Ambrosia para el espiritu

AMBROSÍA PARA EL ESPÍRITU

Si se preguntara ¿Quién ha cantado o ha sido arrullado por una dulce canción de cuna? Seguramente, ¡duérmete niño, duérmete ya! es la primera frase que rescata la memoria del álbum de la temprana infancia. Otros contarán con un repertorio más nutrido, todo un “playlist” de nanas para la hora de dormir. O ¿Quién comenzó sus primeras amistades (incluso enemistades) al calor de rondas como Aserrín Aserrán, El puente está quebrado, A la rueda, rueda; y Arroz con leche?  ¿Quién no se planteó el reto de los trabalenguas de los tres tristes tigres y de María Chuzena con su familia o amigos en alguna reunión informal como simple juego de grupo? Es más: ¿Quién desafió a sus compañeros con la conocida adivinanza Lana sube lana baja (la navaja) para dejar expuesta la ingenuidad lingüística del contendiente? La respuesta se desbordaría en una infinidad de “yos” sonrientes y nostálgicos que en coro harían retumbar el escenario de las preguntas.

Sin embargo, frente a una pregunta más formal como ¿Quién ha tenido contacto con la poesía desde su infancia? La magnitud de los “yos” se reduciría exponencialmente frente al extrañamiento de un público que se percibiría ajeno a esas “cosas” de poetas y locos.

Esta introducción me permite abordar las obras: El libro de Antón Pirulero, una selección de nanas, rondas, canciones, trabalenguas y adivinanzas compiladas por Sergio Andricaín y Antonio Orlando Rodríguez; y Escuela y Poesía ¿Y qué hago con el poema?, de los mismos autores; con el propósito de unirme al rescate de esta noble forma literaria que, como la ambrosía, alimenta el espíritu e inmortaliza “eso” que hace más humano al hombre en o a pesar del tiempo y de los tiempos.

A propósito de escenario, si preguntara por los sujetos y lugares de dichos acontecimientos; seguramente el público coincidiría en su respuesta: la familia y la escuela.

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