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Alayne-Sansa PoV Vientos De Invierno


Enviado por   •  30 de Mayo de 2015  •  6.484 Palabras (26 Páginas)  •  172 Visitas

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ALAYNE (SANSA)

Vientos de Invierno

Ella estaba leyendo a su pequeño lord un cuento del Caballero Alado cuando Mya Piedra vino a golpear la puerta de su dormitorio, con botas y pieles y oliendo fuertemente a establo. Mya tenía pajas en el pelo y el ceño fruncido. El ceño fruncido venía de tener a Mychel Redfort cerca, sabía Alayne.

“Mi señor”, Mya informó a Lord Robert, “Los estandartes de lady Waynwood se han visto a una hora de camino. Estará aquí pronto, con tu primo Harry. ¿Querrás recibirles?”

“¿Por qué tendría que mencionar a Harry? “pensó Alayne. Así nunca sacaría a Robalito de la cama. El chico lanzó un cojín. “Échale. Nunca pedí que vinieran aquí.”

Mya pareció sin respuesta. No había nadie mejor en el Valle manejando una mula, pero los señores eran harina de otro costal. “Ellos estaban invitados…” dijo insegura “para el torneo. Yo no…”

Alayne cerró su libro. “Gracias, Mya. Déjame hablar con Lord Robert, si puedes”. Con alivio en su cara, Mya marchó sin más palabra.

“Odio a ese Harry”, dijo Robalito cuando ella se fue. “Me llama primo, pero solo está esperando a que muera para que pueda tomar Nido de Águilas. Él cree que no lo sé, pero se equivoca”.

“Su señoría no debería creer esas estupideces”, dijo Alayne. “Estoy seguro de que Ser Harrold le quiere mucho”. Y si los dioses son buenos, me querrá también a mí. Su pecho se agitó un poco. “No” Lord Robert insistió. “Él quiere el castillo de mi padre, eso es todo, así que finge”. El niño acercó su manta a su pecho lleno de granos. “No quiero que te cases con él, Alayne. Soy el señor de Nido de Águilas, y lo prohíbo”. Sonó como si estuviera a punto de llorar. “Deberías casarte conmigo en su lugar. Podríamos dormir en la misma cama cada noche, y me podrías leer historias”.

Ningún hombre se puede casar conmigo mientras mi esposo enano viva en algún lugar en el mundo. La reina Cersei habría recogido la cabeza de una docena de enanos, decía Petyr, pero ninguna era de Tyrion. “Robalito, no debes decir esas cosas. Eres es el señor de Nido de Águilas y Defensor del Valle, y debes casarte con una dama noble y tener un hijo que se siente en la Sala Alta de la Casa Arryn cuando hayas partido”.

Robert se limpió su nariz. “Pero quiero —” ella le puso un dedo en sus labios. “Sé lo que quieres, pero no puede ser. No soy adecuada para ser tu esposa. Soy una bastarda”. “No me importa. Te quiero más que nadie”.

Eres un pequeño tonto. “A tus señores banderizos les importará. Algunos creen que mi padre ascendió demasiado y es demasiado ambicioso. Si me tomaras como esposa, dirían que él te obligó y no fue tu voluntad. Los Señores Recusadores podrían tomar armas contra él, y a ti y a mí nos matarían”.

“¡No dejaría que te hirieran!” dijo Lord Robert. “Si ellos lo intentan les haré volar”. Su mano empezó a temblar. Alayne acarició sus dedos. “Aquí, mi Robalito, tranquilo”. Cuando el temblor pasó, dijo: “Debes tener una mujer adecuada, una verdadera doncella de noble cuna.”

“No. Me quiero casar contigo, Alayne.”

Una vez tu señora madre insistió en eso, pero yo no era bastarda sino una verdadera doncella y noble. “Mi señor es amable al decir eso”. Alayne alisó su pelo. Lady Lysa nunca había dejado a los sirvientes tocarlo, y después de que muriera Robert había sufrido terribles temblores siempre que alguien se acercaba con una cuchilla, así que habían dejado que le creciera hasta que sobrepasó sus redondos hombros y caía hasta la mitad de su pecho fofo y blanco. Él tiene pelo bonito. Si los dioses son buenos y vive lo suficiente para casarse, su mujer admirará su pelo, seguramente. Será lo único que le guste de él. “Cualquier hijo nuestro no sería noble. Solo un verdadero hijo de la Casa Arryn puede desplazar a Ser Harrold como tu heredero. Mi padre encontrará una mujer adecuada para ti, una chica de noble cuna más bella que yo. Cazaréis y llevaréis halcones juntos, y ella te dará su favor para llevarlo en torneos. Antes de que te des cuenta de habrás olvidado completamente de mí.”

“¡No lo haré!”

“Lo harás. Debes hacerlo.” Su voz era firme, pero gentil. “El señor del Nido de Águilas puede hacer lo que quiera. ¿No puedo quererte, aunque me tenga que casar con ella? Ser Harrold tiene una mujer común. Benjicot dice que ella lleva ahora su bastardo.” Benjicot debería aprender a mantener la boca cerrada. “¿Es lo que quieres de mí? ¿Un bastardo?”. Ella quitó sus dedos de su alcance. “¿Me deshonrarías de esa manera?”

El chico pareció afligido. “No, nunca quise…”

Alayne se levantó. “Si le complace a mi señor, debo ir y buscar a mi padre. Alguien debe ir a recibir a Lady Waynwood”. Antes de que su pequeño señor pudiera encontrar palabras para protestar, hizo una pequeña reverencia y abandonó el dormitorio, bajó a la sala y cruzó un puente cubierto de las estancias del Lord Protector.

Tras dejar a Petyr Baelish esa mañana, había desayunado con el viejo Oswell, que había llegado la pasada noche de Puerto Gaviota en un sudoroso caballo. Ella esperaba que aún estuviera hablando, pero su estancia estaba vacía. Alguien había dejado la ventana abierta y unos papeles habían caído al suelo. El sol caía sobre las estrechas ventanas amarillas y motas de polvo bailaban en la luz como pequeños insectos dorados. Aunque la nieve había blanqueado las cumbres de Lanza del Gigante sobre ellos, bajo la montaña el otoño languidecía y el invierno se abría paso entre los campos. Fuera de la ventana podían escucharse las risas de las lavanderas en el pozo y el choque de acero contra acero de la sala donde los caballeros se entrenaban. Buenos sonidos.

Alayne amaba estar allí. Se sentía viva de nuevo, por primera vez desde que su padre… desde que Lord Eddard Stark había muerto.

Cerró la ventana, reunió los papeles caídos y los apiló sobre la mesa. Uno era la lista de competidores. Sesenta y cuatro caballeros habían sido invitados a luchar por puestos en la nueva Hermandad de los Caballeros Alados de Lord Robert Arryn, y sesenta y cuatro habían venido a luchar por el derecho a llevar las alas del halcón sobre sus yelmos y proteger a su señor.

Los competidores venían de todo el Valle, de los valles de las montañas y

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