ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

El Anillo De Giges


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2012  •  2.686 Palabras (11 Páginas)  •  2.687 Visitas

Página 1 de 11

JOAQUÍN GARCÍA-HUIDOBRO

EL ANILLO DE GIGES

UNA INTRODUCCIÓN

A LA TRADICIÓN CENTRAL DE LA ÉTICA

2007

© Poner el nombre de la Editorial .

Dirección de la Editorial.

© 2007. Joaquín García-Huidobro.

ISBN:

Inscripción Nº

Se prohíbe etc...

Diseño de Portada: poner nombre

CIP - Poner el nombre de la Editorial

García-Huidobro Correa, Joaquín.

El anillo de Giges. Una introducción a la tradición central de la ética / Joaquín García-Huidobro.

Incluye bibliografía e índice.

Incluye notas bibliográficas.

1.- Ética.- 2.- Antropología Filosófica.- I.- t.

CDD 22

170 2007 RCA2

Imprime poner el nombre.

Impreso en España / Printed in Spain

“Vivir no merece la pena

para quien no tiene ni siquiera un buen amigo”

Demócrito

A Regina y Ulrich Schipp

ÍNDICE

Prólogo a la edición española 9

Prólogo 11

I. El desafío del relativismo ético y el origen de la filosofía moral 19

II. El conocimiento en la ética 45

III. ¿Existe un fin del hombre? 63

IV. Las virtudes morales 75

V. ¿Es posible hablar todavía de vicios? 93

VI. Las virtudes y la racionalidad humana 107

VII. Las virtudes y la corporeidad humana 135

VIII. El problema de las normas morales 159

IX. Las normas jurídico-positivas 193

X. Conciencia y moralidad 213

XI. Los criterios de la moralidad 225

XII. Ética y naturaleza 251

XIII. Dios en la ética 273

XIV. La herencia ética de la Tradición Central 289

Guía bibliográfica 303

Índice analítico 321

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Las discusiones más importantes de buena parte del siglo XX fueron de carácter político, si bien muchas veces se llevaron a cabo con métodos muy ajenos a los que son propios de la política. Hoy, en cambio, ya nadie piensa que “todo es política”, se escribe más que nunca sobre ética y buena parte de la discusión pública se refiere a temas morales. Así, por ejemplo, la cuestión del aborto parece ser cada vez más importante en las elecciones presidenciales norteamericanas y asuntos como la corrupción están a la orden del día en cualquier debate político de todos los países. Este fenómeno, que ya se había apreciado en las naciones anglosajones, llegó con notable fuerza a España e Hispanoamérica, donde se repiten muchos de los debates que tienen lugar en otros países, si bien con modalidades propias.

El interés por la ética es en sí mismo positivo. Con todo, gran parte de los debates parecen no tener solución, ya que los interlocutores no hacen explícitas las bases filosóficas desde las cuales discuten. Este libro pretende proporcionar al lector no iniciado algunos elementos que lo lleven a entender un poco mejor las categorías que están en juego en estas discusiones. Para hacerlo, pretende mostrar el núcleo de las convicciones morales fundamentales de nuestra cultura. Hoy no todos comparten esas convicciones, pero sin conocerlas, sea para negarlas o para desarrollarlas y aplicarlas a las nuevas y complejas situaciones que nos preocupan, el diálogo se hace muy difícil. Esta obra pretende situarse en un nivel intermedio entre la complejidad de los tratados de ética y lo que enseñan las obras de divulgación, que son muy necesarias pero insuficientes para el lector que se pregunta por los fundamentos de la praxis. Su destinatario natural es un público de nivel universitario, aunque no esté versado en materias filosóficas.

Para el autor es muy significativo que este libro se publique ahora en la tierra de buena parte de sus antepasados. Es un buen motivo para estar agradecido a Editorial Rialp por esta edición.

Santiago de Chile, 7 de abril de 2007

PRÓLOGO

En la República de Platón se cuenta la historia de Giges, un pastor que servía al rey de Lidia.

“Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto, descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de un hombre, según parecía, y que no tenía nada excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el anillo y salió del abismo”.

