La idea humanista
marlencita8927 de Mayo de 2013
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Por Jorge Martínez
Número 33
El compromiso ético puede y debe resistir el augurio sombrío de Hans Magnus Enzensberger de que la soberanía individual y nacional está condenada a desaparecer. A ese augurio oponemos el de Miterrand en cuanto a que el porvenir de una vida superada pertenece a quienes sepan dominar los mecanismos efectivos de la comunicación al servicio del hombre.
Eulalio Ferrer
Propósito
La idea humanista que sitúa a las relaciones entre las personas y a las personas mismas en la base de la definición de la sociedad tiene que ser criticada, como lo hace Luhmann, cuando se constituye en prejuicio que enceguece la investigación. Pero no necesariamente la tradición humanista ha de verse degenerada en prejuicio. A ese estado queda reducida cuando impide al observador de la sociedad percatarse de su complejidad obcecándose en el protagonismo del sujeto. Se libera de ese peligro si su afán de elevar la condición moral del hombre se compromete con la razón sin idealizarla como destino.
Desde otro horizonte conceptual, las miradas que se inspiran en la teorías de sistemas y de la autopoiesis aplicadas a la sociedad, si bien enriquecen el conocimiento al esclarecer la dimensión autónoma de la operación del sistema social, llegan a degradarse en prejuicio cuando caen en la sobresimplificación de negarle al ser humano todo alcance transformador, y a escamotearle la posibilidad y el sentido de influir en la sociedad a nombre de la clausura autopoiética.
No está en el ánimo de este trabajo asumir la discusión teórica exhaustiva entre complejidad y humanismo a la que el propósito asumido alude. La única, modesta intención, consiste en buscar los elementos que, en el contexto del debate entre esas corrientes, pudieran servir para comprender en qué consiste la comunicación.
La polémica
Para algunos la comunicación es un milagro, para Niklas Luhmann es simplemente improbable y ni siquiera está bajo el dominio de la voluntad humana, escapa a la razón y al deseo, es un sistema autónomo inaccesible a la intervención del hombre quien es apenas su expresor no su dueño, el hombre es un instrumento de la comunicación, un simple vehículo más, no el único, a través del cual se manifiesta la condición autopoiética de la sociedad. El protagonismo que la convicción humanista ha concedido al hombre al situarlo en el estatus exclusivo de sujeto, se traslada a la sociedad, que ahora ha dejado de ser la simple suma de individuos para mostrarse como una organización facultada, como todo sistema autopoiético, para crear por sí misma la estructura y los elementos que la componen. La sociedad en la teoría luhmanniana es un organismo autopoiético compuesto por comunicaciones no por individuos.
Habermas, por su lado, encuentra en la comunicación el vehículo que lleva a los seres humanos, organizados socialmente, a lograr el entendimiento. Ve en la acción comunicativa una energía social que impulsa hacia la construcción del consenso, que a su vez conduce, mediante procedimientos de iteración del acuerdo, al progresivo incremento de la racionalidad de las relaciones sociales. La democracia, desde esa perspectiva, se conforma evolutivamente con las acciones comunicantes que los sujetos realizan.
Si Luhmann descubre la condición autopoiética de la comunicación, y se interesa en desarrollar a partir de tal descubrimiento una teoría de la comunicación, es en la medida en que llega a la conclusión de que tal trabajo teorético le es indispensable, junto con su teoría evolutiva y la de sistemas, para edificar como pretende, una gran teoría general de la sociedad.
Habermas, en cambio, arriba al estudio de la comunicación interesándose por su efectividad para transformar lo que el llama el mundo de la vida que está formado de la sociedad, la cultura y las personas. Ambos, cada uno desde su distinto punto de observación, se ven obligados a pensar la comunicación, aunque ninguno de los dos partió de seleccionar esa investigación como propósito originario.
La comparación entre las dos posiciones es inevitable. A menudo se las interpreta como opuestas pero quizá, si lo son, también sean susceptibles de comunicarse mutuamente. El propio Luhmann deja abierta esa opción:
las teorías tienen puntos en común, en la medida en que sus problemas han sido planteados en forma similar... una absoluta incomparabilidad revela siempre falta de fantasía teórica, carencia de capacidad de abstracción... Tal vez por ello, la identidad y la diferencia no deberían acotarse con tanta nitidez -aunque toda teoría tiende a ello-- sino que, por el contrario, deberíamos prepararnos para observar presiones osmóticas capaces de penetrar los bastiones teóricos más firmemente protegidos1
Al amparo de esa convocatoria a la imaginación teórica, sin temor a la ósmosis epistémica, buscaremos por nuestra parte si no una síntesis, al menos un aprovechamiento de ambas posiciones para avanzar en la comprensión de lo que llamamos comunicación.
