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La Ciudad Y Sus Signo

neete3 de Julio de 2015

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La ciudad y sus signos (Mario Margulis)

La ciudad como texto

La noción de “cultura” remite a sistemas compartidos de códigos de la significación que hacen posibles la comunicación, el reconocimiento y la interacción. Nos habla de mundos de signos, de sentidos, de sensibilidades, de formas de percepción y apreciación, en donde el lenguaje es el código simbólico por excelencia y el que mejor abarca la trama de lo social. La ciudad, como construcción humana, también da cuenta de la cultura. Como construcción social e histórica, va expresando los múltiples aspectos de la vida social y transmitiendo sus significaciones.

Nuestro punto de partida es que desde la perspectiva de la sociología de la cultura, podemos leer a la ciudad como si fuera un texto. Para Roland Barthes “la ciudad es un discurso, y este discurso es verdaderamente un lenguaje: la ciudad habla a sus habitantes”. La ciudad no sólo funciona, también comunica y desde este ángulo podemos leer e interpretar en ella las numerosas huellas que van dejando sus habitantes, que se manifiestan como una escritura colectiva que es descifrable en sus edificaciones, en sus calles, en la circulación, en los comportamientos. La metáfora “escritura colectiva”, indica que ésta puede ser descifrada como si fuera un texto, que contiene en sus estructuras de significación las huellas de los procesos históricos que han dado lugar a su construcción, incluyendo las estrategias urbanísticas, las elecciones estéticas y las decisiones políticas.

La ciudad es comparable a la lengua, construida por múltiples hablantes en un proceso histórico que da cuenta de interacciones y de luchas por la construcción social del sentido. La ciudad, al igual que la lengua, refleja la cultura: un mundo de significaciones compartidas. El habla puede homologarse, en el caso de la ciudad, con las prácticas, los comportamientos, las acciones, los itinerarios, las transformaciones que van construyendo la ciudad, los usos que sus habitantes hacen de ella.

La construcción de las palabras y sus significados se van desarrollando en el ámbito de la lengua como expresión histórica de la vida social y también de las luchas por el poder y la hegemonía, que no pueden dejar de reflejarse en los instrumentos para conocer y se manifiestan en el plano de la construcción social del sentido. Paralelamente, la ciudad también expresa en sus propios sistemas de signos, en sus articulaciones espaciales, en sus usos, formas y estéticas, el impacto de las fuerzas sociales que en ella intervienen y de sus pujas y contradicciones. A través de la modulación del espacio urbano la ciudad va expresando —en forma material y simbólica— la desigualdad social, la diversidad de los grupos sociales que la habitan y las diferencias y conflictividad que los envuelven. En la ciudad se pueden reconocer las tendencias sociales dominantes en cada momento histórico, y la ciudad de hoy da cuenta, en su evolución, de los cambios tecnológicos recientes y del peso abrumador de las fuerzas del mercado.

Imaginarios de la ciudad diversa

El espacio, las calles, los edificios y el paisaje urbano son significantes. Caminar por la ciudad lleva consigo la posibilidad de recibir e interpretar múltiples mensajes que hablan a sus habitantes, emiten señales e intervienen en los comportamientos. El habitante que tiene competencia cultural para comprender su ciudad puede interpretar, en diversas dimensiones, las señales que ésta contiene y descifrar, en la marea semiológica contenida en el espacio urbano, signos sensibles, estímulos, señales de identidad, prescripciones o prohibiciones que orientan sus prácticas. La competencia del nativo indica que su uso de la ciudad es una práctica cultural que permite el inter-juego, la comunicación no explícita entre los habitantes, la posibilidad de elección entre múltiples trayectorias y, aún más, una precaria armonía en las transgresiones y formas de operar, de modo que el cúmulo de agresiones (provenientes del ambiente, de los vehículos, del ruido o de los vecinos) no llegue a hacer estallar el funcionamiento habitual ni interrumpa el fluir de la ciudad. El nativo posee saberes que le permiten emprender trayectorias complejas, la convivencia con diversas tribus en el espacio urbano.

