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Alukard4 de Abril de 2013
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Tema 9: “La historia como critica o como discurso del poder” Adolfo Gilly
Premisa
La pregunta me pareció, de entrada, restrictiva: la historia, ¿para qué? Para los niños, el para que suele ser obvio y subordinado. El gran problema es el porqué. Y si transformo la pregunta en: historia, ¿Por qué?, me encuentro con la respuesta al porqué de toda ciencia y todo conocimiento: por la necesidad de obrar especifica del ser humano, eso que Marx llama “el comportamiento activo del hombre frente a la naturaleza, el proceso de producción inmediato de su existencia”.
Pero si esto es así, debo llegar enseguida a la comprobación, muy conocida, de que mientras en las ciencias de la naturaleza, en la historia natural, el conocimiento en cada momento dado tiende a ser uno, en las ciencias de la sociedad, en la historia de los seres humanos, ese mismo conocimiento es múltiple, tiene varias versiones y vertientes (o, en otros términos, mientras el primero es univoco, el segundo es multívoco o, si se quiere, incluso equivoco). La diferencia, también muchas veces explicada, puede buscarse en lo que el mismo Marx, citando a Vico, recordaba: “La historia de la humanidad se diferencia de la historia natural en que la primera la hemos hecho nosotros y la otra no”.
Entra entonces la distinción entre lo objetivo y lo subjetivo. Y si la condición del conocimiento científico es la capacidad crítica, se aceptara si dificultad que es mucho más fácil la crítica de lo que hizo la naturaleza y de nuestro conocimiento sobre ella, de la crítica de lo que nosotros hicimos y de nuestro conocimiento sobre nosotros mismos.
Por qué la crítica, y su producto el conocimiento, disminuye o destruye la dependencia de poderes ajenos, y mientras ante el poder de la naturaleza sobre los seres humanos el interés de estos se presenta unificado precisamente por su comportamiento activo frente a ella (su comportamiento de sujeto, y no de mero objeto), ante el poder de la sociedad ante los individuos el interés de estos se presenta dividido, según que lo ejerzan o que lo sufran, o más precisamente, según que dé él se beneficien unos más que otros o unos sobre otros.
Esto determina, para la historia, una situación contradictoria con la de otras ciencias: existen, en determinado momento, varias historias, no una, diversas versiones e interpretaciones divergentes y a menudo antagónicas. Lo cual nos lleva, a su vez, a una nueva transformación de la pregunta: Las historias, ¿Por qué? Las diversas versiones suponen que algunas (o todas) son falsas o menos verdaderas (o, si se quiere, ideológica, lo cual plantea la cuestión del límite entre ciencia e ideología en la historia). Si el conocimiento conduce a la acción, un conocimiento falso extraviara el pensamiento y desviara la acción de quien por él se guie. Sin embargo, la persistencia a través de las épocas de las varias versiones simultáneas de la historia indica que el conocimiento histórico es también, y antes que nada, un discurso adaptado no a una acción única de la humanidad sobre la naturaleza, sino a diversas acciones de diversos grupos humanos sobre sí mismos y entre sí.
Esto es porque la historia trata, obviamente, de relaciones sociales: guerra, comercio, técnica, ciencia, religión, Estado, familia…. Esas relaciones sociales, mientras el ser humano siga dependiendo estrechamente de la naturaleza (independizarse totalmente de ella, por elementales razones biológicas, como es natural nuca podrá), y más todavía en la sociedad de clases, son inevitable e invariablemente relaciones de fuerza: padres/hijos, hombre/mujer, adultos/jóvenes, adultos/ancianos, dominadores/dominados según castas, clases, comunidades o naciones.
La historia, cuyo objeto privilegiado es la descripción y el conocimiento de esas relaciones y sus transformaciones, puede adoptar frente a ellas dos actitudes que no les son permitidas a las ciencias naturales frente a su objeto: justificarlas explicándolas como inmutables o naturales, o criticarlas explicándolas como cambiantes y transitorias.
La primera actitud parte de quien tiene interés de conservar las actuales relaciones sociales (o, en otras palabras, las actuales relaciones de fuerza dentro de la sociedad); la segunda, de quien pretende transformarlas.
Las diversas historias surgen pues, como es demasiado sabido, de diversos intereses sociales, uno conservador de las relaciones de fuerza y de poder existentes (aunque pueda ser crítico de las del pasado, presentadas entonces como mero tránsito hacia el orden de cosas existente), otro critico de los poderes establecidos (critico, entonces, también hacia el pasado, y crítico hacia sí mismo y hacia el porvenir, si no quiere caer en la inmovilidad de la utopía o del mineralismo, forma invertida de la conservación tendida hacia el futuro).
