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Antony Medel


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2013  •  3.382 Palabras (14 Páginas)  •  356 Visitas

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La ciudad y los perros

Comencé a escribir La ciudad y los perros en el otoño de 1958, en Madrid, en una tasca de Menéndez y Pelayo llamada El Jute, que miraba al parque del Retiro, y la terminé en el invierno de 1961, en una buhardilla de París. Para inventar su historia, debí primero ser, de niño, algo de Alberto y del Jaguar, del serrano Cava y del Esclavo, cadete del Colegio Militar Leoncio Prado, miraflorino del Barrio Alegre y vecino de La Perla, en el Callao; y, de adolescente, haber leído muchos libros de aventuras, creído en la tesis de Sartre sobre la literatura comprometida, devorado las novelas de Malraux y admirado sin límites a los novelistas norteamericanos de la generación perdida, a todos, pero, más que a todos, a Faulkner. Con esas cosas está amasado el barro de mi primera novela, más algo de fantasía, ilusiones juveniles y disciplina flaubertiana.

El manuscrito estuvo rodando como un alma en pena de editorial en editorial hasta llegar, gracias a mi amigo el hispanista francés Claude Couffon, a las manos barcelonesas de Carlos Barral, que dirigía Seix Barral. Él lo hizo premiar con el Biblioteca Breve, conspiró para que la novela sorteara la censura franquista, la promovió y consiguió que se tradujera a muchas lenguas. Éste es el libro que más sorpresas me ha deparado y gracias al cual comencé a sentir que se hacía realidad el sueño que alentaba desde el pantalón corto: llegar a ser algún día escritor.— Fuschl, agosto de 1997

La casa verde

Me llevaron a inventar esta historia los recuerdos de una choza prostibularia, pintada de verde, que coloreaba el arenal de Piura el año 1946, y la deslumbrante Amazonia de aventureros, soldados, aguarunas, huambisas y shapras, misioneros y traficantes de caucho y pieles que conocí en 1958, en un viaje de unas semanas por el Alto Marañón.

Pero, probablemente, la deuda mayor que contraje al escribirla fue con William Faulkner, en cuyos libros descubrí las hechicerías de la forma en la ficción, la sinfonía de puntos de vista, matices, tonalidades y perspectivas de que una astuta construcción y un estilo cuidado podían dotar a una historia.

Escribí esta novela en París, entre 1962 y 1965, sufriendo y gozando como un lunático, en un hotelito del Barrio Latino —el Hôtel Wetter— y en una buhardilla de la rue de Tournon, que colindaba con el piso donde había vivido el gran Gérard Philipe, a quien el inquilino que me antecedió, el crítico de arte argentino Damián Bayón, oyó muchos días ensayar, horas de horas, un solo parlamento de El Cid de Corneille. — Londres, septiembre de 1998

Conversación en la catedral

Entre 1948 y 1956 gobernó el Perú una dictadura militar encabezada por el general Manuel Apolinario Odría. En esos ocho años, en una sociedad embotellada, en la que estaban prohibidos los partidos y las actividades cívicas, la prensa censurada, había numerosos presos políticos y centenares de exiliados, los peruanos de mi generación pasamos de niños a jóvenes, y de jóvenes a hombres. Todavía peor que los crímenes y atropellos que el régimen cometía con impunidad era la profunda corrupción que, desde el centro del poder, irradiaba hacia todos los sectores e instituciones, envileciendo la vida entera.

Ese clima de cinismo, apatía, resignación y podredumbre moral del Perú del ochenio, fue la materia prima de esta novela, que recrea, con las libertades que son privilegio de la ficción, la historia política y social de aquellos años sombríos. La empecé a escribir, diez años después de padecerlos, en París, mientras leía a Tolstoi, Balzac, Flaubert y me ganaba la vida como periodista, y la continué en Lima, en las nieves de Pullman (Washington), en una callecita en forma de medialuna del Valle del Canguro, en Londres —entre clases de literatura en el Queen Mary's College y el King's College—, y la terminé en Puerto Rico, en 1969, luego de rehacerla varias veces. Ninguna otra novela me ha dado tanto trabajo; por eso, si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría ésta. -— Londres, junio de 1998

La novela criminal española entre 1939 y 1975

Se cita en este libro una frase del novelista y teórico de la novela policiaca, Thomas Narcejac: La novela policiaca es un relato donde el razonamiento crea el temor que se encargará luego de aliviar. Es válido para una parte de la novela policiaca, pero no lo reconozco como explicativo, por ejemplo, de mis novelas de la serie Carvalho. Y es que el proceso de conocimiento de qué ha sido y qué es la novela criminal no ha hecho más que empezar y todo estudio es poco para fortalecer ese saber.

La curiosidad suscitada por la llamada novela policiaca española nos la merecemos los que tratamos de escribir novela criminal con rigor literario, pero sobre la base de un sustrato de literatura criminal popular, de auténtico consumo, carne literaria de kiosko que en los periodos de escasez españoles, casi todos, incluso era carne de alquiler. Hasta ahora han sido numerosos los trabajos que han tratado de glosar la nueva novela policiaca española a partir de El inocente de Mario Lacruz, las novelas de Tomelloso de García Pavón o mi ciclo Carvalho, pero también algunos tratadistas habían hecho alusión al pasado, generoso en la cantidad y no siempre en la calidad.

Vicente De Santiago Mulas se ha dedicado a un muy serio trabajo de censo del quién es quién en la novela policiaca española. Su balance es un inventario de cuantos novelistas han utilizado la materia criminal, llevando a sus últimas consecuencias el realizado por Vallés Calatrava en La novela criminal española. De hecho tanto Vallés Calatrava en 1991 como Vicente De Santiago ahora se acogen a la connotación de novela policiaca de la que se hace responsable el profesor José F. Colmeiro: "... toda narración cuyo hilo conductor es la investigación de un hecho criminal independientemente de su método, objetivo o resultado". Ahí caben desde Santuario o Crimen y castigo hasta La verdad sobre el caso Savolta o cualquier novelita barata por su precio y por su contenido. Fiel a estos presupuestos, De Santiago Mulas se ha preocupado sobre todo porque nadie quede abandonado en las tinieblas exteriores, como paso previo a poner orden

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