Bello Animal

Bello Animal, de Fanny Buitrago, y el “valor postmoderno” de la novela colombiana contemporánea

Ariel González Rodríguez

Universidad Autónoma de Colombia

El problema del posible carácter postmoderno del valor literario es difícil de obviar, ni siquiera por el presunto contrasentido que supone. Digo presunto, porque existen diversas versiones de “lo posmoderno”, y algunas de ellas de corte radical alegarían la renuncia a la existencia misma del valor. Es decir, todo valor se entiende como un absoluto, y como ya no hay lugar para absolutos, todo valor constituye sin excepción un engendro ideológico. Pero sigue siendo complicado negarlo totalmente y por eso también escribí “posible”, porque todo parece indicar que la actitud negadora de lo postmoderno se asume a sí misma como necesaria, con derecho a la existencia, y esa es una manera subliminar de constituirse en valor.

Una mirada a la crítica literaria que hace uso de las categorías “postmoderno” y “postmodernidad” nos indica que éstas son, en lo fundamental, descriptivas. Se suele decir con mucha frecuencia que tal poema, cuento o novela, es postmoderna, y se argumenta con la descripción de los elementos que previamente han sido aceptados para echar mano de la categoría, pero no es usual que se diga que el valor de un poema, cuento o novela radica en su postmodernidad. Esto último no parece ser una idea que alguien pudiese lanzar sin ruborizarse, tal vez por aquella presunta incompatibilidad entre el valor literario y lo postmoderno, o tal vez porque el fundamento de semejante posición provocaría una risa incómoda. Sin embargo, detrás de cada descripción, en el trasfondo de toda clasificación, aflora subrepticiamente la acción evaluadora, el regocijo crítico por esos signos que afirman ser, o se los adopta como, “postmodernos”. En ese momento, la incompatibilidad radical

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XXVII Congreso Nacional y I Internacional de Lingüística, Literatura y Semiótica

Homenaje a

Carlos Patiño Roselli, Rafael Humberto Moreno Durán y Jairo Aníbal Niño

deviene aporía resuelta y el argumento más risible se intuye como una certeza histórica: en tiempos postmodernos nada tiene más valor que lo postmoderno.

El resultado de esa posición crítica indirecta es el inventario. En casi todas las literaturas contemporáneas tenemos a mano el listado de obras y autores postmodernos tanto los gurús como los que aspiran a serlo. En unos casos resulta suficiente la obra de un autor para inventariar los signos de postmodernidad, en otros se hace necesario juntar, armar conjuntos, grupos, generaciones, para encontrar el denominador común que permite hablar de normas literarias y por ende, sin reconocerlo a veces, de valores. Hemos llegado a un punto de conocimiento sobre esta problemática que ya es posible visibilizar cierto desgaste. Las modas epistemológicas existen a pesar de las certezas conceptuales que puedan acoger. Es probable que con el tiempo se hable menos de postmodernidades, pero aún si eso ocurriese lo postmoderno quedaría como una impronta histórica que condicionó a la literatura, que marcó las acciones descriptivo-evaluativas de la crítica literaria, y seguramente el efecto retroactivo que suele tener la literatura logre plantear algún tipo de diálogo con esos signos de postmodernidad que se han constituido indefectiblemente en valores.

El campo de la literatura colombiana ha entronizado esos “valores postmodernos” entre finales del siglo XX e inicios del XXI, y la crítica

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