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Usos políticos y periodísticos de la encuesta Gabriel Vommaro

Rochi MateosApuntes17 de Mayo de 2017

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GABRIEL VOMMARO.

Los usos político y periodístico de las encuestas de opinión: entre la sociedad real y la representación del “hombre común”.

Este trabajo está dedicado al análisis del uso político y periodístico de las encuestas de opinión. Estas son para los dirigentes partidarios una “brújula” que les permite aprehender los deseos de la gente y conocer su posición y la de sus competidores en la lucha política. Para los periodistas y los medios son un instrumento capaz de servir de apoyo para construir una posición de enunciación propia frente a los partidos políticos y al Estado.

1. Los dirigentes partidarios y las encuestas: la brújula y el oráculo.

El uso de encuestas para los dirigentes políticos implica la movilización de un instrumento técnico que permite volver legible las preferencias de la gente, una suerte de “brújula” para orientarse en la lucha política.

La idea de “sociedad real” se encuentra en la base de la utilidad cognitiva de las encuestas para las prácticas de los dirigentes partidarios. En períodos electorales estas técnicas son utilizadas de manera intensiva, puesto que sirven para conocer tanto las expectativas de la “sociedad real” como los efectos que las estrategias proselitistas tienen sobre ella. Cada acción de un candidato puede ser medida por las encuestas.

Los dirigentes partidarios han adquirido todo un saber respecto de las diferentes variantes de estudios de opinión. En el nuevo tiempo político post “transición democrática”, las medidas técnicas son indispensables para la práctica y es por eso que es necesario conocerlas. Por otro lado, como lo muestras P. Champagne “las intervenciones mediáticas son eventos de campaña en los que la medida de las reacciones de la gente tiene un rol importante”.

Las encuestas contribuyen a medir otras acciones, como las propuestas y las promesas de campaña y el impacto de ciertos “planes”. Las cifras muestran el veredicto de la gente en relación a las acciones de los candidatos y de los gobernantes, lo cual se traduce  en períodos electorales, en índices de intención de votos. Los informes que las empresas de sondeos preparan para los clientes políticos poseen diferentes apartados: a) problemas principales desde el punto de vista de la gente, b) las expectativas de la gente, c) la imagen de los diferentes candidatos y dirigentes nacionales, d) las opiniones sobre los temas de mayor actualidad, e) las “demandas” dirigidas a los candidatos y la distribución de las opiniones sobre quién podrá responder mejor, f) intención de voto, el dato más importante para un candidato en campaña, que aparece al principio o al final del informe. A veces los resultados son comparados con sondeos anteriores para mostrar la evolución de la gente.

Los encuestadores son expertos que ofician de mediadores entre la gente y las preocupaciones políticas de campaña. Los datos son, de esta forma, como jeroglíficos a ser descifrados a partir de ciertos saberes prácticos.  Pero con el tiempo, los propios dirigentes políticos aprendieron a “saber leer”. Esto les permitió tomar distancia respecto de los datos sobre la gente proporcionados por los encuestadores. El margen de error de las encuestas ofrece así un margen de interpretación a los actores de juego. Los encuestadores son portadores de un instrumento que les permite volver legible la realidad a partir de cifras y de porcentajes y este capital técnico es condición de posibilidad de su participación en el espacio de la comunicación política como voces autónomas. Pero son, al mismo tiempo, auxiliares de los candidatos y de los comités de campaña; de esta forma, sus datos deben pasar por el filtro político de la competencia.

La relación entre los dirigentes partidarios y los encuestadores se caracteriza en términos de “confianza”. Hay dos formas de “confianza”:

1. La confianza en el instrumento, es decir en la exactitud de los resultados y en su capacidad de hacer legible la realidad social.

2. La confianza en los encuestadores: ningún encuestador se suicida, esto significa que no van a producir cifras completamente falsas que podrían erosionar su prestigio.

Pero la fiabilidad de las encuestas y los encuestadores debe servir antes que nada a las estrategias de los candidatos. El contrato de propiedad de los sondeos, que garantiza que sólo el cliente pueda disponer de los resultados, constituye en este sentido un soporte material del lazo de confianza.

