El cambio que trajo el internet

El cambio que trajo el internet.

Desde que la compañía Bell creó el primer modem, permitiendo la transmisión de datos binarios sobre una línea telefónica simple, en 1962 inicia una revolución en las comunicaciones que  desemboca en una intercomunicación a escala global. A partir de entonces el comportamiento de las personas comenzó a mutar y se produjo un cambio en el paradigma de comportamiento y en la manera apreciar la realidad.

Cuando Juan Paul Sartre dijo “desconfío de la incomunicabilidad: es la fuente de toda violencia” no se imaginó que la incomunicabilidad tenía   fecha de caducidad. Desde la explosión de las  redes sociales, con Facebook a la cabeza, la globalización de la información se concretó el comunicar lo que acontece a nuestro alrededor se ha vuelto una necesidad, y el enterarse un derecho.

Hoy en día casi cualquier persona tiene facilidad de acceso a la web. Siendo ésta uno de los pocos medios que escapan de la censura, se ha producido un fenómeno de desvelamiento de hechos que han sido ocultados al público a través de la manipulación de información dada a conocer por medios oficiales. Este hecho ha comenzado a crear una consecuencia de la realidad en las masas, lo cual mejora la toma de decisiones por parte de éstas, creando unidad y conduciendo hacia el progreso.

Con lo fácil que se ha vuelto llegar a muchas personas, algunos han visto en redes, como YouTube, una forma de ganar dinero creando contenido de  entretenimiento. El fenómeno  de los influencers, es decir, personas  que cuentan con cierta credibilidad sobre un tema concreto, se ha vuelto una forma muy rentable de ganarse la vida, para aquellos con contenido correcto.

“Desde algunos años, sin que yo me diera cuenta al principio (…)  cuando leía ciertos libros, revistas o periódicos, me asaltaba  la incómoda sensación de que me estaban tomando el pelo…”

Con esto, el escritor peruano, ganador del premio Novel de literatura, Mario Vargas Llosa, reconoce el peligro que representa la credulidad. No es tan difícil imaginar que la misma facilidad que nos permite compartir noticias e información en general, produce un flujo de mentiras que se hacen pasar por verdades, en el mejor de los casos son medias verdades. Este problema ha llevado a todos a ser más precavidos, confiando solo en ciertas fuentes de veracidad comprobada. La credulidad, poco a poco, pasa a ser condición solo de niños.

Las relaciones familiares son la primera interacción que tenemos como seres sociables, marcando nuestra personalidad. Los lazos creados con los familiares son inquebrantables, y la necesidad de estar conectados es de primera importancia. A veces las condiciones poco favorables nos llevan a tener que migrar buscando mejores oportunidades dejando a la familia atrás. Esto, afortunadamente, no es más un problema, ahora cada dispositivo móvil cuenta con la posibilidad de realizar llamadas y mandar mensajes. Algunos hasta permiten hacer video llamadas.

Hoy ver a tu madre, padre, hermanos, hijos, etc. Es tan fácil como pulsar un botón que los conecta en cuestión de segundos.

Sin embargo, a pesar de todas las maravillosas cosas antes mencionadas, creo que el cambio más importante que trae consigo la llegada del internet y el avance en las tecnologías puede ser resumido por las siguientes palabras de Daniel Kahneman:

“La generación del instagram experimenta el presente como una memoria anticipada”

La posibilidad de escoger el cómo se quiere recordar el ahora es sin duda una posibilidad casi mágica.

La llegada de las tecnologías y la globalización de la información han cambiado la forma de percibir el mundo y también la de reaccionar ante él.

Nuestros comportamientos se han ido adaptando junto con los avances. Los comportamientos que hoy son considerados de lo más normales hace unos años serían considerado como inadmisible, probando la relatividad de la realidad. Poco a poco  se ha ido consolidando nuestra posición como dioses, posición que las tecnologías hacen imposibles.

Bibliografía

Mario Vargas Llosa. La civilazación del espectáculo (2015)  1ra  edición, página 199.

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