El grupo o la clase social cuyo interés coincida con la crítica radical de los poderes establecidos podrán aproximarse más, en su interpretación de la historia, a los criterios del conocimiento científico. Aquel cuyo interés sea la conservación de esos poderes y del orden que de ellos se desprende se orientara en cambio hacer de la historia una ideología justificadora del estado de cosas presente y a convertirla, en consecuencia, en un discurso del poder.
Entre la crítica radical y el discurso del poder establecido oscila el porqué de todas las historias y, en consecuencia, su para qué.
Límites y tensiones
La historia comienza donde termina la memoria de las generaciones vivas: en los abuelos. Más acá, es crónica, relato, narración de testigos presenciales. Todavía no alcanza a cristalizarse del todo en historia la Revolución Mexicana para México ni la Revolución Rusa para la Unión Soviética, aunque ya la mexicana lo sea para los soviéticos y la rusa para los mexicanos. Todavía es mas fácil hacer un film sobre los procesos de Moscu que sobre Huitzilac en Mexico, y mas fácil en Moscu investigar y publicar sobre las purgas de Obregon que sobre las de Stalin.
Por eso mismo, son diferentes los intereses que guian (o desvían) la crónica, de aquellos que producen los mismos efectos en la historia. Rashomon es un ejemplo clásico de los primeros, las diversas versiones escolares de las historias de cada Estado, de los segundos. En el primer caso, se trata de individuos; en el ultimo, de grupos sociales o naciones.
Esto dice que seria ilusorio esperar una historia imparcial: el punto de vista del observador, individuo en sociedad, produce un efecto de “indeterminación”. Ese efecto es tanto menor cuanto mas conscientemente el historiador--- o su antecesor, el narrador----- asume su propia parcialidad ante los hechos que relata y antes las narraciones que interpreta.
La parcialidad no significa mentira: significa tomar partido o, tambien, apasionarse. Si las relaciones sociales son relaciones de fuerza y si la historia es la historia de la lucha entre las clases y los grupos sociales, tomar partido no exige faltar a la objetividad. La parcialidad mas desinteresada por alguno de los intereses en lucha, requiere al contrario buscar la veracidad de los hechos y rechazar la falsedad con la misma severidad con la que el investigador de la naturaleza toma en cuenta tanto de los resultados experimentales que confirman sus hipótesis como aquellos que las desmienten.
Pero aquí, nuevamente, el grado de objetividad estará fuertemente determinado según que el interés que guía a la inevitable toma de partido (la supuesta “imparcialidad” es una toma de partido subrepticia) sea interés conservador o un interés critico hacia el orden de cosas existente.
Dicho esto, la historia, como la crónica, no es justificación, condena, juicio de valor. Es ante todo narración e interpretación, combinadas pero no confundidas. Significa construir intelectualmente el curso de los hechos y explicar oir que fueron asi y no de otro modo. La hostoria, como es sabido, no se construye con los si, y la obra del historiador que se dedica a especular acerca de lo que habría sucedido si… (o cuyo método de interpretación tiene como fondo dicha actitud), no tiene mas valor científico que las teorizaciones de lo que ocurriría si nuestras abuelas tuvieran ruedas…
El historiador, para reconstruir con losmateriales dados (aparte de saber y poder reunir los matreriales), necesita relacionar su tarea con dos niveles: A) un método de interpretación general; B) su propia experiencia (vivida, aprendida o heredada). El primer punto se relaciona con el rigor científico en su oficio. El segundo, tiene que ver con su calidad de conocedor de seres humanos en tanto individuos y en tanto grupos, con s capacidad de acumulacion de experiencia vivida (por el o por otros, por que la edad no siempre es garantía de experiencia y muchas veces es de incapacidad de nueva asimilación).
La reconstrucción histórica debe reproducir el movimiento, la multitension (el “multitenso coajuste, como el del arco, como el de la lira”, que decía Heraclito) que caracteriza al proceso de la historia. La intensidad de lo vivido y lo leído, de lo experimentado y lo aprendido, esa tensión entre la vida y conocimiento (empririco o teorico, aquí no importa) cuyo nombre es pasión, es un ingrediente sin el cual la obra del historiador no pasara de ser un erudito pan sin levadura.
Esa tensión peculiar de la historia obedece, al cruce y la contraposición de sus historias. Quiero decir al cruce de la historia individual y la colectiva; la familiar y la local; la local y la regional; la regional y la nacional; la nacional y la mundial. En cada uno de estos puntos de intersección y en sus múltiples combinaciones se determinan focos de tensión
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