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La Mujer Que Yo Amé O La Manera Equivocada De Hacer Ciencia


Enviado por   •  9 de Marzo de 2014  •  4.153 Palabras (17 Páginas)  •  306 Visitas

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La mujer que yo amé...

(o la manera equivocada de hacer ciencia)

Por Víctor Cabrero

I

LAS RAZONES DEL DESASOSIEGO HUMANO

Hace muchos, muchos años, yo amé a una mujer… seré más puntual –obligado por la influencia de mi cientificismo-, debo aclarar que aún la amo. El del por qué se ama a una mujer es muy variado. Cada hombre tiene un tema específico que se convierte en su afán, en su ideal, en su arquetipo. Es “un no sé qué” de la mujer que nos subyuga, que nos cancela el razonamiento y hasta el funcionamiento de ambos hemisferios cerebrales, que nos desvela y que nos hace hacer y decir cosas jamás escuchadas, jamás anteriormente vistas. Cosas como las que usted leerá a continuación.

Esta es una de esas historias, como habrá miles o millones desde que surgió la humanidad. Pero también es una historia de una metodología equivocada, fallida en tanto fracasé en mis intentos de seducción, perdón quise decir de experimentación…

A pesar de que siempre actué apegado a la verdad, con objetividad, imparcialidad, con sistema. Sin duda en algo me equivoqué, pues la duda aún persiste en mi cerebro. ¿Era o no una Angelina? ¿Era una diosa o era un demonio disfrazado de mujer?

Si, lo recuerdo bien. Aquél era el proyecto de investigación denominado M. A. D. (Mujer, Ángel y Demonio), de donde se desprenden parte de estas memorias.

Si me preguntaran que me gustaba más de ella. Yo diré que de ella me encantaba su sonrisa, pero no sólo la sonrisa labial, no, a ésa no me dirijo ahora, que también me gustaba, me refiero esencialmente a la sonrisa de sus ojos. Ella reía (y ríe) con los ojos, era (y es) desde mi punto vista, angelical -bueno, si los ángeles existen, me imagino que así deben reír-.

Pero no era (y es) – ¡nótese lo difícil que me resulta hablar en pretérito de éste amor que aún me calcina! – la bella configuración de su sonrisa de sus ojos, el único tema de su anatomía fenotípica lo que me atraía y subyugaba. ¡No! ¡Aunque igual hubiera sucumbido!

Primer advertencia ignorada.

Su voz, ¡ah! Su voz era (y debe seguir siendo) como un murmullo musical para mis oídos, como un ronroneo de gata en celo, ajena y escéptica de las súplicas externas. ¡Si, así era ella! Como que no creía en nadie. Esto se apreciaba en su voz -incluso en sus prolongados silencios- aún de que yo suplicara sus favores, sometido a los más espantosos tormentos de la inquisición medieval. Ella no se inmutaba. ¡Permanecía impávida, serena, inconmovible a mis ruegos! Esto debía de convertirse en una alerta de focos amarillos y rojos, en una clara advertencia. Pero ya saben que uno en esos momentos, no atina a pensar con claridad.

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Sin embargo, al mismo tiempo su voz se salpicaba de matices y tonos tan diversos y sofisticados que me encrespaban los nervios, sabedores de que ahí, en la poseedora de aquella melodiosa voz, había una veta de comprensión, de compañerismo, de amistad, de amor, de goces y placeres interminables.

Debo también especificar que su boca, siempre sonriente, mostraba una sonrisa franca de esas que muestran la dentadura completa… ¡Me fascinaba! Tenía un mucho de niña en su boca – Y aquí confieso mis extravíos y delirios al exponer mi debilidad por sus besos de niña y de mujer al mismo tiempo.- Lo siento, pero he de ser sincero en todas mis emociones. ¡Ah de qué manera experimenté la sensación de gloria, de poder, de éxtasis…!

Y sin embargo, apenas fueron unos cuantos besos. Los besos que se pueden dar en una tarde, en una banca de jardín, en una plática, en un recorrido de apenas unas cuadras de camino. Fueron aquellos unos besos tímidos, exploradores, de reconocimiento. Me pregunto lo que hubiera pasado si me hubiera atrevido a besarla apasionadamente. ¡Pero esta timidez mía, este recato y pudor no me dejaron!

Casi en la mayoría de las fotos que aún conservo de ella –es de esas cosas inexplicables que conservamos y guardamos celosamente en algún rincón especial, y que de cuando en cuando, miramos de manera masoquista en los momentos en que necesitamos sentir dolor- ella, -decía- se encuentra riendo, ¡Siempre reía! ¡Era divina! (Insisto. No creo que tenga que explicar que, en caso de que los dioses existan, deben de reír y su sonrisa debe ser mejor que la del resto de los mortales, por algo son dioses… ¿O no?).

Y ahora que recuerdo, la curiosidad innata en mí quedó acallada, inactiva, pues nunca le pregunté de qué reía.

¿Debería de haberle preguntado?

Creo que no. Para mí estabilidad y salud mental, el porqué de sus risas debe de permanecer como esos insondables “misterios femeninos”. Está bien que sea un redomado masoquista al recordar tan detalladamente a tan bella mujer y regodearme en aquello que me cautivó… pero una cosa es mi adicción a pequeñas dosis de dolor y otra el pretender suicidarme…

No puede faltar en esta narración de mi éxtasis amoroso, la descripción de su piel. Que era ¡ay de mí!, ¡como la que cualquier hombre espera de su amada: tersa, suave, sonrosada, tan delicada como la de un bebé, pero al mismo tiempo de mujer plena, en espera de la caricia inmediata, su piel era interminablemente acariciable! Sus mejillas parecían que fueron hechas expresamente para ser besadas, una y otra y otra vez.

Su cabello era (es) castaño oscuro y con la característica de ser muy delgado, muy finito. Lo llevaba corto y adornado con esa moda de rayitos más claros. La sensación de la caricia de ese cabello -después lo descubrí- es como si me elevara súbitamente al cielo y entrara en gravedad cero de manera instantánea.

El color de su piel y su morfología evidenciaban parte de su origen latinoamericano: su tez es de color marrón claro con mayor predominancia de feomelanina (pigmento rojo amarillento, ¡prietita pues!). Su esqueleto es ancho y pesado, su talla es de, aproximadamente, un metro con sesenta y cinco centímetros de altura. Ella es pues,

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de complexión mediana. Con tendencia a la mesocefalia. Y presenta un ángulo facial pronunciado. Su nariz es larga y estrecha; sus ojos (lindos) de color marrón claro; sus labios entre delgados y estrechos. Pero… esperen, esperen…

¿De qué sirve una descripción como ésta? Desde el punto de vista de la investigación hipotética deductiva, en cuanto a lo cuantitativo, es posible medir hasta la cantidad de melanocitos por centímetro cuadrado de epidermis… ¿Y? ¿Qué con ello..? Podemos rastrear

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