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Casa De Muñecas: La Mujer Ante El Espejo

xfinitypr114 de Mayo de 2012

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En el siglo XIX, la literatura europea comienza a desarrollar un nuevo camino en la larga andadura de la tradición literaria. Agotada la fantasía y trascendencia del Romanticismo, se cubre de un manto de realismo, impulsada por corrientes de pensamiento como el determinismo o el positivismo, y se traslada a pie de calle para recoger, como una cámara, lo que le ocurre al ser humano en su cotidianeidad. En ese empeño por registrar los pormenores de la sociedad, es donde el escritor se mueve a diario como un privilegiado espectador. Los temas son de muy diversa índole, aunque todos coinciden en centrarse en la disección de la clase media, protagonista, según Benito Pérez Galdós, de la novela de la época. En ese vasto campo, abarcado por la llamada clase media, hay una vertiente temática que triunfa con verdadera maestría: la descripción del alma femenina.

Esta veta temática la practican casi todos los grandes escritores del momento, llegando a crear verdaderas obras de arte que nos adentran en la compleja psicología de las mujeres, a pesar de que, y esto es muy curioso, todos los grandes autores de este siglo son hombres. Como si destapasen su lado femenino, se sumergen en la personalidad de sus heroínas y realizan unos retratos que cualquier psicólogo de hoy en día firmaría como suyos. Huelga recordar todos los grandes títulos existentes, pero sólo, a modo de muestra, es inevitable recordar a la Madame Bovary de Flaubert, a Ana Karenina de Tolstoi o ya, en nuestro país, a Ana Ozores, protagonista de La Regenta de Clarín. Todos ellos bucean en estas ricas personalidades y nos presentan sus conflictos frente a una sociedad que no siempre les proporciona un existir cómodo y placentero.

El género teatral no es ajeno a este tema y, posiblemente, el autor más destacado en su tratamiento sea el noruego Henrik Ibsen y su Casa de muñecas. La obra cumple, uno por uno, los rasgos típicos que hemos citado: personajes de clase media que viven en aparente felicidad y protagonista femenina, cuyo comportamiento psicológico se va desgranando a medida que avanza el argumento. En el caso del drama de Ibsen, ese análisis psicológico consiste, como es usual en el Realismo, en enfrentar a la protagonista, Nora, con las convenciones sociales aplicadas a las mujeres de la época, que cometen la “osadía” de rebelarse contra ellas y ponerlas en tela de juicio. La primera acotación de la obra ya nos muestra el primero de estos aspectos:

Una estancia amueblada cómodamente y con buen gusto, aunque sin lujo. A la derecha del foro, puerta del vestíbulo. A la izquierda, la del despacho de Helmer. Entre ambas puertas, un piano. En el lateral izquierdo del escenario, otra puerta, y más en primer término, una ventana. Cerca de la ventana, una mesa redonda grande junto a un sofá y varias sillas. En el lateral derecho, hacia el segundo término, una mecedora y dos sillones ante una chimenea de cerámica. Entre la chimenea y la puerta, una mesita. Grabados en las paredes. Repisa con figuras de porcelana y demás cachivaches. Un estantito de libros muy bien encuadernados. El entarimado, cubierto por una alfombra. Lumbre en la chimenea. Día de invierno (Acto primero).

De inmediato aparece la protagonista femenina, cuya descripción nos indica su estado de ánimo:

Entra NORA tarareando alegremente. Viste abrigo y sombrero, y trae varios paquetes que deposita sobre la mesa de la derecha. Deja abierta la puerta del vestíbulo, por la cual se ve un recadero que trae un árbol de Noel y un cesto.

En esta breve pincelada, ya nos queda claro cuál es el estado inicial de la protagonista. Vive en un entorno confortable, se encuentra contenta, como denota su tarareo, y además viene de hacer compras para Navidad, lo que nos indica su bonanza económica. Si seguimos leyendo, esta impresión se confirma con la aparición, en primer lugar, de su marido, Helmer. Es la estampa del esposo feliz que adora a su esposa, algo que deducimos por los adjetivos con que la califica, referentes en su mayoría a pajarillos caracterizados por su dulzura y agradable canto:

HELMER. ¿Es mi alondra la que gorjea por ahí? (...) ¿Es mi ardilla la que bulle? (...) ¿Otra vez ha encontrado el pajarito ocasión de gastar dinero? (Acto primero).

La alegría de ambos es palpable y se debe entre otras cosas al inminente ascenso del marido en su trabajo. Ambos parlotean distraídamente sobre distintos asuntos, que siempre desembocan en el tema económico y, en concreto, en la negativa de Helmer a tener ninguna deuda y a no pedir ningún préstamo.

HELMER. No debemos pecar de pródigos.

NORA. ¡Vaya!, un poco, Torvaldo, un poquitín, ¿no te parece? Ahora cobrarás un buen sueldo y ganarás mucho dinero, mucho.

