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Santa Maria


Enviado por   •  9 de Marzo de 2015  •  302 Palabras (2 Páginas)  •  214 Visitas

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Sobre el techo de la casa, recortados contra la luz del amanecer, los jotes

semejan un par de viejitos acurrucados, vestidos de frac y con las manos en los

bolsillos.

Estáticos como figuras de veletas, y nimbados por un vaho de

podredumbre, parecen dormir hondamente uno junto al otro. Sin embargo, cuando

desde el interior de la vivienda, por un forado en el techo, les son arrojados los

primeros trozos de carnaza, enarcan nerviosamente sus cabezas coloradas y,

emitiendo sus guturales gruñidos de aves carroñeras, se dan a una barullosa

rapiña sobre las planchas de zinc.

Mientras oye el raspilleo de las garras resbalando sobre las calaminas,

Olegario Santana, aún en camiseta, termina de devorar su propio trozo de carne

sangrante, acompañado de una porción de cebolla picada como para pavo, como

dice su amigo Domingo Domínguez. Después, tras beberse un tacho de té bien

amargo, acerca el rostro a la cocina de ladrillos y enciende su segundo Yolanda

del día (el primero se lo fuma en la cama y a oscuras). Acodado en la mesa

desnuda, deja pasar entonces los minutos que faltan fumando

parsimoniosamente, mientras contempla el rostro de la mujer dibujado en la

cajetilla de cigarrillos.

A sus cincuenta y siete años, Olegario Santana nunca ha visto una mujer de

verdad con un rostro tan bello como ese. Además, no entiende por qué diantres el

solo nombre Yolanda le trae la imagen de una mujer fatal, una de esas hembras

desmelenadas de pasión que evocan los viejos en las calicheras mientras trituran

piedras bajo un sol tan ardiente como sus delirios. La única mujer que ha tenido en

su vida fue una viuda que conoció en Agua Santa, con la que vivió abarraganado

sin pena ni gloria durante catorce años largos, y que hacía cuatro había muerto de

la bubónica, peste traída a Iquique por «el barco maldito», como llamó la gente al

«Columbia», el vapor infectado. La mujer, una matrona boliviana diez años may

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