gorra en la mano, al capitalista (al propietario, a la persona que ha marcado todo con su “esto es mío”) y pedir acceso a los medios de sobrevivir. El capitalista (el antiguo amo de esclavos y señor feudal) encuentra también que, ya que se fueron los siervos, no tiene ninguna fuente de riqueza a no ser que emplea los trabajadores libres. Y así se nace una nueva relación. Los antiguos siervos venden su fuerza de trabajo (su capacidad para trabajar) a los antiguos señores y se vuelven trabajadores asalariados, trabajando otra vez para la misma gente que huyeron. Los antiguos señores también están obligados a entrar a una nueva relación de dependencia: dependen ahora no de los siervos sino de los trabajadores que contrataron. Sin embargo, la relación ya no es como era antes, porque la repugnancia mutua, la huida, la libertad en otras palabras,

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