Creencias Y Practicas Religiosas
rominagalvez8 de Diciembre de 2014
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CREENCIAS Y PRÁCTICAS RELIGIOSAS
Jesús de Nazaret nació en una familia israelita. Nació de madre judía, fue circuncidado al octavo día y educado en el judaísmo. Desde niño aprendió de sus padres las cos¬tumbres tradicionales, asistió con naturalidad a las sinagogas y peregrinó al templo de Jerusalén para las grandes fiestas religiosas. Interesa, por tanto, acercarse al entorno del judaísmo palestinense para conocer el ambiente de creencias, tradiciones y prácticas religiosas en el que cre¬ció y desarrolló su actividad.
Por lo que se refiere a la práctica religiosa judía hace veinte siglos el protagonismo central correspondía al culto en el templo, aunque cada vez se consideraba más importante el cumplimiento de la Toráh o Ley de Dios , a la que se debía dedicar el mayor empeño posible para cono¬cerla con detalle y cumplirla con exactitud. Como en los cinco libros del Pentateuco que constituyen la Ley hay bastantes pasajes en los que afirma que el Señor mandó: «haz esto» o «no hagas aquello», los maestros de la Ley fueron preparando elencos de estos mandatos positivos y negativos hasta llegar a la tradicional lista de los 613 manda¬mientos que era necesario cumplir. Además, bastantes de ellos podían tener muchos casos particulares que se consideraba imprescindible es¬tudiar y conocer a fondo.
En la vida corriente de cada día, quien deseara cumplir todos los mandamientos debía prestar especial atención sobre todo a las nume¬rosas cuestiones relativas a la observancia del sábado, a la comida y a la pureza legal, ya que eran las que se planteaban con mayor frecuencia.
En la alimentación era decisiva la distinción entre alimentos puros e impuros, lo que implicaba una depurada técnica incluso en la forma de matar a los animales puros cuya carne se iba a comer, para garantizar que quedasen totalmente desangrados . Igualmente, al confeccionar el menú no se podía olvidar el pensar cuidadosamente qué se iba a comer, ya que nunca se deberían mezclar carne y leche, o mejor, productos cárnicos con productos lácteos en la misma comida, e incluso con va¬rias horas de diferencia.
También era importante realizar las purificaciones adecuadas, de las vasijas y demás objetos de uso corriente, de las manos o de todo el cuerpo, según los casos.
La cercanía de gentes de origen judío y helenístico (judíos que no vivían en Jerusalén, pertenecían a la diáspora), sobre todo en Galilea, llevaba a muchos a excluir a los paganos (los que no eran de raza judía) del ámbito de sus rela¬ciones sociales para no contaminarse con los usos y costumbres profa¬nos. Pero no todos actuaban así. También había numerosas familias judías que no se preocupaban en exceso por atenerse a tan largas y complejas prescripciones, y se ajustaban a un modo de vida muy similar al de los gentiles. Sin embargo, las personas o familias observantes eran muy cuidadosas en lo referente a guardar el descanso sabático, los usos culinarios y algunas costumbres en la vida social. En concreto, se evitaba un trato cercano con los gentiles como el que podría suponer visitarlos en sus casas o comer con ellos.
En esos momentos, un aspecto central lo desempeñaba el culto en el templo, que, casi terminada por aquel entonces su reconstrucción, go¬zaba de un esplendor material que posiblemente no había tenido pre¬cedentes tan gloriosos en su larga historia. Los levitas y sacerdotes cui¬daban tanto las instalaciones como el desarrollo de las ceremonias de culto, de modo que todo fuese adecuado y digno.
Para penetrar el sentido de lo que allí se hacía y los modos concretos de dar culto a Dios utilizados en el santuario (Templo de Jerusalén) se requiere conocer lo esen¬cial acerca del culto en la religión de Israel y de sus fundamentos, así como de la función que desempeñaba el sacerdocio en esas tareas. Por eso nos detendremos a mirar hacia atrás para seguir, aunque sea con bre¬vedad, el desarrollo histórico de las grandes cuestiones cultuales.
1. El sacerdocio y el culto en Israel en época romana.
Aunque durante el dominio romano de Palestina el poder político, estuvo en manos de los gobernadores, el sumo sacerdote conservaba también una fuerte influencia en la vida civil, pues era el jefe del Sanedrín, cuyas competencias en el ámbito regional eran respetadas por los romanos. Por eso, ante lo que se podría considerar una desacralización del sacerdocio institucional, que dejaba en segundo plano las tareas de mediación ante Dios para asumir responsabilidades de mayor inciden¬cia en el ámbito social y político, surgió una reacción por parte de quie¬nes propugnaban una purificación del sacerdocio.