Al poco tiempo descubrió que, al moverlo de determinada manera, se tornaba invisible, de modo que sus compañeros hablaban de él como si no estuviese presente. No tardó en advertir el poder que le otorgaba esa capacidad de volverse invisible. Se introdujo en la corte, sedujo a la reina, mató al rey con su ayuda y terminó por transformarse en tirano.

Esta historia no está recogida por casualidad. Si Giges es un modelo envidiable, la ética está de más, o es únicamente un pretexto para mantener a raya a los fuertes. En el fondo, sólo se necesitaría una buena cantidad de leyes y policías, además de la confianza en que nadie encuentre un anillo semejante. En cambio, si la actuación de Giges no es razonable, si tenemos buenos argumentos para no usar el anillo de esa forma, aunque lo encontremos, entonces hay lugar para la ética. Y podremos pensar, por tanto, que hombres como Giges pueden hacer muchas cosas, menos la más importante: lograr que su vida tenga un sentido.

Es probable que todo lo fundamental que había que decir acerca de la ética se haya escrito hace ya muchos siglos, en la Ética a Nicómaco. Allí explica Aristóteles que sus lecciones tienen por destinatarias a personas razonables, es decir, a la gente que procura comportarse bien. Pero ese tipo de hombres son precisamente los que no necesitan acudir a clases de ética. Son otros los individuos que deberían asistir: aquellos que suelen encontrarse en lugares de mala muerte y no en un curso de filosofía de la moral. Con todo, Aristóteles dictó esas lecciones, y lo hizo ante ese público de ciudadanos virtuosos. Al hacerlo, nos mostró que su interés no era tanto evitar que la gente se comportara mal, sino más bien producir una reflexión acerca de la excelencia humana, cosa que sí interesa a ese público de buenas personas.

Aunque, como señalé, en la Ética a Nicómaco ya se ha escrito lo más importante, los profesores siempre creemos que puede ser de utilidad para los alumnos contar con una introducción a estos temas. Quienes hayan intentado escribir una, se habrán dado cuenta de que probablemente eso no es verdad. En todo caso, lo que me movió a escribir estas páginas es que había algunos libros introductorios muy buenos (como el de Lorda), pero que, por diversas razones, no tocaban algunas materias importantes. El lector advertirá que, si aquí se tocan esos temas, es en la misma medida en que se dejan otros en silencio. No todos tenemos las mismas ideas acerca de qué es importante, y es bueno que así sea: de lo contrario no necesitaríamos del diálogo.

Existen muchas éticas. En las páginas que siguen se muestra una de ellas. En sentido amplio, podríamos decir que es aquella representada por la Tradición Central de Occidente. Prefiero no darle ningún nombre determinado, aunque el título “Tradición Central” no sea muy atractivo en estos tiempos y varios lectores del manuscrito hayan sugerido cambiarlo. En todo caso, este es un libro escrito por lo que C. S. Lewis llamaba an old Western man, es decir, por un hombre que piensa que la herencia ética de Occidente es importante y no resulta sensato despedirse de ella, menos cuando ni siquiera se la conoce, como sucede con muchos que la dan por superada. Si nuestros contemporáneos leyeran a Chesterton, aparte de gozar con una pluma ingeniosa, podrían descubrir que el ideal democrático de nuestros tiempos no excluye, sino que exige, tomarse muy en serio la tradición, que “no es más que la democracia proyectada en el tiempo”:

“Aceptar la tradición tanto es como conceder derecho de voto a la más oscura de las clases sociales: la de nuestros antepasados; no es más que la democracia de la muerte. La tradición se rehúsa a someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de aquellos que, sólo por casualidad, andan todavía por la tierra. Todos los demócratas niegan que el hombre quede excluido de los derechos humanos generales por los accidentes del nacimiento; y bien, la tradición niega que el hombre quede excluido de semejantes derechos por el accidente de la muerte. Nos enseña la democracia a no desdeñar la opinión de un hombre honrado, así sea nuestro caballerizo; y la democracia también debe exigirnos que no desdeñemos la opinión de un hombre honrado, cuando ese hombre sea nuestro padre. Me es de todo punto imposible separar estas dos ideas: democracia, tradición. Me parece evidente que son una sola y misma idea”.

