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Benito Quinquela Martin

SofErn26 de Septiembre de 2014

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Benito Quinquela Martín

Benito Quinquela Martín (Buenos Aires, 1 de marzo de 1890- ibídem, 28 de enero de 1977), cuyo nombre de nacimiento fue Benito Juan Martín, fue un pintor argentino. Hijo de una madre desconocida que lo abandonó en la Casa de Niños Expósitos, siete años después fue adoptado por la familia Chinchella, dueños de una carbonería.1

Quinquela Martín es considerado el pintor de puertos y es uno de los pintores más populares del país.2 Sus pinturas portuarias muestran la actividad, vigor y rudeza de la vida diaria en la portuaria La Boca. Le tocó trabajar de niño cargando bolsas de carbón y dichas experiencias influenciaron la visión artística de sus obras.3

Exhibió sus obras en varias exposiciones realizadas en el país y en el extranjero, logró vender varias de sus creaciones y otras tantas las donó. Con el beneficio económico obtenido por estas ventas realizó varias obras solidarias en su barrio, entre ellas una escuela-museo conocida como Escuela Pedro de Mendoza.

No tuvo una educación formal en artes sino que fue autodidacta, lo que ocasionó que la crítica no fuera siempre positiva. Usó como principal instrumento de trabajo la espátula en lugar del tradicional pincel.

Trayectoria

Casas típicas del barrio de La Boca; éstas en su mayoría fueron conventillos desde fines de s. XIX hasta por lo menos mediados de s XX, los colores abigarrados que caracterizan a este barrio argentino originalmente xeneise se deben al arte de Quinquela Martín y sus epígonos.

No ha podido determinarse con certeza su nacimiento porque fue abandonado el 20 de marzo de 1890 en la Casa de los Expósitos, un orfanato con una nota que decía "Este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín". Se encontraba con ropas de buena calidad. Por su forma física, se dedujo que habría nacido 20 días antes, por lo que se fijó aquella fecha para su cumpleaños.1 Hay otras versiones que afirman que esta nota nunca existió y que fueron las autoridades del orfanato quienes tomaron cartas en el asunto. Lo que si es cierto es que la madre biológica nunca se presentó para reclamarlo, dejó en el bebé como recuerdo un pañuelo cortado en diagonal, adornado con una flor bordada. Podría haberse quedado con la otra mitad para intentar encontrarlo en alguna oportunidad, cosa que nunca sucedió y nunca se encontró la otra mitad.4

Sus primeros siete años los vivió en un asilo de San Isidro, el artista tenía escasos recuerdos de esa época y aparecía en su memoria como desdibujada y nebulosa. Vivió entre los delantales grises y hábitos negros de las Hermanas de Caridad, careciendo de figuras paternas en una edad crítica para la formación psíquica. Fue una infancia triste y solitaria donde prevaleció el encierro. Sin embargo, su carácter no se vio alterado por estos hechos, siempre fue alegre y compasivo y sus actitudes eran agradables. A pesar de todo el asilo era amplio y limpio, la comida nunca faltaba.4

La familia Chinchella

Conventillos del Barrio de La Boca que deben en gran medida su abigarramiento a la obra de Benito Quinquela Martín.

Con seis años, fue adoptado por Manuel Chinchella y Justina Molina, y él adquirió el apellido de su padre adoptivo (que luego sería fonetizado como "suena" en el italiano, al castellano como Quinquela). “Mi vieja me conquistó en seguida –dicta Quinquela en su autobiografía recogida por Andrés Muñoz y publicada en 1963– y desde el primer momento encontró en mí un hijo y un aliado”.

Manuel, oriundo de Nervi, Italia, era un italiano de costumbres antiguas, quien nunca imaginó que terminaría educando a un artista plástico. Era un hombre robusto, de gran fuerza muscular, que había llegado a Argentina para mejorar su situación económica. Vivió un tiempo en Olavarría, por lo cual se le apodó "El gaucho de Olavarría") y luego se trasladó a La Boca donde trabajaba descargando carbón en el puerto.

Una tarde de trabajo se cruzó con Juana, quien sería su esposa, proveniente de Entre Ríos, de quien se enamoró a primera vista. Justina Molina tenía sangre india, venía de Gualeguaychú y era analfabeta, lo cual no le impedía atender la carbonería en el barrio porteño de la Boca con perfecta eficiencia: se acordaba mejor que nadie del estado de cuentas de cada cliente. Previamente había trabajado como sirvienta y en una fonda de la calle Pedro de Mendoza (donde hoy se encuentra el Museo Escuela Pedro de Mendoza donado por el pintor). Ese trabajo lo dejó porque a Manuel no le convencía la idea de que se ganara la vida sirviendo, e instalaron juntos una carbonería en la calle Irala al 1500. Manuel Chinchella aprovechaba su fuerza física para redondear los ingresos de la carbonería con trabajos en el puerto, donde cargaba de a dos las bolsas de 60 kg.