HELMER. Sí, desde el año próximo, aunque todavía ha de transcurrir un trimestre antes de que perciba nada.

NORA. ¿Y eso qué importa? Entretanto, podremos vivir a crédito.

HELMER. ¡Nora! (Se acerca a ella y le tira de una oreja bromeando.) ¡Siempre la misma ligereza! (Y más adelante) Ya conoces mis ideas sobre ese particular. Nada de deudas y ningún préstamo (Acto primero).

La conversación, que se torna algo triste, remonta el vuelo cuando Torvaldo, para animar a su mujer, le acaba dando dinero, gesto que devuelve el tono “meloso” a la charla y que finaliza cuando se presenta un personaje que será importante para el desenlace futuro de la trama: la Señora Linde. Ésta conversa con Nora, mostrando cuál es la situación vital de ambas al principio de la obra, que, como iremos viendo, se modificará sustancialmente al final del libro. La Señora Linde, después de pasar unos años sin ver a Nora, le expone su penosa situación vital y económica (en este drama uno y otro aspecto, como podemos ir comprobando, son indisolubles), generada por su enviudamiento. Es, ahora, una mujer cercana a la vejez, sin hijos ni dinero y que, para más desgracia, confiesa a Nora haber estado casada con una persona a la que no amaba, siendo víctima de un matrimonio por conveniencia, que, al final, muy al contrario de lo que tales uniones solían llevar aparejado, la dejan sin dinero a la muerte del marido. La situación fue tan grave que la Señora Linde tuvo que ponerse a trabajar en una escuela. Sin alegría ni aliento vital, le confiesa a su vieja amiga que se encuentra vacía. Así lo expresa ella:

SEÑORA LINDE. Hoy no me queda nadie a quien consagrarme.

Y entonces, comprobamos la verdadera causa de su visita, obtener el favor de Nora y su marido para conseguir una colocación en el banco de Torvaldo:

SEÑORA LINDE. Si al menos me acompañara la suerte de encontrar una colocación en cualquier oficina.

Nora, por el contrario, está en el polo opuesto. Le ha confesado el buen momento que está atravesando, generado por el futuro nombramiento de Torvaldo como director del banco. Esa alegría le lleva, incluso, a tomar con ligereza la situación de su amiga, aconsejándole que en lugar de buscar una colocación se relaje en un balneario, provocando la reacción amarga de la Señora Linde:

NORA. ¿Te conformas con eso? ¡Es tan fatigoso y te hace tanta falta reposar! Te convendría ir a un balneario.

SEÑORA LINDE. Yo no tengo un papá que me pague el viaje.

NORA. Vamos, no te enfades.

SEÑORA LINDE. Tú eres la que no debe tomármelo a mal, querida Nora. Lo peor en una situación como la mía es que nos agria el carácter. No tenemos nadie para trabajar, y, sin embargo, hemos de buscarnos la subsistencia, porque se impone vivir. Acaba una por volverse egoísta. Te diré más. Cuando me has comunicado vuestro cambio de situación, me he alegrado más por mí misma que por ti (Acto primero).

Ablandada quizá por las palabras de la Señora Linde, Nora accede a contarle su gran secreto, el que articula todo el argumento del drama: ella pidió dinero prestado para sufragar la curación de Torvaldo, pero a pesar del buen fin para el que lo quería, lo hizo sin consentimiento de éste. Al igual que para la Señora Linde, un hecho como este para la sociedad del momento era algo más que un escándalo. Era un sacrilegio. La misma Nora es conocedora de este aspecto, como señala en estas palabras:

SEÑORA LINDE. ¿Y después se lo has declarado a tu marido?

NORA. ¡No, santo Dios, qué idea! ¡A él, tan severo a ese respecto! Además, ¡cuán penoso le resultaría para su amor propio de hombre! ¡Menuda humillación comprobar que me debía algo! Eso habría trastornado todas nuestras relaciones, y ya no sería lo que es nuestro hogar, tan dichoso.

Nora expone aquí los motivos por los que su marido no debe enterarse de su secreto. Su amor propio de hombre se resentiría. Daría igual que hubiese sido para curarlo a él, que ella haya tenido que vivir sacrificando su “paga” para ahorrar algo de dinero. Por encima de todo, está el honor del hombre que debe mantener económicamente a su mujer y no puede permitir que ésta tenga deudas con nadie.

Por otro lado, el motivo del celo de Nora es la conservación de su matrimonio. Este concepto, el del matrimonio, es fundamental, como ya hemos mencionado anteriormente, en la obra, ya que todos los personajes se articulan alrededor de sus experiencias matrimoniales. Así, al principio, la Señora Linde y Krogstad, personaje que ha proporcionado el dinero a Nora y que aparece en escena mientras ésta conversa con su amiga, encarnan la desgracia y el decaimiento, teniendo como origen el fracaso matrimonial, aunque sea porque han enviudado. Para

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