Fuera los hombres, la comunicación sin gente
Luhmann atribuye a Habermas y en cierto modo a su mutuo maestro Parsons el mérito de haber trasladado el problema de la acción, caro a la tradición aristotélica2, desde el terreno de lo que incumbe a lo social, o a lo metafísico, hasta el campo de la comunicación. Con todo, considera que persiste en ellos la creencia de que la comunicación está sujeta al dominio convencional de la racionalidad y la ilusión de que está dotada de atributos teleológicos, es decir que permanece bajo control de la conciencia aunque no sea ya interpretada desde su reconocimiento de facto.
Es un mérito indiscutible de Habermas haber llevado este problema [el de la acción] al nivel de la comunicación. Con ello quedaron excluidas una serie de respuestas fáciles (fáciles sólo por ser más tradicionales), algo así como la referencia a una ley moral dada por la facticidad de la conciencia, o también como la referencia a un consenso de valores, al cual debemos someternos, pues de otro modo no podría mantenerse ningún orden social. Kant, Durkheim, Parsons, han sido jubilados, así, con todos los honores3.
Si es cierto que a ellos corresponde haber iniciado un nuevo acotamiento del problema de la comunicación y de la sociedad, es en realidad el propio Luhmann quien lleva aquella exclusión al extremo, logrando de esa manera un acercamiento original al tema. Y lo hace desde dos confrontaciones; la crítica de la Teoría de la Acción Comunicativa de Habermas y la extracción del concepto de autopoiesis formulado por Maturana y Varela. Contra Habermas discute el consenso como intrínseco destino final de la comunicación y desde los aportes de Maturana intenta interpretar la comunicación como sistema autopoiético.
En cuanto a la polémica con Habermas, se encarga de establecer de manera clara y explicita los términos de la discrepancia atacando la relación entre comunicación y consenso que éste postula.
En muchos casos, se asume implícitamente que la comunicación va tras el consenso, busca el acuerdo. La teoría de la racionalidad de la acción comunicativa desarrollada por Habermas (1979) está construida sobre esta premisa. Pero, de hecho, es empíricamente falsa. La comunicación puede ser usada para indicar disensión. La disputa puede buscarse. Y no hay razón para suponer que la búsqueda de consenso sea más racional que la búsqueda del disentimiento. Esto depende completamente de los temas y los participantes de la comunicación. Por supuesto, la comunicación es imposible sin algún consenso. Pero es igualmente imposible desprovista de todo disentimiento4.
Para acceder a la comprensión necesaria del párrafo anterior, en los términos de la orientación del presente trabajo, es imprescindible referirnos, aunque sea de un modo general y sucinto a tres de las vertientes conceptuales que forman el corpus teórico de nuestro autor: los conceptos de autopoiesis, de teoría y de comunicación así como a la axial diferencia información/comunicación.
Autopoiesis
Antes de entrar de lleno en el modo como Luhmann maneja la autopoiesis hay que remitirnos a la definición inicial de ese proceder, formulada por sus descubridores. Encontraremos por ese camino que existe discrepancia con respecto a la legitimidad de aplicarla en una teoría de la sociedad. En efecto, es irónico que siendo la noción de autopoiesis la piedra de toque de la teoría luhmanniana de la comunicación, los propios creadores de la noción pongan en entredicho la validez de usarla en los términos en que lo hace Luhmann. Veamos, para Humberto Maturana la autopoiesis está en principio referida a explicar la vida.
Un ser vivo ocurre y consiste en la dinámica de realización de una red de transformaciones moleculares tal que todas las moléculas producidas y transformadas en el operar de esa red, forman parte de la red de modo que con sus interacciones: a) generan la red de producciones y de transformaciones que las produjo o transformó; b) dan origen a los bordes y a la extensión de la red como parte de su operar como red, de modo que ésta queda dinámicamente cerrada sobre sí misma formando un ente molecular discreto que surge separado del medio molecular que lo contiene por su mismo operar molecular; y c) configuran un flujo de moléculas que al incorporarse en la dinámica son parte o componentes de ella, y al dejar de participar en la dinámica de la red dejan de ser componentes y pasan a ser parte del medio5.
Maturana reconoce que la autopoiesis en cuanto a modus operandi puede presentarse en otros ámbitos diferentes a la vida como puede ser el caso de la cultura
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