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Análisis El día Señalado


Enviado por   •  12 de Abril de 2014  •  4.067 Palabras (17 Páginas)  •  519 Visitas

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POR: CARLO EDISON MONSALVE U

LICENCIADO EN HUMANIDADES Y LENGUA CASTELLANA

El día señalado (1962), de Manuel Mejía Vallejo, aparece en una época en que la crisis nacional empezaba a tomar un rumbo diferente. Dos factores principales explican la nueva situación del país: La severidad de la violencia sectaria obligó a amplios sectores del pueblo colombiano a cuestionar la organización vertical de los dos partidos tradicionales; y con el nuevo paradigma basado en la revolución cubana, las antiguas guerrillas liberales fueron transformándose en grupos de orientación castrista. En Colombia, como en el resto del continente americano, las contradicciones nacionales iban adquiriendo, con mayor frecuencia, un planteamiento de lucha de clases.

La novela de Mejía Vallejo no se basa ya en la lucha entre liberales y conservadores característica de la violencia de los años 50; la contienda es entre el ejército y las autoridades civiles, y los campesinos que se internaron en las montañas para defenderse de la persecución. El Padre Barrios, recién llegado a Tambo, encuentra un ambiente tenso, en peligro de explotar en una ola de venganza. Barrios opta por defender los derechos de los marginados del pueblo y trata de crear un espíritu de comunidad y renovación, representado por el deseo de sembrar árboles en el pueblo. La importancia que le da al bienestar material del ser humano surge a raíz de sus conversaciones con el antiguo párroco. El Padre Barrios interpreta su misión pastoral como algo bastante más amplio que lo que se había hecho hasta entonces, y la crítica a la religión tradicional queda patente al asegurar que “tal vez la obsesión por la vida eterna nos ha hecho olvidar que el hombre tiene aquí una vida, pasajera, pero que es su vida, su única vida terrena” (44). Nuevamente, el compromiso del sacerdote debe ser con la totalidad del ser humano, y no únicamente con cuestiones de índole espiritual. La labor de la iglesia, al definirla desde esta nueva óptica, es defender al hombre de la deshumanización causada por la violencia. “La venganza es anticristiana” (34), es la consigna con que inaugura su apostolado en el pueblo, y que lo guiará a partir de ese momento.

El condenar la violencia, cualquiera que sea el motivo que la causa, le permite al sacerdote dirigirse a todos los habitantes del pueblo, tanto a los soldados como a los rebeldes. Es precisamente el ciclo de violencia, y la venganza que resulta de tales agravios, lo que amenaza con destruir la vida en Tambo. La situación exige que se rompa la dinámica de la violencia, y hacia ese fin se dirigen los esfuerzos del cura: “Necesito que me ayuden a enterrar a los muertos... A los soldados muertos, a los guerrilleros muertos” (223-224). Se alude, por lo apremiante del enfrentamiento, a la necesidad de un hombre nuevo que supere el odio para de tal manera impedir que los oprimidos de ayer se conviertan en los opresores de mañana. Este papel lo cumple “el forastero” que había ido a Tambo con el propósito de vengarse del cacique, pero que desiste de sus intenciones al reconocer la fuerza del vínculo que los une: “Pero de pronto en el Cojo no vi más que un hombre, sólo un hombre, también desamparado, sin más camino que la muerte... Pensé que para no tener piedad es necesario ver de lejos al hombre, verlo en la masa” (257-258).

La novela de Mejía Vallejo (y su obra en general) no excluye la posibilidad de franquear diferencias ideológicas, pues el fin es establecer una síntesis al nivel social que anule el choque de fuerzas antagónicas. Es precisamente esta posibilidad de diálogo, basada en los ideales del cristianismo y en el reconocimiento de la humanidad del “otro”, que alberga la única esperanza del hombre.

La tensión en el seno de la iglesia colombiana pasa a primer plano con la figura del sacerdote Camilo Torres. Perteneciente a una de las más distinguidas familias de la capital y educado en universidades europeas, Camilo Torres no tarda en convertirse en el símbolo de la nueva iglesia, aquella que denuncia el sistema socioeconómico que relega a la miseria a la mayoría de la población, y que se compromete a luchar, al lado de los pobres, por un cambio estructural que pueda resolver los problemas de la nación. Camilo Torres aprovechó su acceso a las altas esferas de poder, su cargo de capellán de la Universidad Nacional, y su participación en el programa de reforma agraria, para convertirse en portavoz de las clases populares y de aquellos que no cabían dentro de los estrechos parámetros de la economía capitalista en Colombia. En cuanto a la iglesia, Camilo Torres exigía una ruptura completa con el pasado, para reorientarla como vehículo de cambio social: puesto que históricamente la iglesia ha estado de parte del gobierno y de los grupos de poder, la nueva militancia cristiana debe ser a favor de las mayorías marginadas. Para Camilo Torres, el sacerdote comprometido no solamente no se aparta de los ideales cristianos, sino que por el contrario, redescubre el modelo de apostolado esbozado en la figura de Cristo:

Si soy auténtico seguidor de Cristo es imposible no ser revolucionario, como lo fue Él. Yo quisiera ser un auténtico seguidor de Cristo [...] [ser revolucionario] es tratar de reformar las estructuras humanas y sociales, en el campo natural y sobrenatural, en vista a lograr una mayor justicia para la mayoría de los hombres. (199)

Las dificultades con la jerarquía eclesiástica a raíz de la denuncia, cada día más aguda, de las instituciones nacionales, obligaron a Camilo Torres a abandonar el sacerdocio, hecho que constituyó una coyuntura clave para la nueva iglesia: No solamente los cambios necesarios eran imposibles dentro de un marco reformista, sino que las necesidades de la revolución exigían una estrecha colaboración con los diferentes grupos marxistas que empezaban a surgir en el país. A finales de 1965 Camilo Torres anunció públicamente que se había incorporado a las filas de un grupo armado para poder continuar su lucha a favor de la justicia social:

El Ejército de Liberación Nacional ha surgido de la necesidad del pueblo colombiano de poseer un brazo armado combativo y consciente, capaz de asegurarle, mediante la lucha frontal contra sus enemigos, la toma del poder. (556)

En la narrativa colombiana, la experiencia de Camilo Torres produjo reacciones diversas, posiblemente mejor representadas en Nicodemus (1968), de Gonzalo Canal Ramírez, publicada a los dos años de la muerte del sacerdote, y La siembra de Camilo (1971), de Fernando Soto Aparicio.

EL DÍA SEÑALADO es por su parte un registro literario más tenebroso y directamente violento. En un dantesco territorio denominado Tambo se desarrolla la vida de un pueblo asustado y sitiado

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