“Los significados pasan, los significantes quedan”, afirma Roland Barthes, y esta frase podría aludir, en el caso de la ciudad, a la permanencia de las calles, edificios, monumentos y al cambio en su significación. Los estudios sobre el lenguaje revelan que las palabras superponen, con el paso del tiempo, nuevos modos de significación. Su uso en otros contextos va imponiendo sentidos renovados a un viejo significante, que no obstante conserva en su intimidad restos de sus antiguos usos. En el caso de las ciudades, pueden hallarse situaciones análogas: configuraciones urbanas que han sobrevivido al paso del tiempo y conservado sus rasgos materiales, van adquiriendo una nueva significación. Los significantes urbanos son percibidos de modos diferentes por los grupos que en ella habitan. Podría afirmarse que cada uno de esos grupos imagina y vivencia una ciudad distinta. Habría entonces, en cierto modo, ciudades paralelas y simultáneas, pero diferentes si se las distingue desde la intimidad de las vivencias de los diversos grupos de habitantes. Cada una de las subculturas que conviven en la ciudad posee sus propios dispositivos epistémicos que operan sobre su modo de percibir la ciudad. A veces personas de distintas generaciones o sectores sociales comparten el mismo tiempo y espacio, y transitan por una ciudad que se vuelve subjetivamente múltiple.

La ciudad es también, y sobre todo, sus habitantes. La ciudad expresa la cultura compartida por quienes la habitan. Es también el movimiento, los lenguajes, los comportamientos, las vivencias y modos de vivir de sus habitantes. La ciudad se manifiesta, también, en el ritmo que le imprimen los ciudadanos. La ciudad es inteligible para sus habitantes. Esta inteligibilidad varía según el vínculo que el ciudadano tenga con cada lugar de la ciudad, con la historia y memoria que lo relaciona en forma intelectual y afectiva con cada sitio. En los habitus incorporados que refieren a la ciudad, en los usos que se hace de ella, en los códigos y en las prácticas influye la historia personal, familiar y barrial, el sitio ocupado en la ciudad y la diferente carga afectiva y cognitiva relacionada con los diferentes lugares. Desde el punto de vista subjetivo, varía el grado de comunicación, de intimidad, la significatividad de cada espacio urbano; de allí la sensibilidad hacia las modificaciones. Todo cambio, toda demolición suelen ser vividos como agresión. Todo habitante construye marcas simbólicas que definen su espacio personal, que la vuelven propia y familiar. Este proceso consiste en la transformación del territorio en lugar, que ocurre en el plano de la subjetividad con la depositación de identidad y de afecto sobre algunos espacios urbanos.

La ciudad es también la cristalización de fetiches que emanan del sistema mercantil. Las representaciones colectivas están influidas por los sesgos ideológicos que operan sobre la construcción social del sentido e inciden en la significación de toda clase de objetos. La labor de buscar y descifrar las señales impuestas por un sistema social en el que impera el fetichismo de la mercancía, imponiendo su influencia alucinatoria a la ciudad y sus contenidos (calles, casas, objetos, espejos), parece haber sido uno de los ejes centrales de la vasta labor realizada durante más de una década por Walter Benjamin (1892-1940) en la ciudad de París.

Son múltiples las lecturas posibles. Se puede intentar la interpretación de la cultura a partir de la ciudad considerada como un texto infinito, un texto compuesto no sólo por la configuración de edificios vehículos y objetos, sino también por sus habitantes en movimiento, sus prácticas e itinerarios, sus acciones y la regulación de las mismas por códigos que no son visibles y evidentes. La ciudad presenta formas de articulación del espacio, de los movimientos, de los ritmos y velocidades, que le son peculiares, y sus habitantes se socializan en esas modalidades del tiempo y del espacio, aprehenden e incorporan estas modulaciones en lo que tienen de general y en lo propio de los espacios específicos, los barrios, las calles. La ciudad es un agente en el proceso de socialización, de incorporación de cultura, y cada individuo que nace y crece en ella se impregna de los ritmos y cadencias, de los modos y modalidades, de los sistemas de reconocimiento y apreciación; aprende lenguajes y dialectos, gestos y signos que construyen la identidad del habitante y de cada miembro de las subculturas urbanas pertenecientes a los múltiples nichos culturales, sociales o espaciales que confluyen en la ciudad.

La ciudad desigual

La ciudad es también expresión de la diferenciación social: ésta puede ser leída y apreciada en sus calles y arquitectura, en el cuerpo, ropa y gestualidad de los transeúntes, en el alcance de los servicios que brinda, en el consumo ostentoso de algunos o en los índices de pobreza, carencia, enfermedad y privaciones.

La ciudad emite señales; diversos signos que influyen en los itinerarios urbanos de los distintos sectores sociales. Muchas zonas de la ciudad no son invitantes o más aún, son abiertamente hostiles para aquellos que no son considerados legítimos en ese entorno. La ciudad expresa las diferencias sociales y manifiesta todos los matices de la distinción.

La diferenciación social se expresa de múltiples maneras en el interior de las ciudades. Los modos de referencia para indicar localizaciones jerarquizadas de modo diferencial suelen ser variados.

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