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Llanto Por Ignacio Sanchez Mejias


Enviado por   •  24 de Mayo de 2015  •  1.264 Palabras (6 Páginas)  •  184 Visitas

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La Cogida y la Muerte

«A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde».

Es claro que el poeta necesita de la precisión cronológica para aprehender de alguna manera la fatalidad. Existe en «La cogida y la muerte» una deliberada, explícita intención de subordinar aquello que naturalmente está por encima de la voluntad humana (la fatalidad, el azar, la muerte) al dominio y control de lo subjetivo, que aquí se encuentra en el ámbito de la emoción de la memoria. El poeta se ve desbordado por la emoción que le produce la muerte de su amigo y apela a su memoria para que ésta la contenga, constituyéndose en un punto de referencia consciente. La repetición obsesiva de la hora es un registro objetivo y consciente que va alternándose con la irrupción de imágenes que se agolpan en el inconsciente. El primer verso del poema («A las cinco de la tarde») es un enunciado objetivo, carente de verbo, que deja en vilo su dilucidación semántica, su continuidad anecdótica. Pero el poeta no quiere ir al suceso, a la noticia, a lo que ya se sabe (para eso están el rumor de la gente, la prensa, etc.). Apenas si en el segundo verso del poema («Eran las cinco en punto de la tarde») dinamiza el enunciado con la inclusión del verbo y una frase adverbial, logrando así involucrar -aunque de un modo implícito- el tiempo que transcurre para las personas y las cosas, y ese otro tiempo irrefrenable y soberano que rige nuestras vidas y nuestras cosas, más allá del reloj y su cronometraje.

El poema se inicia, pues, con una directa referencia al tiempo, el tiempo mensurable, concreto, exterior, y a este tiempo se enfrentará el tiempo de la conciencia del poeta, el tiempo de su recuerdo y, con él, aflorarán su emoción, su íntimo temblor, su desasosiego, de tal modo que todo quedará subsumido en su evocación, que es fruto de la tensión o el desfase entre el tiempo histórico, ya finito, y el tiempo interior o psicológico, potencialmente infinito, es el instrumento espiritual inevitable de toda gran elegía; y repárese que toda elegía empieza y termina con palabras que, ya explícita o implícitamente, aluden al acto de recordar y a la memoria, al dolor que causa en quien evoca la pérdida o muerte del evocado. Manrique comienza su «gran poema consolatorio» con la palabra «Recuerde» (que aquí es «despertar», pero también –no se olvide- «rememorar»), y el último vocablo de las «Coplas» es, significativamente «memoria»:

«[...] dejónos harto consuelo

su memoria».

La primera estancia del elegíaco lamento de Nemoroso culmina con los conocidos versos (que centran su réplica en su soneto):

«[...] por donde no hallaba

sino memorias llenas de alegría».

Y al final de su «dulce lamentar», el herido pastor suplicaba, en tono de pregunta, que ahora suprimo por la fragmentación arbitraria de la cita:

«[...] donde descanse y siempre pueda verte

ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte?»

Basten estos dos ejemplos clásicos para mostrar la actitud evocadora esencial de la elegía, su virtud de trasponer a la palabra poética una honda experiencia de dolor, encerrando el tiempo histórico en el recuerdo íntimo y a su vez liberando la emoción del recuerdo personal sujeto a ese tiempo histórico. García Lorca comienza su poema objetivando su recuerdo en la precisión cronológica; la actitud evocadora del poeta queda sobreentendida en la referencia temporal inscripta en el pasado. Al final del poema, en el último verso, podemos leer la palabra «recuerdo» (el «yo lírico» que dice «recuerdo») y lo recordado –suplantación poética del extinto, alusión metafórica al ausente- no es sino el alma del amigo que revive y se transubstancia en el aire impregnado de perfume de olivos andaluces:

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