Así, en una obra judía probablemente del s. I a.C. llamada el Testamentos de los Doce Patriarcas, se insiste en la necesidad de una purificación del sacerdocio en ese tiempo. Por ejemplo, el Testamento de Leví, después de enumerar muchos de los abusos del sacerdocio israelita a lo largo de su historia, concluye diciendo que «se interrumpirá el sacerdocio. Entonces el Señor suscitará un sacerdote nuevo, a quien serán reveladas todas las palabras del Señor. Él juzgará recta¬mente en la tierra durante muchos días» .
2. El culto en el templo
El judaísmo del tiempo de Jesús miraba siempre al TEMPLO. Desde siglos antes, exigía restringir el culto público a Dios a un único lugar, que era el templo de Jerusalén.
Gracias en parte a la política de Herodes el Grande, Jerusalén se había convertido en el centro espiritual de todo el judaísmo, tanto del palestinense como de aquellos judíos de la diáspora que vivían dispersos en las orillas del Mediterráneo y en muchos lugares importantes del Imperio romano e incluso fuera de sus fronteras.
Con la restauración del templo comenzada por Herodes en fase muy avanzada, el santuario ofrecía en tiempo de Jesús un esplendor muy notable.
La propia arquitectura del templo, constituía una invitación a reflexionar sobre su significado religioso. Se trataba, como es sabido, de un inmenso edificio, en cuyo centro estaba la mora¬da del Señor (santo de los santos), a la que sólo era posible llegar después de un complejo periplo a través de los diversos espacios y niveles. Al recinto más inte¬rior sólo podía acceder el sumo sacerdote y en los momentos previstos. Los que más se podían acercar a él eran los sacerdotes, que, también por la posición que ocupaban en el edificio, resultaba claro que eran mediadores entre los hombres y Dios. Fuera del atrio de los sacerdotes estaba el atrio de los varones israelitas, e inmediatamente después el de las mujeres. Por último, al atrio de los gentiles todos podían entrar, in¬dependientemente de su raza o religión. Para acceder al lugar de la pre-sencia del Señor era necesario llegar por el camino reglamentado. El acceso a lo más Santo se hacía a través de unas separaciones rituales, de espacios y de niveles sucesivos.
De este modo, incluso la arquitectura expresaba la santidad como una escala de niveles separados que concurren hasta la presencia del Señor. En medio de las naciones está un pueblo santo, Israel, que tiene en su corazón a Dios. Para acceder a él se requieren unos mediadores, que son los sacerdotes, con el sumo sacerdote a la cabeza.
2.1. Los sacrificios del culto
El templo, suntuosamente ampliado y enriquecido por Herodes, era el único lugar del mundo donde se podían ofrecer sacrificios al Señor, de acuerdo con todos los requisitos necesarios para que fueran agrada¬bles y dignos de él. Solo ahí se lograba la expiación gracias al culto ofrecido con pureza y santidad por los sacerdotes.
Además del sumo sacerdote y la aristocracia sacerdotal, había en aquellos momentos en torno a 7200 sacerdotes. En su mayoría vivían fuera de Jerusalén y sólo acudían cuando les correspondía¬ a su turno. Los turnos eran de una semana, y oficiaban 50 sacerdotes cada día. De entre ellos se sorteaba por la mañana y por la tarde aquel al que correspondía ofrecer el incienso en el altar correspondiente, dentro del Santo, antes del sacrificio de la mañana y después del de la tarde. El sábado se reunían los 300 sacerdotes que componían el turno y habían oficiado esa semana en los seis días an¬teriores.
En todo lo que se refiere al culto, los sacerdotes eran ayudados por los levitas. Había en aquel tiempo 9.600 levitas repartidos en 24 secciones. Además de ayudar a los sacerdotes, les correspondía lo relativo a la música y el canto, la vigilancia de las puertas así como las tareas de mantenimiento y conservación del edificio.
En el templo se ofrecían a diario varios sacrificios. Eran fijos el sa¬crificio matutino, poco después de la salida del sol, y el sacrificio ves¬pertino, a primeras horas de la tarde. Cada mañana y cada tarde se ofrecía un holocausto en nombre de todo el pueblo, pero cada día se ofrecían muchos otros a título particular, de fieles que llevaban unas víctimas para que los sacerdotes las ofrecieran.
• En el holocausto ('olah) la víctima animal se quemaba por completo como reconocimiento de la soberanía del Señor sobre todas las cosas. De or¬dinario se sacrificaban toros, carneros o cabritos, machos y sin ningún defecto. También se podían ofrecer corderos, e incluso tórtolas o palo¬mas, que eran la ofrenda habitual de los más pobres. El holocausto tenía un sentido de homenaje y súplica a Dios, pero también podía ser ofrecido para dar gracias, en cumplimiento de un voto, o en determina¬das circunstancias, como era el caso de las mujeres cuando habían dado a luz
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