No siempre resulta fácil decir quién pertenece y quién no a esta Tradición. Pero todos estamos de acuerdo en que Aristóteles, Cicerón y Tomás de Aquino están en el tronco de ella, mientras que Hume, Marx o Freud pretenden romper con esa herencia intelectual. Hay casos más difíciles de definir. Sin embargo, pienso que Kant, por ejemplo, mantiene sus tesis fundamentales, no obstante recurrir a fundamentaciones muy diferentes de las que hasta entonces había utilizado la filosofía clásica. En todo caso, esto daría para un análisis que es ajeno a este texto.

Aunque aquí sólo se muestre un modo de entender la ética, hay en muchos casos implícita una discusión con otras posturas, aunque no se mencionen. El objetivo que se persigue es poner de relieve ciertos problemas, más que dar una información acerca de autores y corrientes filosóficas. En efecto, si no se tienen presentes los problemas que mueven a filosofar, la filosofía misma se entenderá como una sucesión de refutaciones. Y no es así: espero haber aprendido al menos eso de mis maestros. La filosofía se parece mucho más a una conversación sobre ciertos grandes temas, en donde las diferencias normalmente se refieren a matices. Lo que ocurre es que en la filosofía los matices son muy importantes. A veces, todo.

El plan del libro es muy sencillo: se ocupa de los que, a mi juicio, son los temas fundamentales de la ética: el fin del hombre, las virtudes, la ley, la conciencia, y otros. Aunque no siempre se diga, lo hace de la mano de algunas grandes obras y se refiere constantemente a ciertas creaciones artísticas, particularmente literarias. No es sólo un motivo pedagógico el que me llevó a elegir este estilo de presentar los argumentos, sino que responde a ciertas convicciones filosóficas que no es del caso desarrollar aquí.

En buena medida, este libro pretende ser una respuesta al relativismo. Pienso que, al menos desde Platón, toda la ética occidental tiene ese mismo carácter. Pero no se agota ahí: también es el esfuerzo por mostrar un ideal de excelencia humana que permita entender que el hombre es un ser esencialmente moral y que la moral, lejos de coartar al hombre, es condición de su plenitud. En este sentido, este libro no sólo tiene enfrente a los relativistas, sino también a otro género de personas: los que sueñan con un mundo en el que la noción de deber esté ausente, donde no exista nada que limite el propio querer. Pienso que esta situación no sólo es utópica, sino también indeseable. Si por un accidente los hombres perdieran la conciencia de alguno de los diez mandamientos y, por tanto, pudieran transgredirlos de buena fe, su existencia no sería mejor. Más bien sería bastante desgraciada. Chesterton dice algo parecido:

“El tono de las sentencias de las hadas es siempre este: ‘podréis vivir en un palacio de oro y de zafiro si no pronunciáis la palabra vaca’; o bien: ‘vivirás feliz con la hija del rey si no le enseñas nunca una cebolla’. La visión depende siempre de un veto. Todas las cosas enormes y delicadas que se os conceden dependen de una sola y diminuta cosa que se os prohíbe”.

Hay que agregar, sin embargo, que esa condición no es caprichosa: aunque no todos lo sepan, las prohibiciones morales son una salvaguardia de los aspectos básicos del desarrollo humano. Pensar que viviríamos mejor sin este o aquel mandamiento implica que no se conoce suficientemente lo que es el hombre y lo que le hace bien. Por eso un autor ha caracterizado la moral simplemente como el “arte de vivir”. De ordinario, las señales de la ruta sólo incomodan a quien no tiene interés de llegar vivo a destino. Pero aunque las prohibiciones tengan un sentido y sean importantes para tutelar el bien humano, ellas apenas constituyen una pequeña parte de la ética. Un papel mucho más destacado lo ocupan, por ejemplo, las virtudes, es decir, las diversas manifestaciones de la excelencia humana.

