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Temores Mexicanos


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2012  •  2.395 Palabras (10 Páginas)  •  523 Visitas

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México tiene su propia historia de populismos con diversos rostros, tal vez ninguno tan desafortunado como el de los años setenta, con los presidentes Echeverría y López Portillo. ¿Qué nos espera en el futuro? Sergio Sarmiento reflexiona sobre las dudas que muchos mexicanos albergan.

Como "neoliberal", "populista" es hoy un término que nadie utiliza para sí. Más que descripción de una ideología se ha convertido en un término despectivo, en un insulto. Pero las cosas no fueron siempre así. En distintos momentos de la historia ha habido grupos que se consideraban a sí mismos "populistas" y lo pregonaban abiertamente. Para ellos ser populista era defender las causas del pueblo.

Ya en los tiempos de la república romana, durante los siglos II y I antes de la era cristiana, el partido de los populares, los "demagogos", que representaban o afirmaban representar al pueblo, se oponía en el Senado a los Optimates, que defendían los intereses de la aristocracia o decían promover el bienestar de la sociedad en su conjunto.

En 1892, un grupo político que se denominaba a sí mismo "populista" fundó el Partido del Pueblo en los Estados Unidos. Después de una breve pero exitosa carrera electoral, la organización se fusionó con el Partido Democrático. No todas las posiciones que defendían esos populistas estadounidenses, sin embargo, serían reconocidas como propias por los populistas de nuestros días. Los miembros de ese grupo exigían el aumento del dinero en circulación a través de la acuñación libre de plata, la estatización de los ferrocarriles y la elección directa de los senadores.

Quizá la característica definitoria del populismo a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía es que quienes defienden doctrinas que pueden ser calificadas de populistas afirman siempre representar al pueblo. No les importa que en esta supuesta defensa de los intereses populares se violen las reglas del equilibrio fiscal, los derechos individuales o la sensatez política. Para los populistas, obedecer la voluntad del pueblo —o lo que se percibe como tal— es lo más importante.

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El populismo puede ser de izquierda o de derecha. Benito Mussolini y Adolf Hitler, cada quien a su manera, fueron populistas. También Juan Domingo Perón, Luis Echeverría y José López Portillo, Alan García y Hugo Chávez. Lo son Jörg Haider, el líder de la ultraderecha austriaca, y el francés Jean-Marie Le Pen, con sus populistas políticas de rechazo a los inmigrantes. En el mismo caso se encuentra George W. Bush, cuyas acciones militares y reducciones de impuestos sin importar las consecuencias en el presupuesto de su país o en el derecho internacional son, en buena medida, populistas.

El surgimiento de Andrés Manuel López Obrador como un aspirante serio a la Presidencia de la República en México ha generado una nueva discusión en nuestro país respecto del populismo. La gente se pregunta no sólo cuáles son las posibilidades reales de que el jefe del Gobierno del Distrito Federal llegue a la Presidencia, sino qué tan populista es.

En realidad no hay forma de saber qué tan populista sería López Obrador, porque la experiencia nos dice que la retórica de un candidato no se traduce necesariamente en acciones concretas cuando llega al poder.

Ni Echeverría ni López Portillo mostraron indicios claros sobre cuáles serían sus estrategias desde la Presidencia ni cuando eran miembros del gabinete, ni en sus campañas como candidatos. Luiz Inácio Lula da Silva ha sido bastante menos populista como presidente de lo que sugería su retórica de campaña en tres intentos por llegar al poder.

Los populismos han sido negativos en el largo plazo para los pueblos a los que supuestamente deberían favorecer. No es que sea incorrecto tomar medidas para favorecer a las mayorías; el problema es que estas políticas rara vez toman en cuenta la forma en que funciona la economía. Si las reglas del mercado se resisten a las órdenes de un gobernante populista, éste piensa que puede abolirlas, con lo que crea mayores males. Y si el derecho positivo o las garantías individuales impiden la aplicación de las políticas que supuestamente deberían beneficiar al pueblo, el gobernante populista simplemente los descarta.

Los populismos, de hecho, tienen una inconfesada deuda filosófica con el utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Esta teoría plantea que el bien social equivale a lograr el máximo bienestar para el máximo posible de personas. En la formulación extrema del utilitarismo, los derechos individuales no deben ser un obstáculo para el logro de este máximo bien común.

El utilitarismo ha sido cuestionado severamente por los proponentes de la deontología, la teoría que sostiene que hay ciertos principios éticos 2

fundamentales que no pueden ser violados aun cuando esto beneficie a las mayorías. Para el utilitarismo, si el encarcelamiento o ejecución de los miembros de una raza o grupo social, por ejemplo los judíos en la Alemania de las décadas de 1930 y 1940, lleva al mayor beneficio de la colectividad, entonces esas acciones están éticamente justificadas. Para los defensores de la deontología, el encarcelamiento y la ejecución de inocentes son injustos simplemente porque violan los derechos de alguien, independientemente de si la medida promueve un mayor bienestar de la mayoría. El comunismo, que se sustenta sobre una ética utilitaria, acepta la confiscación de los bienes de los ricos si el reparto de esos bienes contribuye al bienestar de la mayoría. La deontología sostiene, en cambio, que los derechos de propiedad no pueden ser violados aun cuando se beneficie a la colectividad.

El populismo en México tiene raíces muy profundas. En buena medida es producto de los centenarios contrastes sociales y económicos del país. El discurso más común de los políticos que buscan el poder en México se ha centrado desde el inicio de la república en la búsqueda de una mejor distribución de la riqueza. Es verdad que algunos políticos simplemente han abandonado estas promesas al llegar al poder ante la tentación de enriquecerse. Pero los gobernantes que más daño le han hecho al país no son ellos, sino los que han tratado de lograr una mejor distribución de la riqueza a través de políticas supuestamente destinadas a favorecer al pueblo, pero que al final han tenido costos enormes en la economía nacional y han empobrecido a quienes menos tienen.

Desde el triunfo de la Revolución, todos los gobiernos mexicanos han justificado sus acciones con el argumento de que están combatiendo la pobreza y la desigualdad. El resultado de la lucha contra la pobreza, sin embargo, ha sido magro o más bien inexistente. La

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