También se pueden utilizar las encuestas como herramienta simbólica. Los sondeos permiten a los candidatos mostrar que las preferencias de la gente están de su parte. Estas preferencias aparecen así como anticipaciones del voto. Pierre Bourdieu dijo sobre este punto: “las encuestas de opinión permiten a los dirigentes partidarios decir ‘Dios está con nosotros’. El equivalente de Dios es hoy la opinión pública”. Las encuestas de intención de voto son indicadores de la “carrera” electoral que pueden ser movilizados por los candidatos para denotar su posición. Esta utilización implica una serie de transformaciones en las formas representativas. Al tomar las encuestas como herramientas simbólicas, el margen de error es el margen de maniobra que poseen los encuestadores que trabajan para los candidatos para colocar a la gente del lado de estos últimos. Para realizar estos “acomodamientos”, hay momentos más propicios, en especial cuando el prestigio de los expertos no está en juego.

La confianza es así una parte importante del uso político de las encuestas de opinión. Como herramienta cognitiva, los dirigentes partidarios, deben creer en las encuestas. Como herramientas simbólicas, es necesario creer en la fiabilidad de los datos pero además en la capacidad del instrumento y de sus portadores de ayudar al candidato. El uso de las encuestas como herramientas simbólicas debe ser comprendido con la importancia que han adquirido en el espacio de la comunicación política, porque miden las intervenciones mediáticas de los actores políticos y porque constituyen el principal indicador del juego, capaz de relativizar la importancia de todos los demás. Para mostrar que la gente está de su parte, los actores deben así oponer un sondeo favorable a uno desfavorable. Una vez publicadas las encuestas constituyen una trama de realidades instantáneas superpuestas ante las cuales los dirigentes partidarios reaccionan al mismo tiempo que ayudan a producirla y reproducirla.

Los encuestadores, son así y a pesar de pretensión de autonomía, armas simbólicas de los actores políticos. Trabajan para construir las “impresiones” que estos últimos quieren dar en su trabajo representativo.

En la campaña electoral de las elecciones presidenciales de 1999, los encuestadores que trabajaban para los partidos ponían a disposición de los candidatos las encuestas que los favorecían, enviaban a los medios de comunicación ciertos datos y guardaban otros. El candidato del PJ, Duhalde, desde el comienzo de la campaña estuvo en posición desfavorable en relación a su principal contrincante, De La Rúa. Para contrarrestar este efecto su estrategia era entregar a los medios resultados de encuestas provinciales o locales realizadas en aquellos lugares donde el peronismo llevaba ventaja. La idea de una realidad local o provincial opuesta a la nacional aparecía con recurrencia en los discursos de los candidatos pertenecientes a los partidarios mayoritarios, lo cual muestra que el uso de las encuestas está condicionado por la organización y la tradición política de pertenencia.

La complejidad de las relaciones en el espacio de la comunicación política se expresan así en las posibles “alianzas” entre los diversos actores, quienes se valen de la legitimidad del otro para sostener o conquistar una posición. Así como encuestadores y periodistas se alinean para mostrar “la realidad” sobre la que los dirigentes partidarios deben pronunciarse como si fuera un dato inalterable, éstos también pueden presentarse junto a los encuestadores más prestigiosos para definir una realidad que les es favorable.

El predominio de las encuestas como indicador práctico en el espacio de la comunicación política no impide que los dirigentes partidarios intenten poner límites al poder de los expertos y de sus números. Los actores partidarios conservan un margen de autonomía en la interpretación de los datos y en su utilización. El hecho de que la herramienta sea útil y fiable no quiere decir que deje de ser movilizada en la práctica como apoyo en la performances representativas, en las que según los dirigentes políticos importan más sus propias capacidades que los datos técnicos de las encuestas.

Si la confianza y la creencia en las encuestas hacen de ellas verdaderas fotografías de la realidad, no son más que imágenes “borroneadas” que es necesario interpretar correctamente. En ese momento, es el dirigente político el que posee el “olfato” necesario para hacer de los contornos borrosos, límites precisos.

Los dirigentes partidarios intentan mantener la importancia de otras formas  de lectura del estado de la lucha. El uso de los indicadores carismáticos tiene un rol importante puesto que permite expresar las “sensaciones” que no aparecen a través del instrumento técnico. La gente es así representada por otros medios más manejables por los actores políticos, que no dependen más que de ellos mismos. Estos indicadores carismáticos no sólo son utilizados como herramientas simbólicas para confrontar las “sensaciones” y las “intuiciones” a las cifras de los sondeos, sino que también sirven como herramientas cognitivas, en especial en el caso de los “líderes políticos”, dirigentes que ocupan una posición dominante en el espacio partidario y que son reconocidos por sus pares y por sus militantes como poseedores de “capacidades extraordinarias”. En las campañas electorales, el peso organizacional y la “tradición” son movilizados por los partidarios mayoritarios para interpelar a los adversarios y al público y demandar el reconocimiento de una posición histórica, a pesar de las cifras presentes de las encuestas.

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