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Galleta De Lodo De Haiti


Enviado por   •  26 de Enero de 2015  •  1.013 Palabras (5 Páginas)  •  364 Visitas

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Los comedores de tierra

El terremoto de Haití puso en evidencia la miseria de un pueblo, más allá de la mala fortuna de tener su capital sobre una potente cicatriz geológica. De todas las carencias de los haitianos, el hambre es tal vez la más amarga; un hambre tan rampante y desbordada que encuentra en las galletas de barro un símbolo que parece fruto de una imaginación perversa. Son delgadas como un disco, tienen el tamaño de un cenicero, y al secarse registran las huellas de las manos que las han moldeado. Sal, manteca y lodo son sus ingredientes, y constituyen una especie de pasabocas que sirve para entretener el estómago hasta que haya oportunidad de tomar algún alimento verdadero. Es un snack que los haitianos van royendo a pedacitos.

Visto de ese modo, el hábito de comer tierra parece una costumbre propia del infierno y de la injusticia humana, interpretación que hizo más de un literato para dar efecto a sus columnas de opinión en los días posteriores al temblor. Pero la geofagia se ha practicado en muchos momentos y lugares, y no siempre bajo el acicate de la necesidad, pues es muy humano el deseo de paladear los manjares de la mineralogía. De hecho, el problema no es la tierra misma, sino, por una parte, las dosis, y, por otra, la idoneidad de los ingredientes. Hace algún tiempo, en Haití, dichas galletas se hacían de una arcilla comestible que fue aumentando su valor hasta obligar a las mujeres que las preparaban a utilizar un barro contaminado que actualmente recogen en lugares cercanos a basureros públicos.

Fuera del agrio contexto haitiano, son muchos los casos en los que el ser humano ha mostrado debilidad por el suelo que cubre la tierra. Entre los viajeros que recorrieron Colombia en el siglo XIX, Charles Saffray es uno de los que describen dicho hábito entre nuestros coterráneos. Dice el británico sobre un muchacho indígena del Bajo Magdalena: “tenía un color pálido, casi lívido; en su mirada notábase una fijeza que me hizo daño; sus ojos carecían ya de brillo; y sus miembros enflaquecidos parecían demasiado débiles para sostener una voluminosa cabeza y un vientre enorme”. Naturalmente, todo en exceso, hace daño, cuando unas pequeñas dosis de tierra pueden ayudar a salvar la vida. Cuenta el mismo Saffray que en la Europa de la guerra de los treinta años, se vieron en Pomerania, en Suecia y en Finlandia, poblaciones enteras que comían una arcilla llamada “harina de montaña” para poder sobrevivir.

La geofagia, por su rareza en la cuadrícula del pensamiento moderno, se muestra muy proclive a pasar por un hecho ficticio. El caso más conocido en nuestra literatura es el de Rebeca, en Cien años de soledad, la niña huérfana traída a Macondo por los indios, que se quedó a vivir en casa de Úrsula bajo pretexto de ser hija de unos primos. Durante sus crisis emocionales, la muchacha comía tierra para calmar la ansiedad, lo cual no sería peor remedio

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