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Teoria Critica Marxista De La Comunicacion

carlos_77726 de Octubre de 2014

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1. INTRODUCCIÓN

Las aportaciones teóricas críticas presentadas por Karl Marx y Frederic Engels en el siglo XIX inauguraron el corpus teórico que conocemos bajo el nombre de marxismo. El mismo no sólo han tenido una influencia muy importante en disciplinas como la economía, la sociología o la historia, incluso en corrientes discrepantes o enfrentadas a la misma; sino también ha bañado los análisis críticos de otras, a priori más alejadas, como el arte o la comunicación. Sobre su influencia en esta última, su decurso y vigencia, versará el presente trabajo.

2. ANALISIS DE LA INFLUENCIA DEL MARXISMO EN LA TEORÍA CRÍTICA

Fue Marx quien estableció la base sobre la que posteriores autores como Raymond Williams desarrollarían una teoría marxista de los medios de comunicación. Para el filósofo alemán la estructura económica en un lugar y tiempo histórico determinado (esclavismo, feudalismo, capitalismo, etc) era la que marcaba la superestructura social. En ésta última se englobaban las leyes, las ideas predominantes del pensamiento, la política, la cultura, etc. De este modo, los medios de comunicación para la teoría marxista son parte de esa superestructura que depende, en última instancia, del estado de la estructura económica (propiedad de los mismos, organización, etc). En nuestra época, mucho más que en el siglo XIX donde vivió Marx, esta estructura económica predominante en nuestro sistema-mundo sería el capitalismo. Colóquele el lector todas las las comillas y epítetos que se quiera (capitalismo de estado, keneysianismo o capitalismo imbrícado, capitalismo neoliberal, etc), pero capitalismo al fin y al cabo. ¿Qué es el capitalismo, en qué se define fundamentalmente? En la hegemonía de la propiedad privada sobre los medios de producción, distribución e intercambio y la forma mayoritaria de trabajo asalariado. En el capitalismo aunque conviven clases de anteriores sistemas y decenas de gradaciones entre ellas según renta, las definitorias son la burguesía (propietaria de los medios de producción) y el proletariado o clase trabajadora (que ha de vender su fuerza de trabajo a la burguesía como una mercancía más si no quiere morirse de hambre). Aún teniendo en cuenta los objetivos avances conseguidos por la clase trabajadora en la lucha por sus derechos durante el siglo XIX y XX (especialmente en los países centrales), las bases del sistema son las anteriormente citadas. Pese a los sistemas de seguridad social, los sindicatos más o menos combativos/amaestrados y los derechos laborales santificados por las leyes pero frecuentemente violados en las empresas; los trabajadores del mundo real deben adaptarse/plegarse a las exigencias del mercado laboral capitalista y vender su fuerza de trabajo al mejor postor (sorprendentemente semejante al “peor postor” gracias a la presión efectuada por el cada vez más notable y estructural “ejército de reserva”).

Los pilares capitalistas se tornan más diáfanos al referirnos a los medios de comunicación mayoritarios en el sistema-mundo. Éstos son parte de conglomerados mediáticos con diversos tentáculos en otras industrias culturales (a su vez también reproductoras de la superestructura ideológica) que del mismo modo producen información o desinformación según se alejen del hecho (que originó la noticia). Estos grandes grupos mediáticos son multinacionales ya que operan en diversos países e incluso continentes, mueven una cantidad ingente de dinero en concepto de publicidad y creación de nichos de mercado para sus anunciantes. Además, la parte decisiva de su accionariado suele estar controlado por un magnate con nombre y apellidos (oligarca miembro de la élite internacional, caso de Ruper Murdoch). La clase trabajadora, por su parte, tiene reservado el lugar de receptor de estos medios y muy raramente se le permite cambiar al papel de emisor de la información. En todo caso, cuando esto sucede, es bajo derecho permanente de censura. Como dice Bordieu, al final “los temas son impuestos a los espectadores por los productores”, esto es: a los obreros por la burguesía.

