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Vivir en la era del COVID-19


Enviado por   •  3 de Diciembre de 2023  •  Apuntes  •  2.071 Palabras (9 Páginas)  •  47 Visitas

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Vivir en la era del COVID-19 ha sido una experiencia única y, en muchos sentidos, desafiante para todos, independientemente de la edad. Como una niña de 14 años, nunca imaginé que mi vida tomaría un giro tan inesperado y que mi mundo se vería afectado de manera tan profunda por una pandemia global. En este ensayo, compartiré algunas reflexiones personales sobre cómo la época del COVID-19 ha moldeado mi vida cotidiana, mis relaciones y mi perspectiva del mundo.

Una de las primeras cosas que noté fue el cambio en mi rutina diaria. La escuela, que antes era un lugar bullicioso lleno de risas y aprendizaje cara a cara, se transformó en clases virtuales desde la comodidad de mi hogar. Aunque apreciaba la oportunidad de seguir aprendiendo, extrañaba la interacción con mis amigos y profesores. La pantalla de la computadora no podía replicar la conexión emocional que teníamos en el aula. Además, el desafío de mantener la concentración en medio de las distracciones del hogar se convirtió en una batalla diaria.

La tecnología se convirtió en mi ventana al mundo exterior. Las videollamadas se volvieron esenciales para mantenerme conectada con amigos y familiares. Aunque estas plataformas virtuales nos permitieron estar juntos de alguna manera, también resaltaron la importancia de la presencia física y el contacto humano. Extrañaba los abrazos, las risas compartidas y las conversaciones espontáneas que solíamos tener antes de la pandemia.

La incertidumbre sobre el futuro también se convirtió en una presencia constante en mi vida. Las noticias sobre la propagación del virus, las restricciones en curso y la lucha global por contener la pandemia crearon una sensación de ansiedad en mi día a día. Las preocupaciones sobre la salud de mis seres queridos y el impacto económico en muchas familias agregaron un peso adicional a mis pensamientos.

A pesar de los desafíos, la época del COVID-19 también me enseñó valiosas lecciones. Aprendí a apreciar las pequeñas cosas de la vida, como un paseo al aire libre o salidas con amigos. Descubrí nuevas formas de entretenimiento y desarrollé habilidades autodidactas para mantenerme ocupada. Además, la solidaridad y el apoyo mutuo se volvieron más evidentes en nuestra sociedad, recordándome la importancia de la empatía y la compasión en tiempos difíciles.

La realidad del COVID-19 se volvió aún más impactante cuando la enfermedad tocó directamente a mi familia. La pérdida de amigos cercanos de mis padres dejó una marca imborrable en nuestra vida cotidiana. La noticia de esas muertes golpeó como un rayo, recordándonos la fragilidad de la vida y la proximidad de la tragedia, incluso en nuestro pequeño círculo social.

La distancia física impuesta por las restricciones de la pandemia se hizo aún más dolorosa cuando se trató de expresar condolencias y brindar apoyo a nuestros seres queridos. Los abrazos reconfortantes que solíamos compartir se vieron reemplazados por mensajes de texto y llamadas telefónicas. La ausencia de un contacto físico real durante estos momentos difíciles dejó una sensación de impotencia y añadió una capa adicional de tristeza a la ya abrumadora realidad de la pérdida.

La muerte de aquellos cercanos a nosotros también planteó preguntas difíciles sobre la naturaleza efímera de la existencia y la importancia de valorar cada momento. Me di cuenta de lo fácil que era dar por sentadas las relaciones y la salud, y cómo la pandemia nos estaba enseñando, a veces de la manera más difícil, a apreciar cada día como un regalo.

La adaptación a esta nueva normalidad también significó lidiar con la incertidumbre económica y laboral. Las conversaciones sobre el futuro se volvieron más sombrías, y la ansiedad sobre la estabilidad financiera de nuestras familias se sumó a las preocupaciones existentes. La pérdida de empleo y la inseguridad económica en la comunidad circundante destacaron la necesidad de sistemas de apoyo más sólidos y accesibles para aquellos que se vieron afectados económicamente por la pandemia.

A pesar de estas difíciles experiencias, la resiliencia de la comunidad se hizo evidente. Vecinos y amigos se unieron para ofrecer apoyo emocional y práctico. Se organizaron colectas de alimentos y donaciones para ayudar a quienes más lo necesitaban. La solidaridad emergió como una fuerza poderosa en tiempos de crisis, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, la humanidad tiene la capacidad de levantarse y cuidar unos de otros.

A medida que la pandemia persistía, otra cara de la realidad se revelaba: aquellos que no respetaban las medidas de cuarentena y organizaban fiestas irresponsables. A pesar de las advertencias de las autoridades de salud y los crecientes números de casos, algunos optaban por ignorar las directrices, poniendo en riesgo no solo sus vidas, sino también las vidas de quienes los rodeaban.

La noticia de fiestas clandestinas y reuniones masivas se esparcía como un rumor constante, generando una mezcla de indignación y temor. Ver a personas de mi edad, y a veces incluso más jóvenes, desestimar las precauciones de seguridad era desconcertante. La frustración se mezclaba con la preocupación, ya que cada reunión clandestina aumentaba las posibilidades de propagación del virus y prolongaba la duración de la pandemia.

El dilema ético de seguir las reglas frente a la presión social se volvía cada vez más real. Tomar decisiones responsables significaba renunciar a eventos sociales, fiestas y reuniones que solían ser parte integral de la vida adolescente. La tentación de unirse a la multitud y escapar de la realidad momentáneamente a menudo se cruzaba con la necesidad de priorizar la salud propia y colectiva.

En mi círculo social, vi a algunos amigos debatirse entre la necesidad de conectarse y la responsabilidad de protegerse mutuamente. La línea entre la libertad individual y la responsabilidad comunitaria se volvía borrosa. La toma de decisiones conscientes sobre la participación en eventos sociales se convertía en un acto de madurez y empatía, una lección difícil de aprender a una edad temprana.

A pesar de estas tensiones, también observé la fuerza de la responsabilidad social. Muchos jóvenes comenzaron a liderar iniciativas para concientizar sobre la importancia de seguir las pautas de salud pública. Campañas en redes sociales, mensajes de conciencia y testimonios personales se volvieron herramientas cruciales para recordarle a la comunidad que nuestras acciones individuales tenían un impacto colectivo.

En última instancia, esta fase de la pandemia subrayó la importancia de la responsabilidad personal y colectiva. Mientras algunos optaban por ignorar las pautas, otros emergían como defensores de la salud pública, recordándonos que, aunque la pandemia nos afectara de maneras diversas, todos compartíamos la responsabilidad de superarla juntos.

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