El lector echará en falta algunos temas, como el análisis detallado del acto humano o de la libertad, que son muy importantes, pues constituyen el fundamento de la ética, pero que, a mi juicio, es mejor tratar de modo sistemático en un libro de antropología filosófica. Esta decisión es, naturalmente, muy discutible. Tanto como la contraria.

Entre la antropología filosófica y la ética hay estrechas relaciones. De una parte, si sabemos cómo el hombre es, sabremos cómo debe comportarse y cuáles son las maneras adecuadas de tratarlo. Pero al hombre no lo conocemos como se accede a un objeto inerte, que está simplemente situado frente a nosotros. El ser del hombre se muestra en la acción. Por eso, desde otra perspectiva, la ética también se halla antes que la antropología y ayuda a su constitución. El hombre es un ser activo.

Este libro está dirigido, en primer lugar, a los alumnos universitarios y a otras personas que deseen acercarse a los temas fundamentales de la ética. Sin embargo, aunque casi no se señalen autores y discusiones especializadas, también quiere ser una conversación con los estudiosos de la filosofía práctica. Probablemente no sea una buena costumbre el conversar con dos personas al mismo tiempo, pero a veces no hay más remedio que hacerlo.

Diversas personas leyeron los primeros manuscritos de este trabajo, hicieron valiosas correcciones o proporcionaron buenas ideas para el mismo. A todas ellas mi gratitud, lo mismo que a la Escuela Agrícola Las Garzas, un lugar muy apto para terminar de escribir un libro sobre la vida buena, y a mis alumnos de la Universidad de los Andes, que me han hecho muchas preguntas difíciles, que aquí procuro responder.

Como siempre, quiero señalar mi deuda intelectual con Alejandro Vigo: es probable, mejor dicho seguro, que muchas ideas que aquí se contienen hayan salido de largas conversaciones con él. En todo caso, no pierdo las esperanzas de que alguna vez se anime a escribir su propio libro de ética. También estoy en deuda con Nicolás de Prado, Carlos I. Massini, Jorge Martínez Barrera, Modesto Santos y Fernando Inciarte. Ya no podré reprocharle a este último que no lea los manuscritos que se le envían. Desde el 9 de junio de 2000 ya no necesita leer nada.

Por último, agradezco a la Fundación Gabriel & Mary Mustakis su apoyo bibliográfico, a la Fundación Alexander von Humboldt el haber gozado del tiempo y la tranquilidad que me permitieron concebir y escribir una parte de este libro durante una estancia en Münster, y a Fondecyt, cuya ayuda permitió llevarlo a cabo, dentro de un proyecto más amplio (N° 1010182 y 1040343).

Santiago, 26 de junio de 2005

I. EL DESAFÍO DEL RELATIVISMO ÉTICO Y

EL ORIGEN DE LA FILOSOFÍA MORAL

“La nobleza y la justicia que la política considera

presentan tantas diferencias y desviaciones,

que parecen ser sólo por convención y no por naturaleza”.

Aristóteles.

1. La generalidad de las personas comparte la idea de que la ética tiene que ver con los criterios acerca de lo bueno y lo malo. Pero este acuerdo, aunque importante, nos deja abiertas al menos dos cuestiones decisivas. La primera es que supone que a nosotros nos interesa distinguir entre lo bueno y lo malo. Con cierto cinismo podríamos preguntar: ¿y por qué ser bueno? En un libro de Michael Ende, unos brujos cantan una canción aprendida en su infancia: “Cuando el niñito decapitó a la ranita, se sintió muy contento. Porque hacer el mal es mucho más bonito que el estúpido bien” . En el caso de estos brujos, entonces, resulta claro que ni siquiera se preguntan si conviene ser bueno. Vamos a dejar esta cuestión para más adelante, pero podemos anticipar algo si tenemos en cuenta que preguntar acerca de por qué ser bueno es otra forma de la pregunta: ¿para qué la ética?

...

Descargar como  txt (16.4 Kb)  
Leer 10 páginas más »
txt