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Antofagasta


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2013  •  Tesis  •  1.820 Palabras (8 Páginas)  •  199 Visitas

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1.- Reseña bibliográfica del autor

Nació en Talca (1950). Vivió hasta los 11 años en la oficina salitrera Algorta. Al finalizar ésta, se traslada la familia a Antofagasta, donde muere su madre. Sus hermanos se van a casa de sus tías. El se quedó en Antofagasta solo, hasta los 11 años aproximadamente. Para sobrevivir, vendió diarios. Posteriormente trabaja como mensajero en la empresa Anglo Lautaro (hoy Soquimich). A los 18 años entró a un taller eléctrico. Pero su afán aventurero lo envió a recorrer, por tres años, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Argentina. Regresó en 1973 a Antofagasta e ingresó a trabajar en la empresa Mantos Blancos. Se casó con una niña de 17 años teniendo él 24. Después partió a Pedro de Valdivia, otra oficina salitrera. Estudió en la escuela nocturna séptimo y octavo año y en Inacap obtuvo su licencia de enseñanza media.. Actualmente (2000) vive en Antofagasta con su esposa y cuatro hijos. Ha obtenido en dos oportunidades el Premio Consejo Nacional de Libro (1994 y 1996). Su primera novela La Reina Isabel cantaba rancheras, al igual que las posteriores, tratan sobre la vida dura, laboriosa y solitaria de las personas que trabajan en las oficinas salitreras, dándole importancia al retrato de los burdeles y prostitutas, a quienes coloca como heroína en sus textos. “Son mujeres que amo, porque si ser prostituta ya es fuerte, serlo en el desierto raya en lo heroico". Sueña con poseer un estilo literario que sea una mezcla de" lo mágico de Rulfo, lo maravilloso de García Márquez, lo lúdico de Cortázar y la inteligencia de Borges. Nada más quiere el pampino". Estas cualidades soñadas por Rivera Letelier se asoman un poco en sus textos, especialmente lo maravilloso de García Márquez y lo lúdico de Cortázar.

2.- Resumen del libro en media plana

Que nadie duda que fuera una matanza, es una verdad incontrastable. Los pampinos, salitreros, calicheros, hombres, mujeres, ancianos y niños, que fueron acorralados con frases impúdicamente mentirosas y a tiro de cañón, que fueron asesinados en la brutalidad del calor húmedo de esa tarde de diciembre en el Iquique dorado de 1907, hoy son debidamente enseñados y recordados en las clases de historia de las escuelas básicas y medias. Pero una cosa es la historia de escuela, otra es la literatura y su poder de recreación de ambientes, escenarios, personas, sensibilidades... vidas. Ese es el mayor logro, la innegable virtud de Santa María de las Flores Negras.

Una novela épica, que recoge en la brevedad temporal de una semana, las historias de todos los hijos del salitre asesinados por fuerzas militares -que prefirieron amparar los intereses económicos de un puñado de acaudalados propietarios de las mineras- en la Escuela Santa María, a través de siete pampinos: Gregoria Becerra y sus hijos Liria María y Juan de Dios, Olegario Santana, Domingo Domínguez, José Pintor e Idilio Montaño.

Es Olegario Santana, calichero, el personaje principal. Él, que en un silencio observante y entre cada calada de sus cigarrillos Yolanda, tasa sin equívocos a las personas y acierta sin tropiezos

a descubrir sus intenciones fundamentales. Dos jotes se han criado en el techo de calamina ardiente de su covacha, las mismas aves rapaces que lo persiguen donde quiera que vaya, como anunciando la muerte que inevitablemente llegará. Será su decisión a participar en la huelga y marcha hacia Iquique, desde la oficina San Lorenzo, la que dará inicio a esta narración épica.

Domingo Domínguez, Chumingo Chumínguez, es su único amigo. Verborreico, de un humor difícil de tragar por muchas horas, y una placa de dentadura falsa demasiado grande para su boca, será él el contacto entre Olegario, José Pintor, el volantinero Idilio Montaño y Gregoria y sus vástagos.

Los siete personajes se conducirán por el árido y candente desierto atacameño, siguiendo la huella del tren, junto a miles de pampinos y sus familias, hasta Iquique. Sólo quieren lograr que sus voces sean escuchadas, que se les de un trato digno, ojalá humano, que se les permita alimentar a sus familias y educar a sus hijos, que se les pague un sueldo justo y en moneda de valor comercial. Pero el gobierno ha dispuesto otra cosa, los intereses de los ingleses y norteamericanos dueños de las empresas salitreras pesan más sobre la balanza de las arcas fiscales, que las vidas de los pampinos, los esclavos del desierto.

La historia es conocida, nada que agregar.

La pluma de Rivera Letelier va dando forma a vidas donde el amor, la esperanza, la amistad, la justicia y la dignidad humana, son los valores fundamentales. Ciertamente nada oculta la historia aquí relatada, el lector sabe de la matanza y la ecuación final de muerte no es un misterio. Aun así, y no obstante algunos párrafos latos como el camino hasta Iquique, el escritor presenta relaciones entrañables, encuentros emocionales de innegable hermosura, como el de Olegario y Gregoria, y el de Liria María e Idilio Montaña. Y una escena difícil de olvidar, aquella en el que amor puro de Liria e Idilio, se confunde con el horror de la muerte a la que se asiste desde lejos, aquella que se escucha y se presiente con dolor, aquella que enseña que el heroísmo y la maldad se separan sólo por una línea tenue.

No, Hernán Rivera Letelier no defrauda a sus seguidores, que para noviembre de 2002 ya habían agotado la primera tirada de 11 mil ejemplares, no lo hace, aunque de pronto se engarce en aquella palabras contorsionadas que le han dado fama por el -dicen-

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