Justina no podía quedar embarazada pese a que ambos deseaban un hijo. Tomaron la decisión de adoptar uno y el 16 de noviembre de 1897 fueron a la Casa Cuna en busca de un varón crecidito que pudiera colaborar en la carbonería. Benito en ese momento tenía entre seis y ocho años, no se sabe exactamente la edad. El trato de su madre fue tierno sin escatimar en los abrazos mientras que el trato del padre con el niño era un poco distante, de ruda ternura, pero cada tanto una caricia cuando el padre llegaba del puerto le tiznaba la cara al "purrete" (niño).5 Mientras el padre trabajaba, la madre y el niño atendían la carbonería y hacían los quehaceres domésticos.6

Benito Quinquela Martín en su taller.

Ese mismo año comenzó su educación primaria en la escuela Berrutti de Australia al 1081, su maestra fue Margarita Erlin quien le enseñó los conocimientos elementales: leer, escribir y nociones de matemáticas. Cursó hasta tercer grado, porque la situación económica no dio para más y debió trabajar con el padre. Según Manuel los conocimientos adquiridos le permitían no ser estafado.

Entabló amistad con los mellizos García, conocidos por pendencieros pero inteligentes y capaces. Ellos ayudaron a Benito en sus tareas y cuando supieron que abandonaba sus estudios le enseñaron conocimientos callejeros como usar la honda, tirar piedras con puntería certera y robar alambres de las cercas para emplearlos en defensa propia. En ese entonces se armaban peleas barriales, los de Barracas (descendientes de españoles) contra los de La Boca (italianos).7

En 1904 la familia se mudó a la calle Magallanes 970, una zona donde era popular la militancia social y la política parecía ser el camino para construir un futuro mejor. Nacían entonces los sindicatos, los gremios y los centros educativos. Benito comenzó a participar de la campaña de Alfredo Palacios, candidato a diputado socialista. Aunque era menor de edad, lo que aprendió en esos años de trabajo lo inclinaban hacia ese sector político. Colaboró repartiendo volantes y manifiestos izquierdistas y pegando carteles. Esa elección la ganó Palacios y Benito aprendió a luchar por lo que se quiere y entendió que la participación tiene su rédito.8

Pero las cosas empeorarían al año siguiente en lo económico y su padre pensó que si podía trabajar en política también lo podría hacer en el puerto. Su tarea era subir barco por barco con una bolsa vacía, llenarla con carbón hasta la parada de los compradores en los diques de Vuelta de Rocha. La paga era de cincuenta centavos cada veinticinco bolsas y el agregado de agudos dolores de espalda. Se destacó en esta labor porque pese a su contextura física -era flaco, menudo y huesudo- contaba con una firme voluntad de hierro. Trabajaba desde las siete hasta las diecinueve horas y, lo apodaron "el mosquito" por el contraste entre su físico y la velocidad del trabajo.9

Sus comienzos como pintor[editar]

Cuadro Regreso de la pesca exhibido en un mural en la calle Caminito.

Había empezado a dibujar inspirado en las escenas y colores que observó en el puerto, usaba técnicas intuitivas dado que ignoraba los más elementales conocimientos de dibujo, eran rudimentarios, torpes utilizando carbón y lienzos de madera como elemento de trabajo que posteriormente eliminaba para evitar las bromas de sus compañeros.9

A los 14 iba a una escuela nocturna de pintura en la Sociedad Unión de La Boca, un centro cultural vecinal donde se reunían estudiantes y obreros para conversar. En esa academia se enseñaba casi de todo, desde música y canto, economía hogareña y otros cursos prácticos, mientras de día trabajaba en la carbonería familiar. Su maestro fue Alfredo Lazzari, pintor que le dio sus primeros conocimientos técnicos sobre el arte. Como práctica le daba yesos donde reproducía dibujos en claroscuro y realizaron excursiones a la Isla Maciel los domingos por la tarde para entrenarse con el dibujo de las escena al natural. Continuó hasta los veintiún años con el curso. Con 17 años entra al Conservatorio Pezzini Stiatessi, donde estudia hasta 1920.10 En esa academia conoció a Juan de Dios Filiberto y otros colegas con quienes se relacionaría durante toda su vida. Como este ambiente era muy distinto al que estaba acostumbrado, lleno de carbón y alejado de los libros intentó incorporar todo el conocimiento de golpe, después del trabajo iba a alguna biblioteca para intentar cubrir la carencia de educación formal. De toda la literatura que leyó la que más le impactó fue El arte del escritor Augusto Rodin, fue la que le despertó su vocación. En ese texto Rodin dice que el arte debe ser sencillo y natural para el artista, la obra que requiere esfuerzo no es personal ni valedera, conviene más pintar el propio ambiente que "quemarse las pestañas persiguiendo

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