En los canales de la teoría marxista de la comunicación nos encontramos con la Escuela de Frankfurt: Adorno, Horckheimer, Benjamin (que no llegó a pertenecer y tuvo sus desencuentros con los anteriores) y posteriormente la importantísima influencia de Marcuse. Investigaron la influencia pseudoindividualizadora y homogeneizante de los productos de las industrias culturales, a la par que el callejón sin salida que suponía para la humanidad su transformación irremisible en “sociedad de masas”, tesis que tiene en la obra Dialéctica de la Ilustración (1947) una de sus mayores concreciones intelectuales. En ella, sus autores, Adorno y Horckheimer no dejan lugar a la esperanza ni dejan piedra sobre piedra dentro del proceder de las organizaciones de izquierda, incluso las consideradas revolucionarias. Pese a los aciertos y la inspiración de la obra, creemos que cae en un nihilismo aciago que no ayuda a todos aquellos que queremos construir un mundo más justo y habitable. Sí lo hacen, en cambio, ciertas aportaciones teóricas que nos permiten entender mejor esa “sociedad de masas” en la que estamos imbuidos. Por su parte, ya en los sesenta, Herbert Marcuse, sin llegar a ser considerado como un optimista no alcanza al negativismo de sus precesores, y con su obra El hombre unidimensional, escrita cuatro años antes de las protestas de Mayo del 68 , argumentaba que cada vez más el hombre, tanto en el Occidente capitalista de entonces como en la URSS, se hallaba cada vez más sumido por una lógica homogénea, tecnoindustrial, falseante e inhumana que penetraba hasta los rincones más íntimos del pensamiento, constriñendo así desde su nacencia el pensamiento crítico, y por tanto la posibilidad de imaginar y construir otro mundo posible. A pesar de ello, Marcuse no dejó de creer en la esperanza y toda su vida se debatió entre si era posible o no cambiar el sistema desde dentro, en cualquier caso, en la obra citada anteriormente sí aceptó que el cambio pudiera venir de los países de la periferia.

Otra vertiente de la teoría marxista se dio en la figura clave del galés Raymond Williams (1921/1988), el cual marcó con sus investigaciones profundamente la teoría de la superestructura e inauguró la vertiente de los estudios culturales (cultural studies). Dentro de la tradición marxiana y contrapuesto al materialismo mecanicista (que veía/ve en la superestructura un reflejo casi inmediato de los cambios en la estructura económica), Williams indagó cómo esos cambios influían con todas sus contradicciones en la cultura. Afirmaba que indudablemente, la estructura era el punto de origen de la superestructura, pero como el mismo Marx admitía, en ésta última, podían convivir perfectamente elementos del pasado con influencias del presente en una pugna muchas veces incierta: La superestructura es un tema del conocimiento humano, y esto es necesariamente ver complicado, no sólo debido a su diversidad sino también porque es siempre histórico: en cualquier momento, incluye continuidades del pasado tanto como las reacciones al presente." Por tanto, no era una traducción sencilla y mecanicista, sino un auténtico ejercicio de interpretación que requería un altísimo nivel de erudición multidisciplinar donde al acabar, nos encontraríamos seguro con más preguntas, intuiciones y sospechas que con certezas. ¿Era entonces inútil hacer ese costoso ejercicio investigador? De ningún modo. Sólo que como sostenía Williams en 1958, cabía afirmar que el desarrollo de la investigación marxista superestructural se hallaba en sus inicios y que por tanto era necesario ser humildes ante el estado de la historiografía al respecto y la indudable dificultad de la empresa. Éste último fundó junto a los marxistas Stuart Hall, Edward P. Thompson y el liberal de izquierdas Richard Hoggart el Centro de Investigaciones de Birmingham centrado en el desarrollo de esta investigación superestructural en los estudios culturales (cultural studies).

Lamentablemente, atendiendo a la crítica de Armand Mattelart, a excepción del propio Williams y Thompson, la Escuela de Birmingham fue atomizando excesivamente su objeto de estudio, ampliando los temas a otras cuestiones que formaban la identidad del sujeto además de la clase (género, raza, etnia, etc), pero siempre quedándose excesivamente parcos a la hora de analizar la base económica e histórica en donde tenían lugar esas producciones culturales. Por supuesto que fue enriquecedor atender a otras realidades además de la clase en la conformación de la ideología pero descuidaron el nivel económico e histórico. Sus análisis pecaron, en definitiva, de un claro idealismo filosófico. Se centraron tanto en la superestructura que olvidaron su contraparte del proceso dialéctico. Esto mismo arguyó Dallas Smythe en su trabajo “Communications: Blindspot of Western Marxism” (1977). Afirmaba que estos teóricos de la comunicación, pese a reconocerse como marxistas, no entendían el papel económico que los medios desempeñaban en la reproducción del capital. Les achacaba que todo lo estudiaran en torno a la cuestión de la hegemonía ideológica, concepto extraído del marxista italiano Gramsci, del que “los hijos de Birmingham” eran sin duda deudores. El artículo original fue publicado en lengua inglesa en 1977 apareciendo su traducción castellana en 1983 en un libro publicado por la editorial Gustavo Gili llamado La televisión: entre servicio público y negocio. Pese a los cuarenta años del artículo y la posterior réplica del neomarxista Graham Murdock en 1978 en donde criticaba a su vez el excesivo “economicismo” de Smythe, el debate entre marxistas proclives a la preponderancia

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