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ENSAYO SOBRE EL TIEMPO


Enviado por   •  24 de Agosto de 2014  •  3.131 Palabras (13 Páginas)  •  1.937 Visitas

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El tiempo en los seres vivos

Manuel Miranda Anaya

Los sucesos de eventos que se presentan periódicamente, nos permiten desarrollar conciencia de lo que es el tiempo. Si bien no se ha desarrollado una definición lo suficientemente satisfactoria, es claro que el concepto de tiempo parece integrarse en nuestra mente de manera temprana y así poder relacionarlo con el ambiente en que vivimos. Así, el paso de las horas de los días e inclusive de los años, los integramos inconcientemente durante nuestros primeros años de vida.

La capacidad de discriminar diferentes intervalos de tiempo de manera conciente, como el cronometrar el paso de un minuto sin instrumento alguno, o como la percepción más o menos clara de los fenómenos que nos informan de nuestra propia existencia, depende de muchas variables en un organismo. La edad, el estado mental, la fatiga, la emoción, la experiencia, el nivel de desarrollo etc., son algunos ejemplos de las condiciones que modifican nuestra conciencia del tiempo; ésta capacidad depende, hasta donde conocemos, del desarrollo de una corteza cerebral con complicadas conexiones. La capacidad de percibir el tiempo depende también de nuestra facultad de integrarlo como un proceso racional, de tal modo que la percepción consciente de una secuencia de eventos, depende del desarrollo de redes neurales que lo integran en la corteza cerebral.

Sin embargo, los seres vivos poseemos otro “sentido” del tiempo, implícito en todos los niveles de organización y que no depende de la presencia de un sistema nervioso complejo pues, la capacidad de reconocer el paso del tiempo se manifiesta en una gran variedad de organismos con distintos niveles de organización biológica. Todos los seres vivos estamos expuestos a una serie de eventos periódicos tanto a lo largo de nuestra evolución como en nuestros propios ciclos de vida. La relevancia e influencia de cada uno de los ciclos, depende del impacto que tienen en nuestra forma de interactuar con el ambiente que nos rodea.

Antes de que la vida se desarrolle como tal, su tortuosa evolución ha transcurrido en un ambiente sujeto a ciclos geofísicos, entre los cuales destacan aquellos relacionados con los movimientos de rotación y traslación de nuestro planeta y de la luna. La evolución de la vida lleva implícita la capacidad de responder ante estos cambios, pues desde sus orígenes, las variaciones fisicoquímicas que ocurrían en el lapso de un día, representaban una presión de selección a la que tuvieron que responder los primeros seres vivos. Tan solo las variaciones de temperatura, de radiación, de combinación de gases, obligaron a que los organismos interactúen de forma distinta entre la noche y el día, el invierno y el verano, la luna llena y la luna nueva o la marea alta y la marea baja.

La diversidad de organismos con distintos niveles de organización biológica que reconocemos hoy en día, son capaces de manifestar de forma autónoma, ritmos en diversos rasgos biológicos. Los ritmos observados suelen estar estrechamente relacionados con algún evento geofísico y pueden ser una respuesta directa a los cambios ambientales o pueden estar enógenamente programados. Estos últimos se reconocen formalmente como ritmos biológicos y su principal rasgo es que permite a los organismos que los presentan, anticipar su fisiología a los cambios predecibles del ambiente.

La necesidad de cronometrar el paso del tiempo es tan antigua como la humanidad, y se refleja en registros históricos, que nos hablan de una necesidad de entender la periodicidad de los eventos naturales. La capacidad de predecir y anticipar los cambios en el ambiente es esencial para una mejor sobrevivencia, y esta capacidad existe al parecer en todos los seres vivos, si bien no es una forma conciente como la percepción misma del tiempo, si representa por lo menos una facultad de poder calcular el paso del tiempo, es decir que la cronometría es una propiedad intrínseca de la vida misma. Ejemplos típicos de ello representan los ciclos de actividad y reposo a lo largo del día, la migración de las aves o el cambio de plumaje en algunos animales, o la floración de distintas especies de plantas etc., que junto con los cambios geofísicos, han servido de herramientas complementarias para el establecimiento calendarios en las antiguas civilizaciones.

Sobre el estudio sistemático de los ritmos biológicos

El desarrollo de instrumentos para medir el tiempo es tan antiguo como nuestra especie, pero el reconocimiento científico de la existencia de un reloj biológico en los seres vivos, que permite detectar y calcular el paso del tiempo, viene de apenas unos cuantos cientos de años.

Entre los estudios más conocidos, destacan los del Sueco Karl Lineé, quien en 1745 presentó su reloj de floración de plantas de jardín e indicó las horas en la que distintas flores abrían sus pétalos a diferentes horas del día. Por otra parte, el astrónomo francés Jean d’Orotus DeMairan en 1729, observó que las hojas de la planta mimosa se abrían durante el día y cerraban por la noche. Al observar la misma planta en una habitación donde la luminosidad y la temperatura eran mucho más estables que en el exterior. DeMairan notó que el ciclo de apertura y cierre de pétalos persistía. Fue el botánico Suizo Agustín DeCandolle, hacia 1832, quien desarrolló una serie de protocolos de observación que confirmaron que el movimiento diario de las hojas, difería ligeramente de las 24 horas y el periodo del ritmo era opuesto si las observaciones se realizaban en condiciones de oscuridad constante o en luz constante. En 1936 Erwin Bünning y Kurt Tern en la universidad de Frankfurt, propusieron que tales movimientos eran originados por un reloj biológico que permite medir el paso del tiempo y que ajusta la fisiología de un organismo a los cambios ambientales geofísicos, más tarde el mismo Bünning demostró el carácter hereditario del reloj biológico.

En 1910 el psiquiatra suizo Augusto Forel reporta la experiencia de que a la hora del desayuno, las abejas de una colmena cercana recurren a su mesa y que días más tarde, podían anticipar la llegada de alimento. Más tarde, Buttel Reepen junto con Forel, propusieron que en las abejas existía una memoria del tiempo o Zeitgedächnis. Para entonces Bünning quien también trabajó con la mosca de la fruta, reportó sus observaciones sobre la regularidad en la eclosión de las moscas y junto con la experiencia de Forel, se consideró que en los animales debía también existir un reloj biológico semejante al de las plantas. Entre 1926 y 1939, Maynars S Johnson comentó en sus trabajos sobe los ritmos

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