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Dinamica.


Enviado por   •  17 de Diciembre de 2014  •  Informes  •  1.237 Palabras (5 Páginas)  •  236 Visitas

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El camino de reflexión que estamos haciendo juntos en este Año de la Fe nos lleva a meditar hoy sobre un aspecto fascinante de la experiencia humana y cristiana: el hombre lleva en sí un misterioso anhelo de Dios.

Muy significativamente, el Catecismo de la Iglesia Católica se abre, precisamente, con la siguiente consideración: "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (n. 27).

Tal afirmación, que aún hoy en muchos contextos culturales parece totalmente compartida, casi obvia, podría percibirse más bien como un desafío en la cultura secularizada occidental. Muchos de nuestros contemporáneos, de hecho, podrían argumentar no tener, para nada, deseo de Dios alguno.

Para amplios sectores de la sociedad, Él ya no es más el esperado, el deseado, sino más bien una realidad que deja indiferentes, ante la cual ni siquiera hay hacer el esfuerzo de pronunciarse. En realidad, lo que hemos definido como "el deseo de Dios" no ha desaparecido por completo y se asoma aún hoy en día, de muchas formas, en el corazón del hombre.

El deseo humano tiende siempre hacia ciertos bienes concretos, a menudo para nada espirituales, y, sin embargo, se enfrenta al interrogante sobre cuál es realmente "el" bien, y por lo tanto, a confrontarse con algo que es distinto de sí mismo, que el hombre no puede construir, pero que está llamado a reconocer. ¿Qué es lo que realmente puede saciar el deseo humano?

En mi primera Encíclica, Deus Caritas Est, intenté analizar cómo esta dinámica se realiza en la experiencia del amor humano, experiencia que en nuestra época, se percibe más fácilmente como un momento de éxtasis, de salir de sí mismos, como lugar donde "el hombre percibe que está inundado por un deseo que lo supera.

A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de un modo nuevo, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de lo verdadero. Si lo que experimento no es una mera ilusión, si realmente deseo el bien del otro como medio, también hacia mi bien, entonces debo estar dispuesto a descentralizarme, para ponerme a su servicio, hasta renunciar a mí mismo.

La respuesta a la pregunta sobre el sentido de la experiencia del amor pasa, por lo tanto, a través de la purificación y la curación de la voluntad, que requiere el mismo bien que se desea para el otro. Hay que ejercitarse, entrenarse y también corregirse, para que ese bien pueda ser querido verdaderamente.

El éxtasis inicial se traduce así como una peregrinación "como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios". (Encíclica Deus caritas est n. 6).

A través de este camino, el hombre podrá profundizar progresivamente en el conocimiento del amor, que había experimentado al principio. Y se irá vislumbrando, cada vez más, el misterio que representa: ni siquiera el ser querido, de hecho, es capaz de satisfacer el deseo que habita en el corazón humano, aún más, cuánto más auténtico es el amor hacia el otro, más queda en pie el interrogante sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad que tiene de durar para siempre. Por lo tanto, la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo, que conduce más allá de sí mismo y a encontrarse ante el misterio que envuelve toda la existencia.

Consideraciones similares se podrían hacer también con respecto a otras experiencias humanas, tales

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